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La lucha continúa

Rebelión en las calles

Revista Ladran Sancho

Un análisis político de la rebelión popular del 19 y 20 de diciembre pasados nos muestra al sujeto popular movilizado y ejerciendo una efectiva presión sobre el poder. En esta nota, las características de una nueva etapa que se abre en la Argentina

El 19 y el 20 de diciembre algo cambió en nuestro país. Durante dos días las masas populares recuperaron su capacidad de acción política directa para exigir el fin de la larga década de consolidación neoliberal, inaugurada con Menem luego de la hiperinflación y los saqueos del '89.
Los sucesos que marcaron el colapso del alfonsinismo en el '89 estuvieron inmersos en una falta de poder político para imponer el programa de desnacionalización de la industria y destrucción de las conquistas de la clase obrera. Las clases dominantes ya habían definido su proyecto y logrado un consenso tras él, solo les faltaba un hombre que desde el estado tuviera la capacidad de imponer estas políticas y transformarse en un polo de traición que paralizara la resistencia popular: ese hombre era Menem y el justicialismo el polo de traición.
Hoy el bloque dominante está fracturado y los recambios del sistema están desgastados. Los terratenientes, la burguesía nacional (bloque productivo), la gran burguesía monopólica local y extranjera (beneficiarios de las privatizaciones y el capital financiero (representado por los bancos) no acuerdan un modelo que los satisfaga a todos y así se dificulta lograr una hegemonía política fuerte que encuadre al resto de la sociedad. La Alianza se quemó demasiado rápido para que las masas se olvidaran de que fue el PJ el que, con ínfimas disidencias, impuso el neoliberalismo en argentina. Además la ideología privatizadora está sepultada ante la clara responsabilidad de las empresas privatizadas, los bancos y las AFJP en el vaciamiento del país (consecuencia natural del libremercado en un país semindustrializado).
Pero, más allá de estos grupos hoy vistos como los principales responsables del saqueo del país, no debemos olvidar que el llamado bloque productivo aliado con la dirigencia sindical también fue responsable, como pilar fundamental, de la década neoliberal hoy finiquitada. Más allá de que ahora perdidosos en la carrera del capitalismo mundial agitan banderas nacionales y llaman a los trabajadores a apoyarlos (y Moyano concurre presuroso a aplaudir), ayer fueron los campeones de las privatizaciones y la flexibilización laboral.

Cambio de etapa


En este momento de crisis el accionar de las masas cobra una relevancia enorme. La movilización fue ajena a todas las estructuras preexistentes. Fue interesante ver el fracaso de los intendentes del PJ en capitalizar los saqueos movilizando a sus clientes mientras en verdadero pueblo libre de "manzaneras" seguía en las calles aprovisionándose para las fiestas. La ausencia de las centrales sindicales fue patética, ¿dónde estaba el combativo Moyano? ¿y la progresista CTA? La respuesta es evidente: las masas pateando el tablero no entran en sus cálculos políticos, entonces hay que evitar comprometerse e impedir la movilización de los trabajadores.

