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Medio Oriente

17 de septiembre del 2003

La revolución sionista ha muerto

Avraham Burg
Yediot Aharonot
Traducido para Rebelión por L.B.
El sionismo ha muerto y sus ejecutores están instalados en los sillones del Gobierno en Jerusalén. No pierden una sola ocasión para hacer desaparecer todo lo que había de bello en el renacimiento nacional.

La revolución sionista se sustentaba en dos pilares: la sed de justicia y un equipo dirigente sometido a la moral pública.

Ambos elementos han desaparecido. La nación israelí no es ya sino un informe amasijo de corrupción, opresión e injusticia. El fin de la aventura sionista está ya a nuestras puertas. Sí, ahora ya es probable que nuestra generación sea la última del sionismo. Después de ella quedará aquí un Estado judío irreconocible y odioso. ¿Quién de nosotros querrá ser patriota de semejante Estado?

La oposición se ha desvanecido, la coalición permanece muda, Ariel Sharon se ha atrincherado tras un muro de silencio. Esta sociedad de charlatanes impenitentes se ha hecho afónica. Simplemente, ya no queda nada más que decir. Sólo nuestros fracasos son estrepitosos. Es cierto, sin duda, que hemos resucitado la lengua hebrea, que nuestro teatro es excelente, que nuestra moneda aguanta bien, que los cerebros judíos no cesan de causar asombro y que cotizamos en el Nasdaq. ¿Para eso hemos creado un Estado? No, el pueblo judío no ha sobrevivido para inventar armas sofisticadas, instrumentos de irrigación gota a gota, programas de seguridad informática o de sistemas antimisiles. Nuestra vocación es convertirnos en modelo, en "faro de las naciones", y hemos fracasado.

La realidad, al cabo de dos mil años de lucha por la supervivencia, es un Estado que desarrolla colonias bajo la batuta de una camarilla corrupta que se burla de la moral cívica y del derecho. Un Estado gestionado con desprecio de la justicia pierde fuerza para sobrevivir. Preguntad a vuestros hijos quién de entre ellos está seguro de que seguirá viviendo aquí dentro de veinticinco años. Corréis el riesgo de que las respuestas más clarividentes os dejen aturdidos, pues la cuenta atrás de la sociedad israelí ha comenzado.

Nada hay más seductor que ser sionista en Beth El u Ofra. El paisaje bíblico es encantador. Desde la ventana adornada de geranios y buganvillas no se ve la ocupación. Se circula rápido y sin problemas por la nueva carretera que bordea Jerusalén de norte a sur, a apenas un kilómetro al oeste de los puestos de control. ¿ Quién va a preocuparse de lo que padece el árabe humillado y despreciado, obligado a arrastrarse por caminos destartalados y cerrados durante horas por los controles? Una carretera para el ocupante y otra para el ocupado. Para el sionista el tiempo fluye con rapidez, eficacia y modernidad. Para el árabe "primitivo", mano de obra sin permiso en Israel, el tiempo se arrastra con una lentitud agotadora.

Pero esto no puede durar. Incluso si los árabes bajan la cabeza y se tragan su humillación, llegará el momento en el que las cosas no podrán continuar así. Todo edificio construido sobre la insensibilidad con respecto al sufrimiento del prójimo está llamado a derrumbarse estrepitosamente. ¡Tened cuidado! ¡Estáis bailando sobre un tejado apoyado en pilares que tiemblan!

Puesto que permanecemos indiferentes al sufrimiento de las mujeres árabes retenidas en los controles de carretera, tampoco oímos el lamento de las mujeres golpeadas tras la puerta de la casa de nuestro vecino ni el de las madres solteras que luchan por su dignidad. Hemos cesado de contar el número de cadáveres de las mujeres asesinadas por sus maridos. Indiferentes a la suerte de los infantes palestinos, ¿cómo nos sorprendemos de encontrárnoslos exhibiendo un rictus de odio en la boca y haciéndose explotar como mártires de Alá en nuestros lugares de esparcimiento porque su vida es un tormento, o en nuestros centros comerciales porque ellos no tienen ni siquiera la esperanza de hacer compras como nosotros? Derraman su sangre en nuestros restaurantes para quitarnos el apetito. En sus casas, padres e hijos experimentan hambre y humillación. Incluso si se matara a 1.000 terroristas cada día nada cambiaría. Sus líderes y sus dirigentes los engendra el odio, la cólera y las insensatas medidas que producen nuestras infraestructuras moralmente corruptas. Mientras que un Israel arrogante, aterrorizado e insensible a sí mismo y al prójimo siga haciendo frente a una Palestina humillada y desesperada, no podremos mantenernos.

Si todo esto fuera inevitable y efecto de la acción de una fuerza sobrenatural yo también me callaría. Pero existe otra opción. Por eso hay que gritar.

Esto es lo que el primer ministro debe decir al pueblo: el tiempo de la ilusión ha terminado. Ya no podemos demorar más las decisiones. Sí, amamos en su totalidad el país de nuestros antepasados. Sí, nos gustaría residir en él nosotros solos. Pero eso no funciona, los árabes también tienen sus sueños y sus necesidades. Entre el río Jordán y el mar se acabó la mayoría judía. Queridos conciudadanos, conservarlo todo de esa forma, gratuitamente, sin pagar el precio, es imposible.

