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La lucha continúa

El pueblo en las calles
Euler Conrado
Pimienta Negra

Un escenario que se había hundido en el olvido: el pueblo en las calles, no para comprar o vender algo, sino para saquear supermercados e imponer la caída de los gobiernos. Hasta donde se sabe, las manifestaciones callejeras en Argentina escaparon, durante algún tiempo, a la órbita de control de los partidos y los sindicatos. Millares de personas simplemente salieron a las calles como hace mucho no se ve en esta región del planeta. En Brasil, por ejemplo, las mayores manifestaciones de los últimos quince años, exceptuando aquellas lideradas por los sindicatos exigiendo mejoras salariales o las de las campañas electorales, fueron las promovidas por el MST. También estuvieron dominadas por una rígida jerarquía y apuntando a "presionar" al gobierno. El movimiento de la Argentina tiene una coloración más próxima a la década de los 60: se sabe cuándo comienza, pero no se sabe cuándo ni cómo puede terminar todo.
La perspectiva es desesperante no sólo para para los grandes empresarios, los políticos profesionales y los gobernantes de turno.También la izquierda tradicional tembló de miedo ante la posibilidad de que un movimiento social se llevase por delante el control de las estructuras burocráticas. Pues eso se contrapone a los proyectos de administración de la crisis del capitalismo en los cuales la izquierda formal está empeñada e implicada hasta la raíz. La llamada izquierda y los otros sectores de las élites se apresuran a presentar el diagnóstico de la crisis: ¡se trata de las consecuencias de la política neoliberal! El temor es que las "masas" descubran que todo está equivocado, el sistema como totalidad: la representación política, la democracia burguesa, la mediación del dinero en sus relaciones, etc., y quieran pasar por encima de todo.
No se nos escapa el contenido del movimiento en Argentina, que no debe ser sobreestimado para no crear grandes ilusiones acerca de este acontecimiento. Primero, el movimiento fue provocado por la desilusión de amplios sectores de las capas medias urbanas respecto a las políticas -y las promesas- coyunturales de los últimos gobiernos. Pérdida del poder adquisitivo, desempleo y aumento de la miseria se agregaron a un ambiente internacional de recesión, incluyendo al país que es el motor principal de la economía capitalista mundial, EE. UU. Ese contexto contribuyó para que una parte importante de la población argentina se lanzase a las calles. Segundo, las reivindicaciones presentadas en esas manifestaciones se limitaban aún al universo del orden burgués: fin de un gobierno para la elección de otro; fuera los corruptos, más empleo, fin del bloqueo de las cuentas bancarias, etc. Son banderas -algunas de ellas- que los movimientos sociales organizados vienen defendiendo desde hace algún tiempo. La diferencia está en la forma radical y sin el control directo de las jerarquías institucionales: partidos, sindicatos, etc. Esa característica, además, ha sido tal vez la principal responsable de la caída de varios presidentes en pocos días y de la inestabilidad actual. No es la crisis económica en sí lo que preocupa a las élites dominantes, sino el componente espontáneo, radicalizado, sin control, de las masas en las calles.
Cuando se leen los artículos de los portavoces de la llamada izquierda tradicional, se percibe que la primera preocupación tiene que ver con la formación de un mando, de una dirección. Lógico: en la cabeza de esa izquierda obtusa el pueblo no puede existir y manifestarse sin dirección, sin portavoces, sin representación. Los medios burgueses le hacen coro a esa tendencia centrando las noticias en el Congreso Nacional, donde se reúnen algunas decenas imbecilizadas de supuestos "representantes" del pueblo. Éste sólo existe en cuanto totalidad sin rostro: pueblo, clase, categoría, etc., son totalidades sociales que carecen de representación: partidos, sindicatos, jefes, etc. La autogestión directa de las personas no existe en la cabeza de las élites políticas de la derecha y la izquierda. Esto simplemente las volvería superfluas. ¿Para qué sirve un concejal, un diputado, un jefe de partido si las personas son capaces de reunirse en la plaza pública y decidir su propio destino?
Sin hacerse ninguna ilusión ante la posibilidad de que el movimiento popular en la Argentina sea cooptado por el universo del cual se mantiene prisionero -el de la revalorización del dinero según los patrones "normales" de la administración de la crisis-, así y todo no se puede dejar de destacar el dato positivo: el pueblo volcándose en las calles para protestar. Incluso teniendo conciencia de los límites "nacionales" de tal movimiento, no podemos desconocer el poder de contagio que podría provocar, sobre todo entre los vecinos: Brasil, Chile, Uruguay, Paraguay. Y en consecuencia, en toda América Latina.