Pero más sorprendente es la ausencia de los movimientos de desocupados que fueron protagonistas de luchas sociales destacadas y escuela para muchos compañeros, más aun teniendo algunos de ellos una base democráticamente organizada. La izquierda tiene el mérito de haberse hecho presente pero sólo unos pocos comprendieron la naturaleza de la rebelión que se estaba dando y la acompañaron, otros prefirieron seguir con su marcha declamativa agobiados por las vidrieras de los bancos rotas.
La ausencia de organización política marca una clara limitación de este movimiento espontaneo de cara al futuro, pero es el factor que permitió una superación de todas las formas de lucha de los últimos años al romper con el corset que estas estructuras les imponían. Esto nos obliga a analizar esta rebelión popular como bisagra para un cambio de etapa ya que implica un salto en la conciencia de amplios sectores y puede ser el inicio de un proceso mucho más amplio.
Además, la carencia del horizonte político de un modelo de país alternativo es un déficit que debe necesariamente ser superado para encontrar una salida popular a la crisis. En su defecto toda esta energía combativa manifestada por amplios sectores de la juventud se perderá ante la reorganización del bloque dominante o en una salida por derecha que saque rédito del fracaso de las organizaciones populares de encontrar una salida de poder.
Recordemos que la violencia en sí misma no tiene ideología, la derecha militante ha demostrado históricamente saber hacer uso de ella para debilitar las instituciones parlamentarias corrompidas o débiles y en momentos de crisis revolucionaria (cuando las organizaciones populares fracasan en elaborar un programa o son derrotadas en la lucha) imponer una salida autoritaria y antipopular.
En este sentido podemos entender la presencia de grupos de derecha militante en el seno de movilizaciones o luchas contra el aparato represivo, donde la identidad de los participantes es claramente de izquierda, libertaria o popular. De la misma forma podemos interpretar el accionar de los ideólogos y divulgadores de la derecha, cuyo predicamento principalmente entre la "clase media" debe ser reconocido, con su mensaje dúplice de fomentar la movilización o la abstención electoral orientándola contra las instituciones representativas por un lado, pero llamando al orden, la multiplicación de las medidas de seguridad y la construcción de un gobierno fuerte o "profesional" que aplique el ajuste sobre la clase trabajadora por el otro.
Debemos entender también que hoy la "clase" política se encuentra desgastada, la UCR liquidada ante su propia base social y el PJ tiene su aparato fragmentado entre diferentes referentes que no consiguen captar la voluntad de un abanico de sectores dominantes lo suficientemente amplio como para darle solidez a su política, amén de que la clave de la opción de las clases dominantes por el peronismo se basó durante el menemismo en su capacidad de domesticar a las masas con recuerdos vaciados de un pasado remoto y que por ahora el PJ no tiene autoridad ante trabajadores y desocupados.
En este registro podemos leer la incapacidad de darle estabilidad a Rodríguez Saa (un caudillo paternalista y oligárquico del interior, sin fuerza en el partido, sin vinculaciones fuertes con los monopolios, vulnerable a la presión de las masas y con aspiraciones personales no admisibles) y la espuria y decadente rosca que llevó a Duhalde a la rosada para reformular un modelo capaz de salvar a todo el bloque dominante y garantizar la "paz social" (léase domesticar a los rebeldes).

La rebelión popular


Cuatro características hacen de las jornadas del 19 y 20 uno de los hechos políticos de masas más grandes de la historia argentina: la rebelión fue en todo el país, tuvo claros objetivos políticos, se esbozaron en ella elementos antiautoritarios, antineoliberales y antiimperialistas, contó con la participación en diferentes formas de amplias masas populares con un elevado nivel de combatividad en la lucha de calles.

