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Argentina: La Lucha continúa

9 de julio del 2002

La verdadera crueldad de la crisis argentina

Morir de frío en un país caliente
Elio Brat

Rebelión
La noticia, una más en medio de tantas tragedias en las que se ha convertido la Argentina de hoy -¿será la materialización real y cruda de lo que Pino Solanas llamó "Tanguedia" en "El exilio de Gardel"?-, cuenta que una bebita de tres meses murió de frío hace unos días en un barrio obrero de Moreno, en el oeste del Gran Buenos Aires. Con esta argentinita que ni siquiera alcanzó a conocer lo que es la vida, suman nueve los muertos por la ola de frío que se instaló a mediados de junio en el país. Y cuatro son o fueron menores como la pequeña bonaerense de Moreno. Pero la pregunta que queda picando en el medio es: a esta pibita ¿la mató el frío?... Porque según informó la fundación Poder Ciudadano "la pequeña falleció a las siete de la mañana, en su casa de zinc ubicada en el barrio Pfizer, frente al laboratorio del mismo nombre, a causa de las bajas temperaturas". Sigo preguntándome: ¿cuántos antibióticos, vitaminas, jarabes o lo que a usted se le ocurra había enfrente de esa casa en Moreno para salvarle la vida a esa pibita? Y vuelvo al cuestionamiento inicial: ¿se murió de frío o por otra cosa? Sigamos con las noticias de ese mismo día: en la localidad de Guernica, al sur de Buenos Aires, un matrimonio y sus dos hijos de uno y tres años murieron carbonizados al incendiarse su casa "queriendo combatir el intenso frío con precarios artefactos de calefacción". Eso también por la mañana. Y por la tarde un joven de 23 años falleció por la inhalación de monóxido de carbono que salía de un brasero con el cual pretendió calentarse. Fue en el oeste bonaerense. San Antonio de Padua, partido de Merlo.
Y si quieren enterarse más de una larga lista negra que refleja el espejo de una Argentina que por estos días mata a su gente, les cuento que por esas mismas horas se produjeron las muertes por asfixia de un padre y su pequeña hija de dos años en una casa de Altos de Laferrere, partido de La Matanza. Y otro incendio, en una casilla humilde de Hudson, camino a La Plata, trajo como resultado el fallecimiento de su ocupante, un hombre de treinta años de edad.
Podemos seguir contando más y más acerca de la tragedia que en estos días envuelve a la mitad –sí, la mitad- de la población argentina. Porque si uno registra la fría estadística que dice que uno de cada cuatro argentinos que pueden o están en edad de trabajar no tienen ni pueden conseguir trabajo, se queda mucho más perplejo cuando entiende o se hace la idea de lo que significa que unos 18 millones de argentinos son pobres y sufren la pobreza. Y entre ellos, hasta hace poquitos días, se contaban la pibita de Moreno que no superó los tres meses de vida, la familia de Guernica, el carbonizado de Padua y los argentinos de La Matanza y Hudson... Y decir ellos es lo mismo que decir los pibes que se desmayan de hambre en las escuelas de la provincia de Tucumán, o los desnutridos de Salta, Jujuy, Formosa y El Chaco, sin olvidarnos de los que también se mueren de frío en Río Negro, Neuquén, Chubut y Tierra del Fuego.
Pero hablar de la "tragedia argentina" –y no de la que les preocupa a los mercaderes del poder cuando hablan y se preocupan acerca de lo que ellos llaman el "efecto tango"- es hablar esencialmente de una injusticia total, donde esa torta que se llama país se la están comiendo muy pocos, dejándole las migajas a millones que ni siquiera han sido invitados al convite.
Mas por estos días que vivimos los argentinos el miedo sacude a todos, no importa en que estrato social estén ubicados. Y una pregunta da vueltas y vueltas por todas las redacciones, aulas, fábricas (las pocas que quedan en pie) y en la calle: ¿cuándo? O mejor dicho ¿hasta cuándo? ¿cuándo puede reventar todo? ¿Hasta cuándo la gente...? Por eso, en un país que tirita de frío, es curioso que la mayoría de la gente esté llena de calentura.
Quisiera terminar con algo que todavía resuena en mis oídos y que dijo hace pocos días por estos pagos patagónicos, en marzo de este año, el escritor/ periodista y contador de historias uruguayo Eduardo Galeano: "Para no ser mudo hay que empezar por no ser sordo".
Y aplicando esto que dice Galeano a la Argentina donde pasó y siguen pasando hechos como los que impulsaron a realizar esta nota, se podría decir que detrás de todo lo que nos está pasando, hay muchos que se van a quedar mudos de todo lo que puede llegar a pasar mientras ellos siguen solamente hablando y hablando... Y que seguramente van a quedar sordos del ruido que hagan los que hoy "parece" (nada más que parece) que están mudos.