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La lucha continúa

Secuestro, paliza y tormentos
con picana en la represión en Argentina

Hubo torturas en la Plaza de Mayo

Miguel Bonasso
Página 12


Un joven de 25 años fue detenido por la Policía Federal en Plaza de Mayo el jueves a la mañana, cuando fue a reclamar por un bolso que le robó un agente. Lo golpearon ferozmente, lo picanearon con una "portátil", lo subieron a un patrullero y le siguieron pegando con alegría. Un choque con un taxi lo salvó: el prisionero fue a parar al Argerich y los médicos avisaron

El jueves último, efectivos de la seccional segunda de la Policía Federal golpearon, torturaron con picana eléctrica portátil, secuestraron, amenazaron de muerte y mantuvieron ilegalmente privado de su libertad al ciudadano Eduardo de Pedro, de 25 años de edad. También ocultaron su arresto clandestino a la jueza federal María Romilda Servini de Cubría, que preguntó concretamente por el paradero del secuestrado en la comisaría segunda. Con estos actos, los policías acumularon gravísimos delitos que recuerdan los tiempos de la dictadura militar. El caso De Pedro, que hoy revela Página/12, es uno de los más rotundos desmentidos a quienes, como el ex presidente Fernando de la Rúa o su jefe de Policía, Rubén Santos, afirmaron que los efectivos policiales habían actuado "de acuerdo a la ley". Por suerte, De Pedro se salvó de un destino peor al sufrido gracias a un oportuno choque del patrullero que lo transportaba y a la actitud valiente de un médico del hospital Argerich que alertó sobre su presencia en el establecimiento. También gracias a que tenía a sus espaldas el sindicato de empleados judiciales. No todas las víctimas tuvieron esa suerte.


Un chico a quien llaman Wado


Eduardo de Pedro ("Wado", como lo llaman sus amigos) es un muchacho amable, de apariencia frágil, signado por un destino que se inicia en la
dictadura y continúa en democracia: su madre y su padre están desaparecidos. El padre, Enrique de Pedro, desapareció el 22 de abril de 1977 y la madre, Lucila Rébora, el 11 de octubre de 1978. Estaba embarazada de nueve meses, por lo que se supone que Wado tiene un hermano o hermana posiblemente entregado a represores. El mismo fue, durante meses, un bebé en cautiverio, hasta que unas tías, hermanas de su madre, lograron rescatarlo. Actualmente estudia abogacía, trabaja en la Unión de Empleados Judiciales de la Nación (UEJN) y milita en la agrupación HIJOS.

Ayer fue localizado por Página/12 y pese al lógico temor que le dejó la pesadilla vivida el jueves en la Plaza de Mayo, aceptó sentarse frente al grabador y contar su historia. Sólo vaciló un momento cuando el cronista le preguntó si podía identificar a quienes lo habían secuestrado y torturado. "Uno de los tipos –evocó con una sonrisa nerviosa– me dijo que sería boleta si hablaba." Revisamos juntos las fotos del instante mismo en que se produce el secuestro y el cronista insistió para que lo señalara. "En la foto no se ve –explicó– pero tenía una placa identificatoria con un número." "Cuál era el número", insistió el autor de esta nota, pensando que la exhibición pública protege la seguridad del muchacho. Wado pensó un minuto, en el que los peores recuerdos del jueves pasaron por su cabeza y se preguntó si no podrían llegar a su vivienda actual. Luego contestó, en voz baja, pero firme: "Seis ocho uno seis". Queda escrito: el torturador se identifica con el número de L.P.6816 y revista en la seccional segunda de la Policía Federal.
En una de las excelentes fotos de Damián Neustadt que ilustran esta nota se lo puede ver con total claridad. Por cierto, Damián corrió sus propios riesgos para tomar la secuencia fotográfica: un policía le aconsejó retirarse poniéndole una Itaka en la sien. Por eso conviene formular una advertencia: cualquier cosa que le ocurra a Wado -aunque sea un resfrío– le será achacada de manera inmediata al señor 6816.
Los hechos, gravísimos, indicativos de que 18 años de democracia no han servido para cambiar los hábitos macabros de nuestras policías, ocurrieron de la siguiente manera:

