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Internacional

28 de mayo del 2002

Un desastre a punto de ocurrir

John Vidal
Veualternativa
Este año, miles de malawianos van a morir de hambre. De eso estamos seguros. ¿Por qué, pues, se les está enviando tan poca ayuda alimentaria y con tanto retraso?
Malawi, uno de los países del mundo más pobres, más endeudados y más asolados por el SIDA, se enfrenta a la hambruna en varias regiones y a una catástrofe humana a finales de año. A consecuencia de una serie de sequías e inundaciones, hasta dos millones de personas consideradas de las más pobres del mundo han tomado muy poco alimento durante muchos meses y no pueden esperar cosechar nada durante casi un año. En otras zonas del país se está recogiendo una pobrísima cosecha de maíz, principal producto del país, que servirá sólo de alivio temporal.
El Gobierno, después de negar hasta finales de febrero que existiese siquiera una situación de emergencia, dice que algunos centenares de personas han muerto de enfermedades relacionadas con el hambre. Pero las iglesias locales y los colaboradores de las organizaciones de beneficencia occidentales dicen que la cifra más probable ronda las diez mil personas y que puede que mueran hasta cien personas diariamente.
En muchas zonas puede observarse sobre el terreno un estado de indigencia y desnutrición generalizadas entre los campesinos que practican la agricultura de subsistencia. No obstante, la información exacta escasea y los equipos que tratan de valorar la situación intentan entrar cuanto antes en contacto con los habitantes de las aldeas más remotas. Las Naciones Unidas y el Gobierno estiman, a partir del rendimiento de las cosechas, que Malawi necesitará entre seiscientas y setecientas mil toneladas de alimentos este año. En el Programa Mundial de Alimentos de la FAO están alarmados y se preparan para comprar grandes cantidades, se ha creado un consorcio de grupos locales e internacionales para distribuir alimentos y las organizaciones benéficas están empezando a importar cereales.
Estados Unidos, que posee los mayores excedentes de alimentos del mundo, se pondrá al frente de la operación y se espera que envíe cien mil toneladas de maíz. El Reino Unido ha donado cinco millones de libras esterlinas directamente a los grupos no gubernamentales y doscientos cincuenta mil a la Unión Europea. Los holandeses han ofrecido una cantidad similar y a otros países, como el Japón y el Canadá, se les pedirá que se comprometan a enviar alimentos el próximo mes. El asunto depende sobre todo de los gobiernos, porque las ONG no es probable que reúnan suficiente dinero para proporcionar alimento y semillas a más de medio millón de personas.
Pero no será hasta septiembre, como mínimo, cuando lleguen a Malawi cantidades suficientemente grandes, y más tarde aún cuando pueda llegarse a los más necesitados. Malawi es un país sin salida al mar, sus caminos rurales son espantosos y las malas condiciones se verán agravadas por los países vecinos, más ricos, que se enfrentan también a graves situaciones de escasez y tratan igualmente de obtener suministros. Se calcula que la región entera va a necesitar dos millones de toneladas.
La crisis de Malawi encaja en un esquema conocido. Desde las hambrunas irlandesas de hace ciento cincuenta años, la primera regla de las respuestas a situaciones de gran escasez de alimentos es que llegan despacio y tarde. En este caso, el Gobierno de Malawi, los países donantes y la gran masa de los agricultores de Malawi en régimen de subsistencia sabían desde hace seis meses que la crisis era inevitable.
La organización británica "Save the Children" ha venido aireando la situación desde octubre y sus encuestas sobre nutrición de enero y marzo han sido ignoradas. Hace ya más de seis semanas, veintitrés grupos escribieron al Gobierno: "Cada día que pasa sin una respuesta a esta crisis significa la sentencia de muerte para centenares de personas".
Al igual que muchas otras situaciones de emergencia alimentaria, la crisis de Malawi está motivada también en gran parte por la política internacional. Las ONG y el Gobierno acusan al Fondo Monetario Internacional y a los países donantes de haberles forzado a vender sus reservas de alimentos el año pasado, por razones tanto ideológicas como económicas.