La nacionalidad de la lucha es fácilmente verificable, saqueos prácticamente en todo el país al igual que movilizaciones y enfrentamientos con la policía en diferentes provincias desde los días anteriores y durante las mismas jornadas. Para ver la politicidad y la ideología de las masas movilizadas podemos desgajar el movimiento en tres partes: los saqueadores, el cacerolazo y los que vamos a considerar lo más avanzado del conjunto, los que marcharon y sostuvieron el cerco a la Plaza de Mayo hasta voltear al gobierno de De la Rúa.
La mecha se encendió en Mendoza y rápidamente se extendió por todo el país hasta llegar a la Capital Federal (que había sido inmune a los saqueos del '89). En los barrios pobres (la mayoría de los barrios actualmente) se comenzó a sitiar supermercados para exigir alimentos y luego a saquearlos, empezando primero por grandes supermercados (mejor defendidos) y siguiendo después por otros más pequeños. Es interesante ver cómo donde había movimientos de desocupados o estructuras organizadas éstas perdieron la oportunidad de darle a la movilización expropiadora de las masas trabajadoras objetivos mayores, más claros o más contundentes.
Creemos que la vieja lógica sindical de presión-negociación no sirve en este momento de crisis y las masas así lo comprendieron actuando con su propia dinámica. Es más, algunos adrede, por apostar al sistema (como Delía), otros por haber sido superados, terminaron actuando como contención. Esto quizás se deba a una interpretación del presente basada en la idea de que la lucha por el poder ha perdido sentido y que por ello a los militantes sólo les cabe acompañar las reivindicaciones y organizarlas desde lo pequeño, pero no construir proyectos alternativos para todos los trabajadores y luchar por imponerlos. De esta forma nunca construiremos una alternativa revolucionaria, seremos rebeldes perpetuos.
En el salto de lo reivindicativo a lo político está la clave del triunfo de la lucha popular, esto no sucedió en las organizaciones de desocupados pero sí en las masas que se movilizaron al centro. Las grandes masas argentinas hoy discuten política en sus hogares, y es ese nivel de conciencia el que debe ser capitalizado a nivel tanto político como reivindicativo.
Por otra parte, la composición social de las masas saqueadoras metropolitanas estuvo dada por trabajadores, desocupados y marginales, hombres maduros y mujeres, jóvenes y niños. Su ideología es difícil de definir, aunque el reclamo de un cambio en la política económica era generalizado en el país y es posible que fuera parte consciente de la acciones expropiadoras en sus sectores más avanzados; en cualquier caso la identificación del problema económico combinada con la movilización para conseguir alimentos por la fuerza marca una ruptura con diez años de quietismo y clientelismo de esos sectores. Sólo el tiempo y el trabajo político nos dirá la potencialidad de esta movilización.
La noche del 19 fue un increíble ejercicio del derecho de veto popular. Luego del extremadamente estúpido mensaje de De la Rúa en el cual anunciaba la continuación del plan económico con estado de sitio y un poco de comida para los más pobres, millones de personas de un amplísimo abanico social comenzó a golpear sus ollas. Desde San Isidro hasta Avellaneda, en todos los barrios donde hay edificios de departamentos de cualquier clase social (exceptuando los más exclusivos), pequeñoburgueses y trabajadores coparon las calles desafiando el estado de sitio, confluyendo en el centro y haciendo caer a Cavallo, hasta retirarse sólo con la represión luego de desafiarla durante horas. Este era sólo un ensayo del histórico combate que se libraría al día siguiente por la Plaza de Mayo (centro simbólico del poder y, a decir por la dureza con que fue defendida, quizás también del poder material) y que precipitaría la ignominiosa huida del sorete radical.
El hecho que a muchos nos sorprendió fue la incorporación de la "clase media" a la acción política directa: algo había pasado, el sostenido ajuste neoliberal destrozó al posmodernismo ideológico con la amenaza material de sumir en la pobreza al 80 por ciento de los argentinos (única forma de lograr el equilibrio de mercado, pero seguramente no el famoso déficit cero). Es evidente que estas masas no eran las mismas que en el mismo momento saqueaban y morían enfrentándose a la policía en los barrios populares, pero sin duda eran parte de esta gran rebelión nacional que en ese momento comenzó a tomar su forma política concreta: ocupar en núcleo geográfico del poder político, imponer su renuncia inmediata y exigir un cambio de signo en la política económica paralelo a la democratización real del poder (el pueblo sabe que quien tiene el poder político tiene una herramienta imprescindible para la implementación de cualquier mejora).

El ruido de las cacerolas


Ahora bien, si definimos "clase media" como una categoría cultural más que material, definida por las expectativas de sus integrantes de llevar un modo de vida que los acerque a modelos burgueses y los aleje de los proletarios, inmediatamente aparecerá ante nuestros ojos la limitación estratégica de ésta. No fue el hambre de los trabajadores, ni la entrega del país lo que la movilizó, fue la agresión a sus intereses inmediatos: la expropiación de sus depósitos bancarios. Esto es lógico, las masas de cualquier extracción social se movilizan inicialmente por intereses inmediatos, el tema es analizar la potencialidad y el signo del movimiento.