Mantener a la mayoría palestina sometida a la bota de los militares israelíes también es imposible. Lo es igualmente creer que somos la única democracia de Oriente Próximo, porque no lo somos. Sin igualdad completa para los árabes la democracia no existe. Conservar a la vez los territorios y una mayoría judía en el único Estado judío respetando al mismo tiempo los valores del humanismo y la moral es una ecuación imposible.

¿Queréis todo el territorio de Eretz Israel? Perfecto. En ese caso habréis renunciado a la democracia y pondremos en pie un sistema eficaz de segregación étnica, de campos de internamiento, de ciudades-prisión: el ghetto de Kalkilia y el gulag de Jenin.

¿Queréis una mayoría judía? Perfecto. En ese caso, o bien apilamos a todos los árabes en vagones de tren, en autobuses, a lomos de camellos y asnos para expulsarlos, o bien nos separamos de ellos de forma radical. No existe término medio. Eso implica el desmantelamiento de todas -digo bien: de todas-las colonias y el establecimiento de una frontera internacional reconocida entre el hogar nacional judío y el hogar nacional palestino. La ley de retorno judío será aplicable exclusivamente en el interior del hogar nacional judío. El derecho al retorno árabe se aplicará exclusivamente en el seno del hogar nacional árabe.

Si lo que deseáis es democracia, tenéis dos opciones: o bien renunciar al sueño del gran Eretz Israel, a las colonias y a sus habitantes, o bien conceder a todos, árabes incluidos, la plena ciudadanía, con derecho a voto en las elecciones legislativas. En este último caso, aquellos que no quieren a los árabes en un Estado palestino vecino los tendrán en las urnas, en su propia casa. Y la mayoría la constituyen ellos: nosotros somos minoría.

Ése es el discurso que debe mantener el primer ministro. A él le toca presentar las alternativas con coraje. Se trata de elegir entre la discriminación étnica practicada por judíos, y la democracia. O colonias, o esperanza para los dos pueblos. O la ilusión de un baluarte de alambres de espinos, de controles de carretera y de kamikazes, o una frontera internacional erigida de mutuo acuerdo, con Jerusalén como capital común de ambos Estados.

Desgraciadamente, en Jerusalén no hay ningún primer ministro. El cáncer que carcome el cuerpo del sionismo ha alcanzado ya su cabeza. Las metástasis fatales se encuentran arriba. Sucedió en el pasado que Ben Gurion cometiera un error, pero siguió siendo de una rectitud irreprochable. Cuando Begin no tenía razón nadie ponía en duda su buena fe, y otro tanto ocurría cuando Shamir no hacía nada. En nuestros días, según un sondeo reciente, la mayoría de los israelíes albergan dudas sobre la rectitud del primer ministro, a pesar de lo cual le otorgan su confianza en el plano político. Dicho de otro modo, la personalidad del actual primer ministro simboliza las dos caras de nuestro infortunio: un hombre de dudosa moralidad, vividor, que desprecia la ley y constituye un modelo negativo de identificación, a lo que hay que sumar su brutalidad con los ocupados, que constituye una barrera insalvable para la paz. De donde se infiere el ineluctable corolario: la revolución sionista ha muerto.

¿Y la oposición? ¿Por qué permanece callada? ¿Porque estamos en verano? ¿Por fatiga? ¿Porque una parte de mis compañeros desean un Gobierno a cualquier precio, aun a costa de identificarse con la enfermedad, antes que la solidaridad con las víctimas de la enfermedad? Las fuerzas del Bien pierden la esperanza, hacen las maletas y nos abandonan aquí, a solas con el sionismo tal como es ahora: un Estado chovinista y cruel donde impera la discriminación, un Estado donde los acaudalados residen en el extranjero y los pobres se pasean por las calles, un Estado donde el poder está corrupto y la política corrompe, un Estado de pobres y de generales, un Estado de expoliadores y de colonos. Así es en definitiva el sionismo en la fase más crítica de su historia.

La alternativa es una toma de posición radical: blanco o negro -sustraerse a ella significaría transigir en la abyección. He aquí los componentes de la opción sionista auténtica: una frontera incontestada hasta el último centímetro, un plan social global para curar la sociedad israelí de su insensibilidad y de su falta de solidaridad, y la inhabilitación del personal político corrupto que se halla hoy en el poder. No se trata ya de una cuestión de laboristas frente al Likud ni de derecha contra izquierda.

En lugar de todo eso, hace falta oponer aquello que está permitido a lo que está prohibido, sometimiento a la ley frente a delincuencia. Ya no podemos contentarnos con una alternativa política al Gobierno de Sharon. Hace falta una alternativa de esperanza frente al derribo del sionismo y de sus valores que están llevando a cabo sus mudos, ciegos e insensibles destructores.

* Avraham Burg, diputado del partido laborista israelí, antiguo presidente de la Knesset (1999-2003) y antiguo presidente de la Agencia Judía.
Publicado originalmente en Yediot Aharonot, reproducido por Le Monde el 10-09-03