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Medio Oriente

4 de junio del 2003

China sufre de una neumonía típica

Luis Oviedo
Prensa Obrera
La epidemia de neumonía atípica (SARS) es una amenaza mortal para la economía china porque para combatirla es necesario limitar el flujo de trabajadores entre el campo y las ciudades. Es decir, cortar la fuente inagotable de trabajo barato que convirtió a China en "la fábrica del mundo".

La fuerza laboral china trabaja 70 horas semanales por salarios de 100 dólares mensuales (a razón de 36 centavos de dólar por hora). Según la estadística oficial, un total de 420.000 "empresas extranjeras" monopolizan el 50% del comercio exterior chino. En realidad, "la inversión externa en China está sobreestimada" (Le Monde, 24/2), porque un tercio de estas 420.000 empresas (y una proporción todavía mayor si se consideran los valores de las inversiones) es propiedad de capitalistas chinos que fugan divisas y las reingresan como "inversiones externas" para beneficiarse de las exenciones fiscales y aduaneras, y para sacar los dividendos del país.

Esas empresas fabrican la mitad de todas las cámaras fotográficas del mundo; el 30% de los televisores, teléfonos celulares, computadoras de escritorio y acondicionadores de aire; el 25% de los lavarropas; el 20% de las heladeras. En ramas como el calzado, los juguetes y los textiles, los porcentajes superan el 50%. El volumen de las mercancías exportadas por China se duplicó en los últimos cinco años, un logro nunca visto en la historia del capitalismo. Pero mientras la masa de mercancías exportadas crecía en forma espectacular, sus precios cayeron en forma no menos asombrosa: en los últimos cinco años, los precios de las exportaciones chinas cayeron alrededor del 10%.

El imparable crecimiento del comercio exterior chino es un factor de deflación, es decir de caída de los precios y de los beneficios capitalistas a escala mundial. "El valle del río Perla (el corazón industrial de la zona costera china) exporta zapatos, computadoras... y deflación" (Financial Times, 5/2).

Pero la deflación china, como la que amenaza a toda la economía mundial, es la consecuencia de una enorme sobreacumulación de capitales y una sobreproducción rampante: según el propio Banco Central chino, existe sobreproducción en el 86% de los productos manufacturados; en algunos de ellos, la producción es diez veces superior a la demanda (ídem). Esto desató una guerra comercial en el interior de China, que derrumbó los precios y los beneficios. Pero aun con precios en caída y con beneficios nulos o negativos, las empresas continúan aumentando sus escalas de producción gracias a que el sistema bancario, de propiedad estatal, continúa financiándolas. Consecuentemente, hacen cada vez más insoportable la sobreproducción y la caída de los precios y beneficios. La contrapartida es un sistema financiero que acumula créditos incobrables por un total del 40% de sus activos.

La restauración capitalista en China se debate en una contradicción insoluble: o va a la quiebra como consecuencia de la sobreacumulación de capitales, o se hunde en un mar de deudas.

Crisis mundial

Mientras los capitalistas se radican en China para aprovechar las ventajas de la mano de obra barata, los capitalistas de Japón y de todo Asia la presionan para que revalúe su moneda y limite, así, su guerra de precios internacional. Las mismas presiones ejercen los norteamericanos (China es el mayor acreedor comercial de los Estados Unidos, superando a Japón y a toda la Unión Europea).

Pero una reducción de las exportaciones volvería absolutamente insoluble la sobreproducción de China. Empujaría a la quiebra a las empresas más débiles y desataría una crisis bancaria y financiera de proporciones que llevaría al colapso del sistema bancario. Las quiebras pondrían a millones de obreros en la calle. Para la burocracia china, sostener las exportaciones no es sólo un problema "económico": teme que el desempleo desate una rebelión obrera que ya se manifiesta en las luchas de los despedidos de las empresas estatales. La unidad en una lucha común de la "vieja" clase obrera de las empresas estatales con el "nuevo" proletariado de las plantas capitalistas es una pesadilla para la burocracia restauracionista.

Al obligar a la limitación del flujo de trabajadores entre la ciudad y el campo y forzar el aumento de los salarios de los ocupados en las ciudades, el SARS puede ser el pretexto para imponer una "regulación" social y económica de la crisis, pero sin poder evitar un estallido.