Malawi se encuentra sometida a gran presión para cumplir los objetivos marcados por el FMI y reducir el gasto. Al Gobierno le ha venido costando más de millones de libras al año almacenar casi doscientas mil toneladas de alimentos, gran parte de las cuales, según se decía, se estaban deteriorando. Los países donantes, respaldados por el FMI, dijeron que bastaban sesenta mil toneladas como reserva estratégica, pero entonces el Gobierno vendió todas las existencias menos cuatro mil toneladas y no volvió a llenar los silos.
La intención latente bajo la presión de los países donantes a favor de vender era la de obligar a hacer efectiva la liberalización del mercado de los cereales en Malawi. Cuando el país solicitó más tarde la ayuda de los países donantes para que le ayudaran a reponer las reservas, éstos rehusaron con el argumento de que Malawi no les indicaba qué había hecho exactamente con el dinero obtenido de las ventas de alimentos.
Se daba así a entender que había habido corrupción, aunque dos investigaciones al respecto todavía no han emitido su informe. Entretanto, el Gobierno se vio obligado a tomar un préstamo de treinta y cinco millones de dólares de un banco extranjero para comprar ciento treinta y cinco mil toneladas de maíz, de las que no ha llegado aún ni la mitad. El resultado práctico han sido unos precios del maíz elevadísimos en el momento preciso en que las reservas, cuyos precios pueden controlarse, resultan más necesarias.
La semana anterior, el FMI se negó a conceder a Malawi un alivio en su deuda, diciendo que cualquier suma de dinero para la seguridad alimentaria debe salir de nuevos recortes presupuestarios, aunque no de educación ni sanidad. La actitud de la Unión Europea, por su parte, causa consternación al negarse a ofrecer nada más que un paquete de ayuda de treinta y dos millones de libras. Argumenta que en Malawi hay suficientes alimentos para nutrir a la población de momento, que no hay datos suficientes sobre las necesidades y que el problema consiste en una "distorsión artificial del mercado".
Los representantes de la UE dicen que la ayuda alimentaria es humillante, da demasiado peso político a los donantes y además distorsiona el mercado. Pretenden comprar treinta mil toneladas de alimentos en el mercado local con la esperanza de que eso hará bajar los precios y permitirá reponer las reservas de Malawi. La mejor respuesta, sostiene la UE, sería dar a los más pobres dinero para comprar alimento, o darles al menos trabajo que les provea de los medios para comprarlo.
Este planteamiento no cuenta con las simpatías de las organizaciones benéficas ni de los grupos locales, que dicen que la UE no está en contacto con la realidad y se guía por dogmas económicos. Argumentan que, tanto si su análisis es correcto como si no, la UE está tratando de demostrar una teoría con las vidas de la gente y que la única respuesta ética es dar generosamente ahora.
En privado, los donantes muestran su desconfianza en el Gobierno de Malawi, formado por una pequeña élite que controla la economía y ha hecho muy poco por ayudar a los más pobres. Es casi seguro, dicen, que monopolios comerciales vinculados a altos dirigentes políticos controlan actualmente los precios de los alimentos y que, en palabras de un alto representante diplomático, "los muy ricos están exprimiendo a los muy pobres".
Pero los organismos mundiales y los países occidentales han estado supervisando la economía de Malawi durante veinte años y han fracasado rotundamente a la hora de mejorar la suerte de los más pobres. A no ser que se emprenda inmediatamente una acción decidida y se apliquen con la población de Malawi las lecciones de pasadas hambrunas, la magnitud de su desgracia puede aún sacudir al mundo.
John Vidal és el responsable de la secció de medi ambient del diari anglès "The Guardian". Aquest article va aparèixer a l'esmentat diari el 3 de maig d'enguany. Traducció de l'anglès de Miguel Candel.
Font: Cincuenta años son ya bastante, web