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Internacionales

7 de febrero del 2002
La hipocresía de Sharon

Desde Jerusalén, Michel Warchawski
Rouge 31-01-2002

D
e provocación en provocación, Ariel Sharon lleva a cabo de forma metódica su objetivo: deslegitimar la Autoridad Palestina y su presidente, crear las condiciones de una guerra civil en la sociedad palestina. Tiene hoy las manos libres gracias al apoyo que acaba de darle la administración americana..
El asesinato por los servicios secretos israelíes de Raed Carmi -conocido y respetado dirigente del Fatah de la región de Tulkarem- iba a poner fin a un nuevo período de calma debida a los esfuerzos de Yasser Arafat y la Autoridad Palestina y a un acuerdo entre esta última y las diferentes componentes de la resistencia palestina.
Sharon y su gobierno pueden felicitarse del éxito de su operación: en menos de una semana, varios atentados palestinos han golpeado a civiles en el corazón de las ciudades israelíes, por no hablar de la reanudación de los ataques militares en los territorios ocupados. El alto el fuego no está pues cercano, y eso es algo que Ariel Sharon considera una victoria.
Yasser Arafat había hecho, sin embargo, todo lo que era posible para imponer el alto el fuego a sus tropas y satisfacer las exigencias del primer ministro israelí, llegando al arresto del nuevo secretario general del Frente Popular de Liberación de Palestina (FPLP), Ahmad Saadat. Hay que recordar que Sharon había anunciado que Arafat permanecería preso en su oficina de Ramallah mientras no fueran arrestados los responsables del asesinato del jefe del partido del transfer, el ministro Rehavan Zeevi, operación públicamente reivindicada por el PFLP en respuesta al asesinato por Israel de su secretario general, Abu Ali Mustafa.
El presidente de la OLP y de la Autoridad Palestina parece no comprender los objetivos del general Sharon que, al contrario que Itzhak Rabin, no se ha interesado en absoluto por la detención, incluso "total" -como le gusta decir- de la lucha armada palestina, sino al contrario, por su continuación, cualquiera que sea el precio que deben pagar los civiles israelíes. Pues el precio de un alto el fuego es, a los ojos del carnicero de Kibya y Chatila, más elevado: el freno de la colonización, la aplicación de los acuerdos ya firmados y la reanudación de las negociaciones.
Una parte de los políticos y de los comentaristas israelíes han comenzado a comprenderlo, denunciando el asesinato de Raed Carmi e indicando que era una provocación que tenía por objetivo romper el alto el fuego. Ya era hora. Sin embargo, Sharon sabe que cuando corra la sangre en Jerusalén o Tel Aviv, esos mismos políticos olvidarán rápidamente sus propios análisis y justificarán las sangrientas represalias del ejército israelí y de sus unidades de asesinos.
Si Yasser Arafat leyera las novelas de Perry Mason, sabría que no hay que ceder nunca ante un chantajista, pues lejos de satisfacerle, una actitud complaciente le empuja a nuevas exigencias. Ni el arresto de los dirigentes de Hamas ni el de Ahmad Saadat calmarán a Sharon y sus colegas, pues quieren la guerra... o la capitulación pura y simple y , contrariamente a sus interlocutores palestinos, les importa muy poco que corra la sangre de sus propios hermanos.
De hecho, la Autoridad Palestina comprende que no hay nada bueno que esperar de Sharon; sabe también que la comunidad internacional no hará nada para calmarle. Ya es hora de que de ello saque las conclusiones estratégicas que se imponen, y en particular la necesidad de acabar con la ilusión según la cual una actitud conciliadora hacia ese gobierno de colonos y corruptos podría ofrecer a los palestinos otra cosa que la desunión, la frustración y una cólera en aumento contra lo que cada vez más es percibido como colaboracionismo. "Más que intentar agradar a Israel deteniendo a patriotas, Abu Amar debería centrar sus esfuerzos en la reestructuración de la unidad palestina, para reforzar una Intifada que, de todas formas, no se detendrá", afirma un dirigente del FPLP de Beit-Sahour, que añade con un humor teñido de cólera: "Incluso si nuestro gran dirigente aceptara unirse al movimiento sionista, Sharon le diría que es insuficiente, y que tendría que convertirse al judaísmo. Sabiendo pertinentemente que los rabinos pondrían el veto... De humillación en humillación, Arafat destruye el respeto que ha sabido ganarse, a pesar de sus errores y sus compromisos, entre nuestro pueblo, mientras que Sharon está a punto de pasar a ser a los ojos de la opinión pública israelí del criminal de guerra que ha sido siempre al caballero sin miedo de la cruzada contra el terrorismo y el antisemitismo. Es verdaderamente vergonzoso


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