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Medio Oriente

13 de mayo de 2003

La violencia que Occidente ignora: otra razzia israelí en los territorios ocupados
El terror en el otro lado tampoco tiene rostro.

Amira Hass
, Ha’aretz, 6 de mayo del 2003
Traducido para Rebelión por L.B.

"Entre, por favor", me dice el hombre con una débil sonrisa mientras abre la puerta de hierro en una de las estrechísimas callejuelas de Yibne, un barrio de un campamento de refugiados de Rafah. Pero apenas cruzo el umbral de la puerta me asalta la duda de si ese "entre, por favor" ha sido pronunciado por hospitalidad o con ironía, pues dentro de la casa las paredes están destrozadas y a través de los muros externos parcialmente destruidos se divisa un enorme montón de escombros –todo lo que queda de las dos casas vecinas.
"Casa" es un vocablo equívoco. En Rafah, al igual que en otros campamentos palestinos, la típica casa de refugiados está construida con finas láminas de hojalata, a veces revocadas, del grosor del cartón, con un patio rodeado de unas cuantas habitaciones con techumbre de asbesto apoyado sobre un par de vigas. La naturaleza temporal de la hojalata y el asbesto contrasta poderosamente con las puertas: hechas de hierro y a menudo decoradas con flores talladas en relieve sobre el metal, crean una atmósfera de permanencia.
El día 19 de abril una columna militar israelí compuesta por varias docenas de tanques, transportes blindados de tropas y mastodónticos bulldozers, acompañados de helicópteros que por una vez no dispararon un tiro, se hizo con el control de un diminuto cuadrante de calles y callejones del campamento.
Cinco días después de aquel sábado, pasado ya el doloroso y colérico funeral por las cinco personas muertas en el ataque, la gente permanecía aún en estado de shock mientras caminaba alrededor y sobre las ruinas que dejó tras de sí el ejército israelí.
El campamento de Yibne, con una extensión de 125 dunams, tiene cerca de 11.000 habitantes. El ejército israelí cercó menos de una quinta parte de la superficie del campamento. Según la Agencia de Naciones Unidas para la Ayuda a los Refugiados Palestinos (UNRWA), 13 edificios en los que residían 23 familias (116 personas) fueron totalmente destruidos en la operación. Otras 7 casas (12 familias, 60 personas) quedaron tan maltrechas por efecto de las explosiones próximas o por el impacto de las bombas que su reparación es imposible. El ejército israelí declaró haber destruido tres edificios y afirmó que otros 10 resultaron dañados por efecto del tiroteo.
Cerca de 150 edificios (186 familias, 1.035 personas) resultaron parcialmente dañados y pueden ser reparados: paneles solares acribillados a tiros, ventanas destrozadas, techos colapsados, paredes resquebrajadas, cables eléctricos cortados.
Cinco días más tarde la gente continúa deseando explicar por qué el ataque fue tan impactante para ellos y por qué razón lo consideran como el golpe más devastador asestado jamás contra esta ciudad que tan bien conoce la muerte, los tiroteos, las razzias, las bombas de dardos de acero, la destrucción de casas y el arrasamiento sistemático de cultivos sin motivo justificado.
La primera sorpresa la causó lo temprano del ataque. Eran alrededor de las 10 p.m. cuando el convoy de vehículos militares israelíes (los palestinos dicen que eran 47 en total) se concentró en Tel Zuarun, al noroeste de la ciudad. La gente está acostumbrada a ver llegar los tanques mucho más tarde durante la noche.
En segundo lugar, era la primera vez que el ejército israelí penetraba tan profundamente en el interior del campamento, entre Yibne y Shabura, a unos cinco kilómetros de la entrada noroeste de la ciudad de Rafah y a 400 ó 500 metros de la frontera con Egipto. La gente cuenta que hasta ese día los tanques y bulldozers habían operado en los márgenes de los campamentos, en los vecindarios situados a lo largo de la frontera. Es ahí donde los israelíes destruyen casas, revientan túneles y donde la gente, tanto armada como desarmada, cae abatida por el fuego israelí.
Esta vez los tanques avanzaron casi hasta el mismísimo centro de Rafah, donde los campamentos de refugiados son más extensos que la propia ciudad.
