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Argentina: La lucha continúa

14 de septiembre del 2002

La represion de los empresarios
La (verdadera) pastilla de cianuro

Gabriel Fernández
politicaconosur

La lectura de los casi cinco mil documentos reservados sobre la dictadura militar que fueron desclasificados por el gobierno de los Estados Unidos puede ser imposible en breve lapso, pero su repaso no. Es válido recorrer los ítems hasta encontrar algunos de real interés, que quizás promuevan reflexiones hondas sobre pasado y futuro argentinos: suponer que estamos ante informaciones conocidas, por el simple hecho de tratarse de datos que la militancia popular maneja, implica desperdiciar una ocasión importante para analizar lo que pasa, e intentar salir al cruce de probables retornos tan cíclicos como enfermizos.
Uno de los documentos, fechado en 1977, da cuenta de la íntima vinculación entre las empresas argentinas y la represión militar. El informe de la Embajada norteamericana no deja lugar a dudas: "Las desapariciones son el resultado de operaciones de inteligencia realizadas por agentes de la Escuela de comunicaciones de Campo de Mayo. Hay mucha cooperación entre la patronal y las fuerzas de seguridad, con el objetivo de eliminar infiltrados terroristas en las fábricas y minimizar el riesgo de agitación laboral".
El caso más evidente del período, que la representación yanqui decidió marcar cual ejemplo de lo ocurrido, fue el de Lozadur, fábrica de cerámicos de Bella Vista. Allí las fuerzas dictatoriales secuestraron 19 obreros, según la orientación sugerida por la misma dirección de la empresa. Viene bien la mención específica, porque a partir de allí podemos entender que se trata de un problema vigente que los argentinos necesitamos resolver: es claro que los Estados Unidos cooperaron con el golpe y los crímenes, así como es transparente que las grandes multinacionales, las franjas oligárquicas terratenientes y el sector financiero impulsaron y usufructuaron el movimiento. Pero no es menos cierto que el empresariado argentino colaboró con entusiasmo.
Señalar esta cuestión es trascendente por dos motivos centrales y algunos derivados. Por un lado, ese segmento empresarial zafó con cierta elegancia de los profundos y justos cuestionamientos recibidos por muchos militares, políticos y medios de comunicación debido a su accionar durante el tramo 1976 - 1983. Por otro, ese mismo sector fue damnificado grandemente por las políticas económicas impulsadas por la franja hegemónica -nítidamente desnacionalizadora-ya que sus actividades estaban vinculadas al mercado interno. Cuando planteamos este comentario, asentado en la información precedente, lo hacemos hilvanándolo con los trabajos anteriores sobre la conciencia nacional. (*)
El empresariado argentino existió, más allá de su concepción. De hecho, a partir de mediados de los años 30 y con especial impulso en la década peronista (46 - 55), se fue gestando una industria local poderosa, que abarcaba casi todos los rubros relacionados con el consumo de las grandes masas populares. Ese creciente espacio económico no frenó su expansión en los años 60 debido al sostenimiento relativo de la capacidad adquisitiva de la población y a la continuidad de un régimen educativo que le proporcionaba técnicos, científicos, investigadores y obreros especializados de altísima capacitación.
Las corrientes populares surgidas en ese período de nuestra historia tomaron en cuenta este proceso aunque la imagen pública difundida hoy pretenda indicar lo contrario. El peronismo revolucionario, la izquierda nacional, pero inclusive el socialismo revolucionario en sus distintas acepciones, efectuaron planteos y acciones que evaluaban la liberación como cauce básico de sus rumbos, y la defensa de la pequeña y mediana industria local como un camino adecuado que debía ensamblarse con los intereses colectivos. El debate sobre la anulación integral y absoluta de la propiedad privada resultó, en verdad, un planteo general hacia el largo plazo esgrimido por algunas organizaciones, pero no se manifestó en la práctica política de las mismas.
Para ir a fondo al respecto y despejar algunas dudas, precisemos que aún el Partido Revolucionario de los Trabajadores tomaba en cuenta esa distinción y que las diferencias con las vertientes peronistas y nacional populares al respecto no pasaba, en los hechos, de constituír un matiz. Importante a la hora del debate estratégico, intrascendente al momento de luchar por un nuevo programa económico progresivo e inclusivo. Entre las organizaciones peronistas, se registró una dualidad al respecto entre Montoneros y el Peronismo de Base, pero su derivación no fue más lejos que la polémica sobre la actitud a seguir ante las estructuras orgánicas del Movimiento Nacional Justicialista.
Pero vamos más lejos: los delegados de fábrica -aproximadamente el 50 por ciento de los desaparecidos tienen ese origen-poseían vinculaciones relativas y no necesariamente estrechas con esas organizaciones. Por lo común, se trataba de peronistas, socialistas e independientes que se encontraban directamente abocados a la defensa gremial de sus compañeros de trabajo; enmarcaban esas acciones en una concepción general popular que presentaba variadas aristas, pero que en todos los casos bregaba por un mejoramiento de los niveles de vida de la población. Digámoslo: el alza del consumo en el primer lustro de los 70 se debió --¡también!-al éxito de las luchas sindicales en particular y populares en general; la creciente de la empresa nacional en ese período está directamente imbricada con ese avance social.