El secuestro


En la mañana del jueves 20 de diciembre, Eduardo de Pedro debía llevar unos volantes del sindicato a la Cámara Nacional Electoral. Poco antes de las once se bajó de un taxi en Diagonal y Florida y comenzó a caminar por la avenida cuando alguien que corría hacia el Obelisco le dijo que los efectivos de la Federal estaban apaleando a las Madres de Plaza de Mayo. Indignado, dejó de lado la tarea que tenía y avanzó hacia la Plaza. "En ese momento la Diagonal estaba vacía; no había manifestantes, ni nadie que rompiera nada. Sólo gente que caminaba tranquilamente como yo. Y de pronto, los pocos que estábamos en la avenida, vimos que la caballería se nos echaba encima y se acercaban peligrosamente unas motos con policías armados con escopetas. Estaba por bajar a la calle, me pareció que me iban a atropellar, alcé la mano en que llevaba el bolso y uno de los policías me lo arrebató."

Desolado observó cómo la moto partía con su bolso lleno de papeles del sindicato y se dirigía hacia el núcleo de patrulleros y efectivos de la Federal que cortaba en diagonal la calle San Martín. Inocente, casi cándido, se dirigió hacia el manchón azul oscuro que montaba guardia bajo los plátanos de la avenida y respiró al comprobar que el bolso estaba en el suelo, entre las patas de los caballos y los borceguíes de los represores. Entonces hizo algo que comprueba su inocencia: se acercó al grupo de policías y exigió que le devolvieran lo que era suyo. La respuesta no se hizo esperar: lo derribaron de un manotazo y varios se le echaron encima con ferocidad, como lo prueban las fotos y un video tomado por el camarógrafo de "Todo Noticias".
Entonces Wado cometió el segundo error que pudo resultar fatal. Se puso a gritar: "¡Soy de HIJOS! ¡Soy Wado! ¡Soy de HIJOS!".
Lo que provocó una mueca de satisfacción en una de las fieras que estaban de civil:
–¡Uy, miren! ¡Este es de HIJOS!
Y los golpes y patadas se multiplicaron, junto con los feroces tironeos para llevarlo a un patrullero. Eran las once y diez de la mañana. Wado es delgado, pero la desesperación le dio fuerzas para resistir. Hasta que le alzaron la camisa y sintió unas punzadas de fuego en los riñones, el inequívoco hormigueo de la corriente eléctrica. Entendió enseguida que lo torturaban con una "portátil" y gritó con todas sus fuerzas:
–No, ¡con picana, no! ¡con picana no!
Pero la corriente eléctrica lo había aflojado y pudieron meterlo a presión en un patrullero sin la clásica rejilla que divide los asientos delanteros de los traseros. Wado, sin embargo, logró escurrirse y se escapó del auto por la puerta opuesta. Los policías enardecidos lograron recapturarlo y volvieron a derribarlo. En el piso lo molieron a patadas y a culatazos en los riñones y en la cabeza. El fornido personaje que llevaba la placa 6816, le gritaba frenético en la oreja:
–¡Hijo de puta! ¿Te hacés el guapo? Te vamos a matar, hijo de puta.
Luego lograron meterlo en el auto y arrancaron. En el asiento trasero iba el prisionero en el medio, escoltado por 6816 y otro personaje al que no se le veía la identificación porque llevaba un chaleco antibalas. Al volante se situó "un morochito de pelo cortito que vestía una camisa blanca de manga corta". Los tipos de atrás le bajaron la cabeza y empezaron a golpearlo en el cráneo, en la columna, en los riñones, mientras el de la chapa le aseguraba que iba a ser boleta en cuanto llegaran a la comisaría. Al cabo de unas cuadras, el personaje que parecía comandar la acción, lo agarró de los pelos y le alzó la cabeza proponiéndole al chofer, como quien comparte unos tragos:
–Che, ¿por qué no le das un rato vos?