En tercer lugar, durante algunos días había existido la sensación entre el público palestino, y especialmente en Rafah, de que los israelíes evitarían realizar incursiones especialmente severas como gesto de benevolencia para con el nuevo Gobierno de Abu Mazen. El número de tanques que se concentró aquella noche del sábado –la mayor concentración jamás vista en Rafah-- pulverizó esa ilusión.
En cuarto lugar, aquella noche todo Rafah se hallaba absorto viendo el partido que disputaban dos equipos de fútbol egipcios, el Zamalek y el Ahli, y analizando los resultados. El fútbol es el deporte rey de Rafah. Las ligas egipcias son vistas como si fueran la liga local. Y Ahli es el equipo favorito de Gaza en general y de Rafah en particular, especialmente entre los refugiados. Ahli es un equipo oriundo de un barrio pobre mientras que Zamalek proviene de un vecindario relativamente próspero de El Cairo.
Aquella noche venció Zamalek, pero la próxima vez la victoria será para Ahli, comentaba la gente animándose mutuamente por el resultado precisamente en el momento en que comenzó a tronar en la distancia el rugido de los tanques y los primeros telefonazos de pánico comenzaron a llegar desde Tel Sultan informando del avance de los tanques en dirección a la calle Abu Bachar Sadik.
En busca de refugio
Los tanques avanzaron y la gente que estaba visitando a amigos o familiares para ver juntos por la televisión el partido de fútbol comenzó a correr hacia sus casas mientras que otros, especialmente los activistas políticos, exconvictos y familiares de personas bajo orden de búsqueda, abandonaron sus casas y se escurrieron por los angostos callejones de Shabura, donde los tanques tienen dificultades para entrar.
Los taxistas se precipitaron a sus automóviles y salieron disparados del centro. Los tenderos del mercado, que permanecía abierto aún para la compra del sábado por la noche, abandonaron sus tiendas y huyeron. Al día siguiente hallarían intactas sus mercancías. No hubo saqueo. Mientras tanto, los niños se acurrucaban en los rincones de las habitaciones más alejadas de la calle.
Los miembros de los comités de resistencia popular pertenecientes a todas las facciones comenzaron a concentrarse en el área de Yibne. Uno salió corriendo en busca de su kalashnikov, otro a coger otro cargador de balas y otros a reunir las bombas caseras preparadas precisamente para ese tipo de eventualidad. Se cortó la electricidad casi inmediatamente y todo el área se hundió en la oscuridad mientras los atronadores tanques se aproximaban precedidos por las primeras ráfagas de disparos, más intensos a medida que el convoy se acercaba.
Un activista corrió por la calle con su bebé en brazos. T., madre de dos niños, abrió la puerta y el activista le entregó el bebé arrojándolo prácticamente al interior y pidiendo a la mujer que lo protegiera hasta su regreso. Si regresaba. La mujer no conocía su nombre. El bebé no la conocía a ella. Durante toda la noche las balas silbaban alrededor de la casa y algunas atravesaron las paredes y penetraron en el interior. Sus hijas mayores se escondieron debajo de una manta. De vez en cuando T. salía con sigilo para comprobar si estaban heridas. Pero el bebé que no la conocía no cesó de llorar durante toda la noche.
Desde la carretera principal los tanques se volvieron hacia dos estrechas calles cuya anchura apenas permitía el paso de un tanque. Un carro de combate avanzó empujando a dos automóviles y aplastándolos contra la pared de hojalata de la casa de la familia Ashur. Esos dos automóviles fueron parte de los 14 vehículos que los israelíes destrozaron esa noche, incluida una ambulancia de la Media Luna Creciente. Las paredes de la casa de los Ashur se derrumbaron arrastrando en su caída toda la techumbre.
En la calle paralela otro tanque apartó a un lado enormes bloques de cemento que los comités de resistencia habían instalado en las esquinas como trampas antitanque. Uno de los bloques se desplomó sobre una casa de hojalata y la aplastó por completo mientras que la familia que la ocupaba permanecía acurrucada en una esquina. Otro tanque, o quizás el mismo que había aplastado a los dos vehículos, se detuvo frente a la casa de Abu Obeid. Los hijos de Mofid Abu Obeid se hallaban dormidos en el edificio contiguo, la casa de cemento de tres pisos de su abuelo, aún en construcción.
