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Medio Oriente

Aseguran que sólo había hecho prácticas de vuelo
Madre de piloto suicida cree que su hijo sigue vivo

Robert Fisk - Enviado especial The Independent
Houch, Libano Central.

Al pequeño Ziad Jarah siempre le gustaron los aviones. "Cuando tenía cinco años íbamos a la librería Antoine, en la calle Hamra, y siempre buscaba un libro que tuviera un avión en la portada", relata su padre, Zamir, en el frío y oscuro recibidor de la casa familiar. "Si íbamos a una juguetería, siempre quería que le comprara un avión para armar y pegar con goma. Siempre le fascinaron los aviones y las naves espaciales". Samir Jarah dice esto con un encogimiento de hombros.
Pasa mucho tiempo mirando al suelo y pone las manos en ademán como de plegaria cuando habla de su hijo, porque Ziad Jarah es mejor conocido en el mundo no como un niño de escuela a quien le gustaban los aviones para armar, sino como el piloto suicida que secuestró el vuelo 93 el 11 de septiembre de 2001, el cual se estrelló en un campo de Pensilvania y todos sus ocupantes perecieron.
Los miembros de la familia Jarah -Samir es inspector del seguro social, su esposa es maestra- viven sin poder entender ni aceptar que su hijo fuera un asesino en masa. No conmemoran su muerte el 11 de septiembre. Prefieren recordar su vida el día de su cumpleaños. "Lo terrible", dice Samir, "es que mi esposa todavía cree que está vivo".
Hablar con el padre de Ziad Jarah es perturbador. Es un hombre destrozado. Está sentado a medias frente a mí en el sofá y, cuando le pregunto si no le inquieta saber lo que hacía su hijo el 11 de septiembre, comienza a limpiarse las lágrimas y hunde la cabeza en los hombros. "¿Puedo olvidarlo?", exclama. "Ni el paso del tiempo ha servido".
Pero hay, por supuesto, muchos miles de hombres y mujeres dolientes cuyos seres queridos fueron cruelmente asesinados en esos crímenes internacionales contra la humanidad. ¿Cuánta compasión, pues, será posible hallar para Samir Jarah?
Su hijo tenía siete años cuando por primera vez experimentó la violencia. La familia estaba en su casa del este de Beirut durante el sitio israelí de 1982, culminación de una invasión que costó más de 17 mil vidas y que concluyó en la infame matanza de cerca de mil 700 refugiados palestinos en los campamentos de Sabra y Chatila, en la capital libanesa.
"Era avispado y se daba cuenta, pese a que era un niño", relata su padre. "Caían las balas alrededor de la casa y tuvimos que irnos; mi esposa y yo llevamos a Ziad y a nuestras dos hijas a Zahle, en el valle de Bekaa. Nos quedamos en un hotel de Zahle; a las dos niñas les gustaba salir a jugar y había unos columpios y un campo de juegos cerca del hotel. Recuerdo que un día las hermanas de Ziad querían ir allí, pero él les dijo: 'no es momento de jugar'. Sabía lo que estaba pasando."
Hay largas pausas en la narración de Samir Jarah. Junto al hogar de la familia se levanta una gran mezquita, y el muezzin comienza a sonar la trompeta para llamar a los habitantes del poblado a la oración del mediodía. Después de un rato me doy cuenta de que el padre aún intenta entender a su hijo. "Era mi único hijo varón y, claro, lo consentíamos. Jamás quería ni necesitaba nada. Jamás pedía dinero. Le preguntábamos: ¿no necesitas dinero? Mi esposa y yo le revisábamos los bolsillos para ver cuánto tenía y, cuando terminábamos, añadíamos algo de dinero y volvíamos a ponerlo en su lugar. Yo trataba igual a mis hijas. El me preguntaba si nuestra familia necesitaba algo. Siempre quiso volar, pero nosotros no queríamos. Nos parecía demasiado peligroso, así que años después, cuando empezó a tomar clases de vuelo, al principio no nos lo dijo".