El morochito no se hizo rogar y comenzó a pegarle con el codo en la frente hasta hacerle perder el conocimiento. Tanta aplicación puso en la tarea que, en el último codazo, al darse vuelta para mirar a la víctima, estrelló el patrullero contra un taxi. Fue en la esquina de México al 300. El prisionero, que se había desvanecido, recuperó la conciencia con el fenomenal topetazo y con una nueva tortura: la bestia de la chapa le estaba retorciendo el brazo y en un momento aulló, convencido de que el policía le había "sacado el hombro de lugar". Pero el caos lo estaba salvando. El chofer que le pegaba se había roto o luxado la muñeca y el taxista estaba herido. La gente se arremolinó y Wado aprovechó la presencia de los curiosos para pedir a los gritos una ambulancia, porque se le había salido de lugar el hombro. En voz baja, el de la plaza, lo amenazaba:
–Callate, hijo de puta, porque en cuanto lleguemos te vamos a matar.
Preocupado por su muñeca, el chofer bajó del auto. También lo hizo 6816, dejando por fin de retorcerle el brazo. Wado sintió un enorme alivio y la sensación clara de que el hombro "retornaba a su lugar". El secuestrado quedó a cargo del agente con el chaleco antibalas. Una ambulancia del SAME se llevó al taxista y otra del Churruca atendió al chofer del patrullero, que regresó al volante con la muñeca vendada. Una vez en su asiento se volvió hacia Wado y le dijo, señalando la mano vendada:
–Pendejo de mierda, esto es por tu culpa.
Una mujer se separó del grupo de curiosos y se acercó al patrullero ofreciéndose para atender al prisionero porque era médica. El de la chapa le agradeció diciéndole que no era necesario. Aprovechando la presencia de la gente, el prisionero empezó a pedir a los gritos que lo llevaran a un hospital. Y los policías, finalmente, no tuvieron más remedio que acceder. El de la chapa le pidió la cédula y se la guardó en el bolsillo de la camisa. Luego vino una ambulancia y se lo llevaron al Argerich, esposado y custodiado por dos policías.
Al entrar al Argerich respiró, sintiendo que se había salvado de un peligro indudable, que las amenazas no eran simple retórica. Cuando lo revisó el médico de guardia había pasado una hora y media desde el momento de su caída. El policía que le sacó las esposas para la revisión médica, le advirtió en voz baja:
–Ojo, con lo que decís, no te hagas el pelotudo.
Wado entendió el mensaje y lo tranquilizó:
–Voy a decir que me golpeé con el choque.
Pero el médico de guardia no era tonto. Hizo salir a los policías y le bastó ver las lesiones para entender lo que había ocurrido: el paciente presentaba traumatismos múltiples, escoriaciones frontales, lesión en el tabique nasal, hematoma en cuero cabelludo, hematoma en miembro inferior izquierdo, en zona glútea y algunas curiosas, significativas marcas en la espalda. El paciente estaba muy dolorido porque los golpes, entre otros nocivos efectos, le habían dañado el nervio ciático.
Wado tuvo entonces una idea luminosa y solicitó que lo revisara un neurólogo por los fuertes golpes en la cabeza. El doctor Pablo Barbeito no sólo lo revisó y ordenó a los policías dejarlo varias horas en observación. También tuvo el coraje de llamar a los compañeros de Eduardo de Pedro en el Sindicato de Judiciales y avisarles que estaba en un box de la sala de urgencias del Argerich. Al rato cayó el secretario general de la UEJN, Julio Piumato, junto con otros compañeros del gremio y de la Facultad. A los que pronto se agregarían un asesor del defensor del Pueblo y el abogado Pablo Ceriani Cernadas, del CELS, quienes ordenaron a los policías sacarle las esposas para que pudiera pasar en reposo las seis horas recetadas por el médico junto con una medicación a base de analgésicos y