Aquella noche su madre había ido a visitar a su familia en Shabura, al otro lado de la carretera principal. Su padre estaba con amigos viendo el partido de fútbol. Mientras tanto, los tanques derribaron las dos enormes puertas de hierro del primer piso. Los soldados ordenaron salir a todo el mundo. Hubo momentos de pánico mientras se reunían los niños, las mujeres, los ancianos, el abuelo. Todos ellos se precipitaron despavoridos escaleras abajo y salieron a la oscuridad de la calle para toparse de bruces con el descomunal vehículo acorazado.
En medio del pánico, Walid, de 9 años, que llevaba a Mohammad, de 2 años, se perdió buscando a sus mayores. Walid entregó el bebé a su abuelo, quien insistió en permanecer frente a la puerta sin abandonar el edificio. Y entonces Walid salió, confuso, y se perdió en la oscura calle de detrás de las orugas de los tanques, tratando de dar con los demás miembros de su familia, que habían hallado refugio en casa de un vecino. Su padre diría más tarde que los soldados pusieron al niño sobre el tanque y rodaron con él durante un trecho calle abajo hasta volver a dejarlo de nuevo en el suelo.
Mientras tanto, su madre corría desde Shabura a Yibne para unirse con sus hijos. Estaba a punto de alcanzar su calle cuando recibió varios balazos en el vientre. Una hora más tarde fue finalmente evacuada y hospitalizada en estado grave. Ella fue una de los tres palestinos que resultaron heridos aquella noche por disparos.
A continuación los soldados israelíes dinamitaron la casa de hojalata de Mofid Abu Obeid y dos casas adyacentes. El ejército israelí declaró que había destruido un túnel de Hamas excavado debajo de la casa así como otro túnel más pequeño.
La casa de Abu Shamallah
Simultáneamente, tanques y otros vehículos de transporte de tropas junto con uno o dos bulldozers enfilaron en dirección oeste hacia la calle Salah a Din. Alrededor de las 10:30 comenzaron a converger en la casa de Mohammed Abu Shamallah, un activista de la milicia de Hamas --las Brigadas Iz a Din al-Kassam-- de 30 años de edad, buscado por el ejército israelí bajo sospecha de implicación en el asesinato de un oficial del ejército israelí ocurrido en Rafah en el año 1994. Dos de sus hermanos huyeron de la casa apenas oyeron que los tanques se dirigían sobre Yibne. Temían que los retuvieran como rehenes. Los otros hermanos permanecieron con sus mujeres, niños y su anciana madre, que padece diabetes y camina con la ayuda de un bastón.
"¡Umm Halil, sal y entrégate!", se oyó una voz en mitad de la noche, llamándola por su nombre y conminándola a salir.
Umm Halil dijo más tarde: "Gritaron, `¡Hola, hola, familia Abu Shamallah, haced que salgan primero los pequeños y después los hombres con las armas para que las entreguen!’, y yo les dije: ‘Aquí estoy, estoy saliendo, estoy saliendo’, y ellos gritaron `rendios, rendios’. No nos permitieron sacar nada de la casa, tal como entramos en ella salimos de ella, ni una taza de te quedó entera, y durante seis horas estuvieron en la casa y fuera había tanques, muchos tanques, así que salimos con las manos en alto".
Una de sus nueras cogió a sus gemelos de 3 años y salió de la casa.
"Un soldado me apuntaba con su fusil", explica conmocionada por la rabia y el temor por sus hijos, "y me dijo que dejara a los niños en el suelo al lado del tanque y que levantara las manos. Puse a los niños en el suelo, estaban llorando, y levanté las manos. Parecían tan chiquitos al lado de aquella cosa enorme".
El asfalto de la carretera se estaba recalentando a causa de los motores. Los niños que salían descalzos o que perdieron una sandalia o un zapato acabaron con las plantas de sus pies quemadas, explicó la mujer. Andando, dijeron los soldados, o lo dieron a entender haciendo gestos con sus manos y sus rifles señalando a la gente aterrorizada.
La joven madre puso en fila a sus hijos frente a ella, uno al lado del otro. "Si un soldado me dispara, pensé, al menos moriré yo, no mis niños".
Treinta y dos personas habitan en la casa, construida a base de ahorros para la madre, que enviudó en 1977, y para sus hijos y nietos. El ejército dijo que había encontrado municiones en su interior.