Hay otro prolongado silencio. "Sabe, los periodistas siempre andan buscando algo. Esta es la banda que hizo la operación, dicen, y preguntan por qué lo hicieron. Pero ¿realmente sabemos que hicieron la operación? ¿Hay pruebas verdaderas? Nos dijeron que habían encontrado el pasaporte de Ziad en una maleta. Pero nunca vimos una cosa ni la otra. Aseguraron que mi hijo era el piloto de uno de los aviones. Pero sólo había hecho prácticas de vuelo. Sólo en el papel había volado un avión. ¿Significa eso que podía volar un 757 de verdad?"
No me gusta esa palabra "operación" -aunque en árabe no tiene ese mismo sentido neutral-, y sabemos que los pilotos asesinos suicidas del 11 de septiembre sólo aprendieron cómo volar un avión de línea, no cómo despegar y aterrizar.
"No sé si mi hijo estaba siquiera en ese avión. Simplemente desapareció", señala. Pero, por supuesto, también los demás pasajeros del vuelo 93 quedaron atomizados cuando el aparato golpeó en tierra, luego de que algunos irrumpieron en la cabina de mando. Fue ése el avión, después de todo, en el que un alma valiente gritó "¡rodemos hacia allá!" y trató en vano de arrebatar el avión a los secuestradores.
Samir Jarah me ve con tristeza cuando le pregunto si su hijo visitó Afganistán. "¿Cómo voy a saber? Fue a la universidad en Hamburgo y me llamaba desde allá. Me llamaba de muchos lugares. Tal vez también me llamó de Afganistán". Existe el rumor de que Samir sabía que su hijo estaba en Afganistán, que la familia viajó a Pakistán para tratar de convencerlo de que volviera a Líbano. Todo es falso, afirma.
"Mire, era joven, quería vivir. Era culto y había leído mucho. Estuvo en los scouts, estuvo en el JAD (un movimiento juvenil contra las drogas). Le gustaba irse de día de campo con sus amigos en Antelyas. Nadaba y practicaba el boxeo. No tenía complejos. Estaba enamorado, iba a casarse". Es la primera mención de la joven turca que vivía con Ziad Jarah cuando estudiaba ingeniería aeronáutica en Alemania.
"Lo amaba mucho y, cuando él estaba en Estados Unidos tomando clases de vuelo, ella vino aquí. Hubo una boda en el pueblo; ella fue con otras chicas a arreglarse el pelo, y ese día Ziad nos telefoneó cinco veces porque quería hablar con ella. Le dije: 'Vamos a tener a esta muchacha más seguido, nunca nos llamas tanto'. La última vez que lo vimos fue en abril de 2001, cuando vino a casa."
Samir Jarah dice que su hijo era "normal". "Iba a la mezquita a orar y guardaba el Ramadán, pero no era fanático. Cuando era más chico iba a la oración. Como yo no rezo, le decía: 'olvídate de las oraciones, sólo serás joven una vez', y él me contestaba: 'espero que Dios te abra los ojos'. Lo decía sólo de broma".
El 9 de septiembre, Ziad Jarah llamó a su padre desde ese país. "Me habló para darme las gracias por el dinero que le mandé para sus estudios. Me había pedido 500 dólares y le mandé 700 por medio de nuestro banco en Beirut. Estaba muy contento. Reía de veras, no estaba fingiendo. Si supiera que iba a morir no habría estado riendo así y tan contento".
¿Y el 11 de septiembre? "Tratamos de olvidar esa fecha", dice Samir. "En su cumpleaños, el 11 de abril, es cuando lo recordamos".
Ziad Jarah sí hizo una llamada la mañana del 11 de septiembre: a su novia en Turquía. Le dijo "te amo" y, cuando ella le preguntó qué le pasaba, él volvió a decirle "te amo" y colgó.
Samir Jarah acababa de comprarle un regalo a su hijo para cuando regresara a Líbano. Y ahí está ahora: un Mercedes negro, empolvándose frente a la casa de la familia.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya