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Argentina: La Lucha continúa

Movimiento Campesino de Santiago del Estero

En el camino de las grandes victorias

Por Martin Obregón

La provincia de Santiago del Estero es una de las más postergadas de la Argentina. Gobernada por el juarismo desde hace más de medio siglo, su ingreso por habitante se ubica entre los más bajos del país y casi el 40% de los santiagueños vive con las necesidades básicas insatisfechas.
En un contexto caracterizado por el caudillismo, el clientelismo político y el tráfico de influencias, destaca, en las zonas rurales, donde la pobreza y la desigualdad social confieren al paisaje sus rasgos distintivos, la experiencia de una organización que lleva más de una década luchando por los derechos de los pequeños productores familiares: se trata del Movimiento Campesino de Santiago del Estero (Mocase), una organización que apuesta al crecimiento a partir una construcción de base, democrática y participativa, por fuera de las estructuras partidarias o sindicales tradicionales.
En la actualidad suman 16000 las familias campesinas que viven en el territorio de Santiago del Estero. Para la mayoría, el problema central es la tenencia precaria de las tierras en las que viven y trabajan desde hace décadas.
El de la tierra es un problema recurrente en un territorio cuya historia está signada por el despojo y la explotación. Desde fines del siglo XIX, en pleno auge del modelo agroexportador, grandes empresas dedicadas a la explotación de la madera amasaron fabulosas ganancias a costa de la reducción a la servidumbre de la mano de obra nativa, el avasallamiento de sus costumbres y la degradación del monte.
En los últimos años, al calor de ciertos cambios climáticos y de condiciones de mercado más favorables, se ha verificado una expansión de la frontera agropecuaria. En este contexto, han hecho su aparición grandes terratenientes que con títulos de propiedad adquiridos muchas veces en Buenos Aires, pretenden desalojar de la tierra a las familias campesinas que la habitan desde hace generaciones.
Si bien la legislación vigente reconoce el derecho a la propiedad de las tierras a aquellos campesinos que durante 20 años las hayan habitado y realizado ciertas mejoras (cercos, represas, caminos, etc), exige para el otorgamiento de los títulos una serie de trámites administrativos cuyo costo escapa a las posibilidades económicas de los pequeños productores minifundistas.
El conflicto por la tierra se ubica, entonces, en el centro de una lucha que excede lo meramente reivindicativo: lo que viene a expresar ese conflicto es el choque recurrente entre una cultura campesina donde no rigen los criterios de la acumulación capitalista y una lógica capitalista que vuelve a la carga cada vez que el mercado torna rentables determinadas producciones.
La población rural de Santiago del Estero vive en una pobreza extrema. Al campo no llega el agua corriente ni la electricidad, la atención sanitaria -cuando la hay- es insuficiente y el ciclo escolar se caracteriza por su irregularidad.
Además, los pequeños productores se ven obligados a vender sus productos a precios mucho más bajos que los del mercado, ya que los compradores especulan con la necesidad de vender que tiene la familia campesina. Así, por un cabrito recién carneado que lleva a la ciudad y que vale en realidad 15 pesos, el pequeño productor termina aceptando 10 o 12, ante la imposibilidad de regresar al campo sin haber realizado la venta.
Esa situación, producto de largos años de postergaciones y derrotas, es la que se propone revertir la lucha del Mocase.
Acerca de los orígenes del Mocase
En la región de Los Juríes y en la región de Quimilí hunde sus raíces el Movimiento Campesino de Santiago del Estero.
En la primera de esas regiones se intensificaron, desde mediados de los ochenta, los conflictos entre campesinos y terratenientes por la tenencia de la tierra. Las pretensiones de grandes empresas como Mimbres S.A o Jungla S.A. chocan con la resistencia de las comunidades campesinas, que organizan en 1989 la primera Marcha por la tierra y conforman la Comisión Central de Campesinos de Los Juríes.
Paralelamente comienza a madurar en la zona de Quimilí un proceso de acercamiento entre diferentes comunidades de la zona, proceso en el que jugaron un rol importante los técnicos de la Cenepp (Comunidad en experiencias de producción popular) y que derivó en la creación, el 6 de agosto de 1989, de la Comisión Central de Pequeños Productores "Ashpa Sumaj".
Además de los problemas vinculados con la tenencia de las tierras, otros problemas, relacionados con la producción y la comercialización o con la falta de recursos (agua, herramientas, caminos) profundizaron el acercamiento entre las distintas comunidades.
Un año más tarde, el 4 de agosto de 1990, surge formalmente el Mocase, un movimiento cuyos objetivos políticos se vinculan con reivindicaciones de larga data.
El movimiento postula explícitamente la defensa del derecho de los campesinos a la posesión de la tierra, a la soberanía alimentaria, a la salud, a la educación, el acceso al crédito y a la tecnología, a obtener precios justos por sus productos y a estar representados democráticamente.
La lucha del Mocase adquiere un carácter integral: lo que está en juego no son solamente aspectos reivindicativos sino toda una forma de vida..
Para el campesino la tierra es mucho más que un medio de producción: es la vida misma. El monte cumple en la vida cotidiana de los campesinos un lugar central: es una barrera natural contra la contaminación y contra ciertas enfermedades, los protege de los calores agobiantes, extraen de él yuyos y hierbas medicinales, les proporciona sombra para los animales y leña seca. Es por eso que el campesino no concibe el desmonte de grandes extensiones para ampliar la frontera agrícola. Esa es, en cambio, la lógica de los terratenientes.
La lucha de los campesinos se entronca, por un lado, con una fuerte conciencia de preservación del medio ambiente, que se traduce en las constantes denuncias acerca de la degradación de los suelos, la utilización de transgénicos o la contaminación de las aguas generadas por los agroquímicos, y por otro lado, con la defensa de una identidad cultural, como lo ponen de manifiesto los diferentes proyectos de recuperación de la lengua quechua.
En poco más de 10 años de lucha, y a pesar de los esfuerzos del poder político para desarticular el movimiento -ya sea a través de la represión directa o de diversos mecanismos prebendísticos-, la organización se ha extendido por todo el territorio santiagueño, nucleando a más de 7000 familias campesinas.
La estructura organizativa del Mocase
El Movimiento campesino de Santiago del Estero se compone de tres instancias organizativas:
La comisión de base: agrupa a los campesinos de una misma comunidad, donde se discuten las problemáticas de la zona y se eligen a los representantes para las centrales campesinas.
La Comisión Central Campesina: está compuesta por las distintas comisiones de base y asume la forma de una regional. A su vez, cada central envía representantes a la Mesa del Mocase.
Mesa del Mocase: es la instancia de decisión a nivel provincial. Todas las decisiones de la Mesa deben ser refrendadas por las centrales y por las comisiones de base.
La lucha por la tierra
Por lo general, tanto el nacimiento de las centrales campesinas como la incorporación de las familias al movimiento se vincula con la defensa de la tierra. Ante la amenaza de desalojos por parte de los terratenientes, los campesinos se organizan y se preparan para resistir.
Las ventajas de la organización se perciben de inmediato. El Mocase proporciona, por un lado, asesoramiento jurídico y, por otro lado, el apoyo de toda la comunidad al momento de evitar un desalojo -apoyo que se traduce, muchas veces en acciones directas vinculadas con el derecho de autodefensa-. Desde los primeros tiempos se hizo patente la posibilidad de obtener loteos y evitar desalojos a partir de la organización. Por otra parte la existencia del Mocase y los vínculos que ha establecido con diferentes organizaciones -no sólo del país sino también del exterior- limita fuertemente la arbitrariedad del poder, en este caso de policías y jueces.
Terratenientes, jueces, policías y topadoras
En toda la provincia, la confrontación entre los campesinos que ocupan las tierras y los terratenientes que dicen ser sus dueños asume formas similares.
El terrateniente llega a la zona con títulos de propiedad de las tierras (falsos o adquiridos en otra parte) y exige a la familia campesina que abandone el lugar. Por lo general los terratenientes ofrecen a cambio de que se reconozca su derecho a la propiedad del lote en cuestión, una pequeña cantidad de tierra, 50 hectáreas por ejemplo, a todas luces insuficientes para una economía de subsistencia.
Durante muchos años, debido a la falta de organización de los sectores campesinos y la imposibilidad de contar con el asesoramiento adecuado, los terratenientes se quedaban con las tierras. El campesino veía ante sí a un enemigo demasiado poderoso, que contaba no sólo con dinero sino con el apoyo de los jueces y de la policía. El trabajo del Mocase en la concientización de los campesinos ha sido decisivo y cada vez son menos los que ceden a las presiones y aceptan la negociación individual.
En muchas ocasiones, ante el fracaso de estos intentos, los terratenientes acuden a la fuerza, con herramientas proporcionadas por el poder judicial y el aparato represivo de la Provincia. Es el tiempo de las topadoras, manejadas por peones de las firmas interesadas en los lotes, custodiadas por efectivos de la policía y amparadas por órdenes de desalojo firmadas por los jueces de la zona, que se proponen derribar los alambrados y los ranchos de los campesinos.
Pero es también el tiempo de la resistencia. La topadora ha pasado a ser el símbolo de la arbitrariedad y del despojo. A lo largo y a lo ancho del Chaco santiagueño las familias campesinas han puesto su cuerpo delante de las máquinas y han exigido que se retiren. Si las topadoras son el símbolo del despojo, las carpas levantadas por los campesinos son el nuevo símbolo de la resistencia. Desde la carpa negra, levantada el 12 de octubre de 1998 en el paraje La Simona, existen hoy en toda la provincia 12 carpas de resistencia. La dura represión de que han sido objeto los campesinos no ha conseguido quebrantar la voluntad de lucha de las comunidades.
Producción, comercialización y educación
El Mocase está formado por centrales campesinas que fueron surgiendo en diferentes épocas, lo que hace que cada una de ellas adquiera rasgos diferentes en función de los años transcurridos y de las características de cada lugar.
Si la defensa de la tierra constituye, como se ha visto, la reivindicación más temprana, es posible constatar que con el tiempo, en torno a esa reivindicación básica van surgiendo otras cuestiones que son asumidas por las comunidades campesinas.
En la zona de Quimilí, por ejemplo, donde la central campesina cuenta ya con 12 años, se ha avanzado en el tema de la producción y la comercialización en forma cooperativa, como así también en el tema de la sanidad caprina y en la cuestión de la formación de dirigentes.
El trabajo conjunto de técnicos y campesinos ha redundado también en un conjunto de emprendimientos productivos en diferentes zonas de la provincia, que van desde una fábrica de dulces hasta una carpintería que funciona con energía solar.
La cuestión educativa es otra de las prioridades del Mocase, que exige que se incorporen en las escuelas públicas contenidos que tengan en cuenta aspectos vinculados a la historia de las comunidades campesinas y a la problemática del campo.
La creación de la Universidad Campesina, a partir de un convenio firmado con una Universidad Politécnica de Cataluña, se inscribe en esta preocupación por la cuestión educativa. Allí se dictan distintos cursos para los campesinos de la zona a cargo de docentes universitarios que arriban a la zona.
Acerca de la radicalidad política que subyace a la experiencia del Mocase
La misma se pone de relieve en varios planos: en primer lugar cabe destacar la capacidad de la organización para combinar y utilizar alternativamente diferentes formas de lucha.
Como se ha señalado anteriormente, frente al ataque de los terratenientes los campesinos ejercen su derecho de autodefensa a través de la acción directa pero sin abandonar en ningún momento los espacios jurídicos.
Por otra parte, las demandas del movimiento se expresan también en ciertas manifestaciones populares como la peregrinación al santuario del Señor de los Milagros en Mailín. Desde 1997, diferentes comunidades campesinas recorren todos los años más de 120 kilómetros para llegar hasta el santuario y hacer un pedido por las tierras.
De esa manera, los reclamos de los campesinos confluyen con las tradiciones ancestrales del pueblo santiagueño.
El Mocase ha dado pasos importantes al momento de coordinar y articular políticas con otras organizaciones campesinas y con otros sectores de la sociedad. Desde 1996, integra la Mesa Nacional de Organizaciones de Productores Familiares junto con la Red Puna (Jujuy), el Movimiento Campesino de Formosa (Mocafor), el Movimiento Agrario de Misiones (MAM), y la Asociación de productores del norte de Córdoba (Apenoc), entre otras organizaciones. Además, el Mocase forma parte de la CLOC, la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo, y de la Vía Campesina, una instancia de coordinación internacional de diferentes organizaciones que luchan por la reforma agraria y la transformación social.
Paralelamente a este proceso de articulación del sector campesino del norte del país, el Mocase ha avanzado en la coordinación con otros sectores de la sociedad, como lo pone de manifiesto su participación en la Mesa de Tierras, un espacio donde se discuten propuestas en torno al problema de la tierra, junto con la Pastoral Social de la diócesis de Santiago del Estero y otros sectores de la sociedad.
La experiencia del Mocase invita a reflexionar, por último, en torno a una cultura política de nuevo tipo, y sin duda allí radica toda su potencialidad. El movimiento apuesta al desarrollo de las comunidades de base y promueve la participación plena de los jóvenes y de las mujeres. Existe una marcada preocupación por garantizar la rotación en los cargos y por promover la formación de los futuros dirigentes.
En muchas comunidades, las prácticas democráticas y participativas que caracterizan al movimiento confluyen con una fuerte tradición comunitaria, que posibilita por ejemplo el uso comunitario de la tierra para el pastoreo de los animales.
Los señalados son apenas algunos elementos que dan cuenta de la radicalidad política de esta organización campesina, pero para quien haya tenido la oportunidad de visitarla resulta evidente que su fortaleza reside en la convicción militante de sus integrantes, que han aprendido también el arte de la paciencia. En una de las puertas de la casa de un entrañable campesino de la zona de Pinto se lee: "... y la victoria crecerá despacio, como siempre han crecido las grandes victorias".
En el fondo, la cuestión es sencilla: los campesinos del Mocase están seguros de la justicia de su lucha. Y además, en esa lucha, les va la vida.
enero de 2002