Un movimiento de esta naturaleza puede llevar al cuestionamiento del sistema como un todo. La posibilidad abierta no es determinismo: puede ser que sí, pero también puede ser que no; o sea, puede incluso acabar reforzando tendencias conservadoras. El movimiento de masas, por más atrasado que sea -lo que no es el caso del movimiento en la Argentina- es mejor que ese tedio dominante en Brasil, con una élite hipócrita esforzándose por mostrar que todo va bien por aquì, salvo la desigualdad social y la guerra civil declarada -y banalizada por los medios de comunicación- entre los que ellos llaman "bandidos" y los chicos que se entregan al reparto de las riquezas sociales. Los aparatos armados -y mal-amados- de los dos lados dan la tónica final al enfoque de una prensa reduccionista que vive detrás de las paredes levantadas por la audiencia espectacularizada. Una mezcla de tedio, asco e hipocresía.
En la ceguera generalizada que domina al planeta, la preocupación mayor gira en torno a la cotización del dólar y el euro, o al empleo o al aumento salarial que ya no viene, mientras un tercio de la humanidad se muere en las periferias del mundo. En la ausencia de sueños y de utopías que trasciendan esa forma de vida, la sociedad busca saciarse en el consumismo vacío. Hay quien espera que la clase obrera renazca de sus cenizas; se levante y cumpla el papel que la biblia de la izquierda fosilizada determinó: que derroque a la burguesía, tome el poder y promueva una distribución más justa de las riquezas. ¡Crítica moralista del capital! El proletariado de Europa, que adquirió unas mejores condiciones sociales en el siglo pasado, no parece dispuesto a cumplir tal misión. Lucha por mantener su propio poder de consumo, mientras no sea descartado como pieza inútil. Corre atrás del neokeynesianismo y ha descubierto el paraíso en el infierno capitalista, sin importarle haber empeñado, a cambio, su alma al demonio del valor-dinero. Su existencia alienada está compensada por la tarjeta de crédito y el poder de compra de vida en los shopping center. El proletariado del tercer mundo corre literalmente detrás del prejuicio. La modernización tardía es lo que es: la tentativa de los pobres de acercarse a las condiciones de vida de sus parientes ricos. Coches de lujo importados y carros empujados por seres humanos conviven con naturalidad, ningún paisaje ofuscado por la humareda cenicienta de los autobuses abarrotados de proletarios y desocupados.
Otra variante producida por la dinámica del mercado es el terrorismo. Las acciones espectaculares de pequeños grupos, en sustitución de las "masas" sin rostro, no difieren mucho - a no ser por los métodos- de la acción de los partidos que se presentan como salvadores de la patria. En el ambiente de presión y miseria del Oriente Medio, se espera que salvadores tipo Bin Laden eliminen al dragón del mal, representado por EE.UU. e Israel. Por aquí, se espera que el peronismo en la Argentina y el peteísmo de Lula en Brasil derroten al dragón del neoliberalismo. La espera religiosa de un Mesías que desciende de las nubes para salvar a la humanidad es semejante también a la creencia, por parte del marxismo ortodoxo, de que el proletariado se levantará contra los capitalistas. No existe la confianza de que las personas, ellas mismas -sin el ropaje de "clase" o de uniforme militar-, reunidas aquí y allá, sean capaces de unirse para imponer una transformación radical de la sociedad. Algo que trascienda al capital. Que termine con la mediación de las relaciones sociales por el trabajo- abstracto, por el valor-dinero; que represente el control y la autogestión directa de las personas (ya no proletarios o burgueses, sino seres humanos) sobre las fuentes de la vida; que establezca una relación que vuelva inútil la representación política separada de la sociedad; que vuelva igualmente superflua la existencia de una fuerza militar separada; que ponga fin a las fronteras nacionales y establezca lazos de solidaridad y amistad entre los pueblos del mundo; que cese la lógica del trabajo como mediación y "centralidad" de la vida de las personas. Acabado el dominio del valor-dinero, las cosas serán producidas de acuerdo con las necesidades humanas, sin los criterios cuantitativos de distribución, propios de la forma-mercancía. Habrá lo suficiente para todos: condición para que cada uno exista en su singularidad, y ya no más como portador ambulante de la mercancía trabajo-abstracto -vivo o muerto-, sino como ser humano.
Puede parecer utopía. Y de hecho lo es: utopía en el mejor sentido. Bien distinta, por lo demás, del realismo dominante que no permite a la humanidad avizorar otro horizonte que no sea el de matarse en la competencia, en la búsqueda desesperada de dinero como un fin absoluto en sí mismo. Es el resultado de las razones iluministas. En el reverso de la crítica al misticismo feudal, el cientificismo instrumental engendró la mayor de las mistificaciones: la de que el valor-dinero y de todo lo que a él está ligado son naturales y eternos.
En cuanto a la Argentina, aun si el movimiento en las calles no resulta en nada nuevo, habrá servido al menos para mostrar que el pueblo, o mejor, las personas, no están muertas, incluso cuando son muertas por las bayonetas de la represión. Que son capaces de renacer y que, en una de ésas, podrían pasar por encima de todo cuanto parece previsible y escribir con otra tinta su propia historia.
Euler Conrado, Krisis (Alemania), edición brasileña, enero 2002. Trad.: R. D.
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