Otro de los hijos de Umm Halil permaneció dentro de su piso paralizado por el terror e incapaz de moverse. Sus niños bajaron las escaleras para decir a los soldados que quedaba alguien dentro, pero uno de los soldados les apuntó con su rifle en la oscuridad y les dijo que se quedaran dentro del piso, situado en el edificio que estaba frente a la casa que iba a ser demolida. Allí permanecieron durante toda la noche mientras los soldados preparaban las cargas explosivas para la demolición. Allí es donde se encontraban cuando, a 10 metros de distancia, la casa de Abu Shamallah fue dinamitada haciendo pedazos el muro este de su apartamento.
La familia Kishta, que vivía en una casa de hojalata contigua tampoco alcanzó a evacuar su casa. Un gigantesco bulldozer había embestido contra su puerta de hierro, que da a un patio cercado por un muro. La puerta de hierro había quedado retorcida y la cerradura bloqueada. No podían salir. "Comenzamos a aporrear la puerta, no sabíamos lo que estaba pasando fuera, sólo oíamos a los soldados que le decían a Abu Shamallah que saliera fuera, y a causa del ruido de los tanques y del griterío nadie nos oía", cuenta una de las hijas.
Se encaramó sobre una mesa en la cocina, abrió la ventana y oteó el exterior. Gritó a los soldados que dentro había niños y una anciana que necesitaba ayuda para salir. Según cuenta, el soldado le gritó que regresara adentro "o morirás".
"¡Sacadnos de aquí!", continuó gritando. "¡Vamos a morir aquí dentro!".
Y el soldado –cuenta-- le replicó a gritos: "¡Métete dentro, dentro, así morirás en tu casa!".
La mujer empujó a los niños de su hermano forzándolos a acurrucarse debajo de la escalera de hierro que asciende desde el patio hasta el techo. Y allí se agazaparon, temblando mientras la balacera se intensificaba, las voces iban y venían y el griterío arreciaba. De pronto se produjo la explosión, que arrasó el hogar de los Kishta. El único lujo de la casa, un ordenador, resultó destruido junto con todo lo demás.
Los tanques abandonaron el lugar más tarde. La gente no recuerda si eso ocurrió a las 2:30 o a las 3:30. Es entonces cuando encontraron el cadáver del soldado, muerto por un miliciano palestino en el estrecho callejón situado entre la casa de los Kitsha y la de los Abu Shamallah. Se llamaba Lior Ziv y era cámara del portavoz del ejército israelí.
Ninguna habitación disponible
La familia Abu Shamallah pasó cuatro días tratando de encontrar una casa para alquilar. Quedan muy pocas casas vacías o habitaciones conectadas en la ciudad más pobre de los territorios ocupados palestinos (junto con Khan Yunis), pues en los últimos dos años la mayoría de ellas han sido alquiladas a refugiados de otras casas dinamitadas.
Con cada demolición se hace más difícil encontrar alojamiento alternativo. Hay casas que han resultado dañadas en demoliciones anteriores, que después han sido reparadas y que finalmente han vuelto a ser destruidas completamente en el curso de nuevas operaciones de demolición.
Halil Abu Shamallah, funcionario del Ministerio de Comunicaciones Palestino, finalmente encontró un apartamento en el último piso de un edificio en la misma calle. Metió en él varios colchones que le proporcionó un organismo islámico de beneficencia y las ropas de los niños que pudo rescatar de entre los escombros de su casa.
Los suministros de la UNRWA que supuestamente debían llegar de la ciudad de Gaza no aparecieron. Con motivo de la fiesta de Pascua el ejército israelí cortó la carretera que atraviesa Gaza de norte a sur.
Desde la ventana noroeste del apartamento se divisa un tanque estacionado a una distancia de un kilómetro y medio aproximadamente, o quizá dos. A medio kilómetro de distancia se halla un puesto militar en el que ondea una bandera israelí, y desde la ventana sudoeste se puede ver otro puesto militar con otra bandera, y el muro que el cuerpo de ingenieros del ejército israelí construyó a lo largo de la carretera fronteriza. Algunas ventanas del nuevo apartamento están rotas, hay agujeros de bala en las paredes. El sólo hecho de mirar por las ventanas produce pavor. Pero sólo un apartamento así, expuesto a los disparos como todos los edificios grandes de Rafah y Khan Yunis, estaba disponible para ser alquilado por la familia.