Un análisis de los cacerolazos nos permite ver que es una típica medida de la "clase media": no parece implicar un gran compromiso, puede ser anónimo, parece pacífico y requiere poco esfuerzo; es por ello que el reformismo político lo toma como una medida paradigmática para mostrar la existencia de consenso sin desafiar el poder. Pero esta vez el cacerolazo se transformó en una movilización de desafío al estado de sitio en el mismo momento que los saqueos arreciaban; así fue el galvanizador de y el piso necesario para que los sectores más combativos de la sociedad se unieran en la confrontación directa con la razón última del estado burgués: sus fuerzas represivas.
No debemos menospreciar a esas masas de clase media ya que a pesar de no ser en ninguna circunstancia (en la sociedad industrial) sujeto estratégico de la lucha, de ella se pueden desprender sectores importantes que aporten a la lucha revolucionaria (como así también a la reaccionaria). Más aún teniendo en cuenta que son los sectores que más sostuvieron su movilización, que salieron contra Rodríguez Saa y que siguen haciéndolo, aunque con menos fuerza, contra Duhalde.
Es aquí donde entra en acción este último y definitorio actor de estas jornadas: una masa sorprendentemente numerosa, decidida y antisistema, conformada por una mayoría de jóvenes (pero no únicamente por ellos) de clase media empobrecida, estudiantes, marginales y trabajadores no controlados por la burocracia, en su mayoría ajenos a toda organización política pero con algunas ideas claras basadas en un espíritu libertario, antiimperialista, nacionalista y guevarista.
Estos cuatro conceptos parecieran formar un cóctel de irreconciliable apariencia, pero todas estas ideologías vagamente asimiladas conformaban la identidad de la vanguardia combativa de la rebelión popular. Sin embargo, no debería sorprendernos que en un país del tercer mundo una bandera nacional pueda encabezar una protesta libertaria y antiimperialista; en última instancia lo que lo que los cuatro conceptos implican es una verdadera independencia. Debemos comprender que esta base ideológica es el punto de partida de para un trabajo que permita la elevación de estas masas movilizadas tras posiciones programáticas que le den a la lucha objetivos populares.
Es clave para la lucha futura generar polos de atracción para esta masa combativa y organizaciones que permitan desplegarla. Acá están los músculos de una política que salte de lo declamativo o claudicante hacia estrategias que conmocionen al sistema. No debemos intentar encuadrar todo en nuestros esquemas sino ser dialécticos y aprender del pueblo que nos está marcando un camino y una identidad.
Es quizás la ausencia de la clase trabajadora organizada (salvo valientes excepciones) la principal falencia de estas luchas. Es evidente la eficiencia como disciplinadoras de las burocracias de la CGT y el MTA por un lado; y el CTA por el otro. Con sus diferentes estilos buscaron la forma de estar ausentes y reencauzar la protesta (el CTA no está ni en los cacerolazos) o esperar que todo se calme para que la patronal los premie como buenos capataces (Moyano saludos a Vandor). Si toda organización popular tiene en jornadas de rebelión una tarea primordial como es incentivar la movilización de las bases para sumarlas a la lucha que será su mejor escuela, es evidente que los sindicalistas quieren mantener a sus bases lejos de la educación.

El desafío


En 1969 el pueblo cordobés se rebeló y abrió con su lucha una nueva etapa en la historia argentina; es cierto que la presencia de una clase trabajadora combativa y organizada, sumada al mayor nivel de politización legado de la resistencia peronista, marcan sustanciales diferencias con el momento actual, pero fue la irrupción masiva de las masas la que permitió la experiencia de lucha posterior. También en el 17 de octubre de 1945 la irrupción de las masas populares alteró el curso de la historia argentina. Pero hoy, a diferencia de aquellas jornadas históricas, no tenemos líderes, tampoco programas claros, está todo por construir.

El enemigo pretenderá reordenar su economía nuevamente a costa de las masas populares para reconstruir la "unidad nacional" del bloque dominante. Frente a eso nosotros debemos lograr la unidad patriótica de las clases populares tras un programa que haga pagar el costo de la reconstrucción de la argentina a los que se enriquecieron con el menemismo: nacionalización de la banca, recuperación de las empresas privatizadas y las AFJP, control estatal del comercio exterior y de los grandes grupos económicos y devolución de los derechos de los trabajadores; pero esto debe ser precedido por una profunda transformación de las instituciones con el establecimiento de una democracia real (una democracia bajo control popular) que elimine el abismo existente entre el estado y el pueblo, terminando con la autonomía de los "representantes" respecto de los electores que no es otra cosa que dependencia de los capitalistas.
Las jornadas del 19 y el 20 de diciembre de 2001 ya son parte de la memoria colectiva del pueblo y la experiencia no puede ser eliminada. Hoy todos discuten de política como no se hacía desde hace décadas, está rota la barrera de la indiferencia y la atomización impuesta desde los '80. La acción colectiva mostró ser eficiente, la tarea de la etapa es organizar la potencia combativa de las masas hacia la toma del poder fomentando la movilización en el sentido marcado hasta ahora, creando nuevas organizaciones o autosuperando las existentes para transformar la rebelión en revolución.

enero de 2002
Revista Ladran Sancho
Argentina (Trabajadores de Base, Uturuncos)

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