antiinflamatorios que le suministraron con suero, por vía intravenosa. Los policías querían irse y llevarlo a la comisaría, pero ya había demasiada gente decente dispuesta a impedirlo. El hijo de desaparecidos volvía a vivir. Mientras tanto, en paralelo, abogados del sindicato, del CELS y de la Defensoría del Pueblo libraban una lucha difícil: la de los hábeas corpus. Como la inmensa mayoría de los detenidos no estaba a disposición de ningún juez y ni siquiera a disposición del Poder Ejecutivo, como lo establece el estado de sitio y, por lo tanto, eran simples secuestrados, la Federal negaba tenerlos presos.
Piumato se había comunicado con la jueza Servini de Cubría, que ese jueves logró parar la represión –por un rato apenas– presentándose en la Plaza de Mayo, y le pidió que ubicara al empleado desaparecido. La jueza hizo el reclamo en la comisaría segunda y se lo negaron. Antes habían hecho exactamente lo mismo con la abogada de la UEJN, Silvina Güerri, a quien un principal de apellido Lucero le dijo que no había ningún detenido De Pedro, mientras a su lado un oficial ayudante de apellido Blanco tenía en su mano la cédula de identidad de Wado.
Para ese entonces dos diputadas –Irma Parentella y María América González– se habían hecho presentes en la comisaría exigiendo revisar a los detenidos. Servini ordenó a los policías que las dejaran pasar a las celdas. Allí se encontraron nada menos que al defensor adjunto de la Defensoría de la Ciudad, Gustavo Lebergueris. Y él le dijo a la abogada de Judiciales que diera la pelea por Eduardo de Pedro, porque había visto el bolso del muchacho en el patio de la comisaría.
Para ese entonces el fotógrafo Damián Neustadt había llamado a la Defensoría a cargo de Alicia Oliveira denunciando el secuestro de Wado, que él mismo había fotografiado corriendo un grave riesgo. Eso puso en marcha otro hábeas corpus de los cinco que habría en total. Otros amigos y compañeros de Wado habían visto por televisión la cruenta captura.
A las 15 horas, casi cuatro horas después de la detención, la seccional segunda de la Policía Federal seguía negándole a la Justicia que Eduardo de Pedro estuviera detenido. Pero a esa hora salió de los calabozos de la Segunda el doctor Moras Mom, secretario del juez de instrucción Roberto Grispo –en quien finalmente había recaído la jurisdicción respecto al hábeas corpus de Wado– y le comentó a la doctora Servini de Cubría el curioso episodio del choque entre el taxi y el patrullero que llevaba un detenido.
Ignorante de todos estos movimientos, negado por la policía a la Justicia, Eduardo de Pedro continuaba su reposo en el Argerich. A las cuatro se le agregó un compañero de box y de militancia: un chico de una sección disidente de HIJOS de La Plata, que tenía un balazo de 38 en la espalda, entre la quinta y la sexta costilla. Y al que le debe haber causado poca gracia la rotunda afirmación del jefe de la Federal, Rubén Santos, ante los medios que lo atajaron en los tribunales de Comodoro Py: "La policía no tiene balas de plomo".
A las cinco de la tarde, Wado sufrió un desvanecimiento del que se recuperó rápidamente. A esa misma hora el juez Grispo ordenaba su libertad, directamente desde el Argerich, sin pasar por la comisaría segunda, en atención a las amenazas sufridas por el prisionero. El escrito, en el que ordena la liberación inmediata de otros sesenta detenidos, por encontrar que "no existe para cada caso concreto orden escrita de autoridad competente que justifique la detención de los beneficiados", es jurídicamente irreprochable y deja abierta la puerta para castigar a secuestradores y torturadores. ¿Será?

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