Bien: los testimonios de los delegados sobrevivientes y en ocasiones de los mismos empresarios resultan perturbadores. En todo el período es claramente detectable la preocupación de los patrones argentinos por el perfeccionamiento de la organización gremial de base, por los pedidos puntuales de los asalariados (básicamente destinados a sostener el salario ante la inflación, a mejorar la seguridad laboral y a considerar el tema de la higiene y la salubridad en general), sin tomar en cuenta que sus beneficios estaban absolutamente ligados al poder de compra de la sociedad y sin considerar la existencia de un "mundo" externo con procesos productivos avanzados, que ante cualquier esbozo de apertura podía invadir en mejores condiciones el territorio local.
La aquiescencia de esta franja -con excepciones, por supuesto-para con el golpe de Estado de 1976, para con la política represiva (como queda claro) y para con el programa fundacional planteado por José Alfredo Martínez de Hoz, pero especialmente la asimilación de sus dirigentes al ideario liberal que empezaba a renacer con energía inusitada, habla a las claras de una mentalidad empresarial lisiada, de una alienación profunda que confundía el interés del oligarca y el financista con el propio, y de una formación cultural, humana y patriótica sumamente deficiente. Todo esto derivó en la cooperación con un genocidio que a su vez se constituyó en un gigantesco autoboicot del empresariado argentino, con muy pocos antecedentes en el planeta.
Aquí efectuamos algunas aclaraciones de importancia. En principio, este artículo no propone un análisis del comportamiento de cada organización revolucionaria ni de cada segmento sindical. Esboza un trazo grueso comprobable: los empresarios argentinos estaban bastante más seguros en el período de auge de la "guerrilla" que en el actual tramo con control de la policía bonaerense, que busca fondos mediante secuestros. Luego, no suponemos que todos los empresarios actuaron igual, ni que a todos les aguardó el mismo destino: hubo dignos ejemplos de hombres valientes y honrados, y se registraron a lo largo de estos años casos de empobrecimiento, de fusiones, de quiebras, de ventas exitosas. Pero esas empresas -Lozadur es un buen ejemplo-ya no fueron lo que eran, por responsabilidad directa de sus propios dueños.
En la Argentina han estallado varias certezas y no pocas estructuras. Los conceptos liberales, en ocasiones aggiornados por un neoliberalismo de vasta difusión, en otras repantigados sobre un conservadurismo moralero, siempre atravesados por el rentismo y la falta de audacia emprendedora, están siendo cuestionados por una parte mayoritaria del pueblo argentino. Sin embargo, no se percibe una revisión por parte de los pocos estamentos empresariales locales que han quedado deteriorados pero en pie. No emerje un mea culpa por lo actuado durante la represión, pero tampoco -y esto es en verdad grave con vistas al futuro-una reelaboración de preceptos económicos en base a los intereses propios.
Los intereses propios pueden desgajarse en lo social - regional y en lo empresarial nacional. No le pidamos peras al olmo (los empresarios argentinos tendrían que estar preocupados por la gestación de un nacionalismo latinoamericano vasto, incluyente del MERCOSUR y de las masas que allí -aquí-habitan), pero sí al menos un sinceramiento acerca de la relación directa entre sueldo y comprador para la posibilidad de poner en las góndolas un producto de venta al público. La preocupación transmitida en esta nota es simple: hay cosas demasiado evidentes que los empresarios argentinos siguen sin comprender. No es una preocupación inocente, que olvida el "interés de clase": lo grave del asunto es que, precisamente, lo contempla.
¿Cómo se evidencia la continuidad del "error" del empresariado durante la dictadura? Por un lado, en la actitud de algunas de sus cámaras ante el tema de la seguridad, por otro, en el respaldo de muchos de estos sectores a los candidatos políticos que persisten en un discurso neoliberal, también, en el apoyo a espacios comunicacionales que batallan por su hundimiento, y finalmente, en el torpe despliegue de una idea fuerza que releva al genuino nacionalismo: "la solución está en exportar". En lugar de aspirar a dominar un mercado de 40 millones de personas -insistimos en que aún eso merece considerarse escaso si se dimensiona la gran ocasión que representa el MERCOSUR-prefieren complicadas articulaciones en busca de "nichos" externos, volátiles como el tipo de cambio y las regulaciones protectoras de los países a los que arriban.
Los documentos desclasificados por el gobierno estadounidense -4.677, para ser exactos-han sido receptados con escasa sagacidad por las corrientes políticas que se verían beneficiadas por su difusión. Tal vez muchos de los debates cruzados en el seno del campo popular -alianzas, sumatorias, proyectos, límites-se verían beneficiados por el abordaje intenso, con ejemplos concretos, de un pasado fastidioso y tan cercano. Hay algo seguro: la expansión de este tipo de consideraciones, inclusive hacia sectores empresariales que pretenden "jugar" en la política local, resultará favorable a quienes no sólo desean salir del atolladero sino que necesitan lograrlo así como precisan del aire para respirar.
(*) Nos referimos a los artículos "La vuelta del zonzo", "Una fresca mañana" y "Hacia el fin del mitrismo", entre otros trabajos del año en curso.