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Medio Oriente

Intelectual, a secas

"Me dirán que la política se ocupa de lo posible, no de lo deseable. No estoy de acuerdo en absoluto."
Edward Said

Perteneció al puñado de personas que, con su coraje y lucidez, aun en las horas difíciles que le tocó vivir -como palestino y estadounidense- nunca perdió el rumbo, convirtiéndose en un referente ineludible de la gente honesta y comprometida con las causas populares.

Raúl Zibechi

Si no fuera por lo bajo que ha caído el concepto de intelectual -en gran medida por las actitudes de quienes creen integrar dicha categoría–, sería innecesario adosarle los vocablos "crítico" o "comprometido". Edward Said nunca hizo ostentación de ninguno de ellos, sencillamente porque parecía no importarle en absoluto lo que los demás pensaran de él. Esa actitud de desprendimiento hacia su propia persona le permitió ser consecuente, implacable y feroz con los poderosos. Con todos los poderosos.
El genio de Said y su verdadera altura intelectual y política consistieron precisamente en eso. Como palestino que debió abandonar su tierra, fue implacable con el sionismo, con los sucesivos gobiernos comandados por "halcones", como el actual de Ariel Sharon. Hacia ellos dirigió dardos implacables a la vez que análisis certeros y esclarecedores para tantos occidentales que ignoramos los vericuetos de la política árabe y palestina.
Como estadounidense fue igualmente implacable con gobiernos sumisos al poderoso lobby sionista que digita la política de la superpotencia en Oriente Medio. Pero fue lúcido y perspicaz tanto a la hora de analizar la situación interna que atraviesa el imperio como las virtudes de ese su país de adopción, y muy en particular las potencialidades de sus movimientos antisistémicos.*
Pero donde su grandeza ética e intelectual brilló más fue en su inalterable compromiso con el pueblo palestino. Ese compromiso lo llevó a integrar entre 1977 y 1991 el parlamento palestino en el exilio. Luego, fruto del mismo compromiso, rompió con Yasser Arafat al comprobar la falta de escrúpulos del liderazgo palestino y la desastrosa política que lo llevó a sellar los acuerdos de Oslo en 1993. Arafat prohibió la circulación de sus libros y textos, en un gesto que terminó agrandando la figura de Said.
Para Said, "el núcleo de la tragedia se encuentra entre las propias víctimas, el pueblo palestino", que siente "la ausencia de una verdadera dirigencia". Denunció a Arafat en términos muy fuertes: "Estoy cansado de su actitud de desprecio hacia su pueblo, y su glacial imperturbabilidad autocrática, su incapacidad de escuchar o tomar a otros en serio". Denunció a la Autoridad Nacional Palestina, el mini Estado que Arafat preside, como "sinónimo de brutalidad, autocracia y corrupción inimaginable", a la dirección de la olp por "su ausencia de plan estratégico alguno" y "por su imperdonable dependencia hacia la tierna conmiseración de Israel y Estados Unidos".**
No se conformó con la denuncia. Apoyó de forma incondicional las dos intifadas, y sobre la segunda hizo una lectura audaz: "La Intifada de Al Aqsa es una Intifada contra Oslo" y también "contra un pequeño círculo de funcionarios palestinos irresponsables". Desestimó la retórica de los funcionarios de la política, a los que acusó de "continuar engañando a la gente con la esperanza vacía de que ‘la lucha’, una palabra que parece significar que los que deben morir son los demás, va a lograr para el pueblo árabe en general y los palestinos en particular lo que han anhelado durante tanto tiempo".
Recordó, apoyándose en Eqbal Ahmad, uno de los más brillantes pensadores del siglo según Said, que los movimientos de liberación exitosos lo fueron porque utilizaron ideas creativas, originales e imaginativas, mientras que otros movimientos menos exitosos, como el palestino, tenían "una tendencia pronunciada a utilizar fórmulas y a la repetición sin inspiración de consignas pretéritas y modelos de conducta anticuados".
Tomó distancia de la lucha armada, y muy en particular criticó la insensata militarización de la Intifada que impulsó Al Fatah, el grupo de Arafat, y defendió en cambio el despliegue de un movimiento de masas palestino que emplee una táctica y una estrategia que maximicen el elemento popular como forma de tener algún impacto sobre el ocupante o el opresor. Fue un radical: no estaba dispuesto a negociar la ocupación por Israel de los territorios palestinos, pero apostó a la movilización pacífica masiva y a la desobediencia civil como métodos de acción para expulsar al ocupante. Se inspiró en el médico palestino Mustafá Barghouti, quien durante la Intifada lanzó un movimiento de solidaridad internacional que contó con más de 500 observadores europeos en los territorios ocupados, y apostó a la colaboración con los israelíes pacifistas. "Israel tiene más que temer de alguien como Barghouti, un palestino centrado, racional y respetado, que de los barbados radicales islamitas", dijo Said.
Podría haberse limitado a criticar y enfrentar al enemigo, como tantos otros, pero optó por hacerlo también con los dirigentes de su pueblo, aunque esta opción ética le valió no pocos sinsabores y críticas de sus compañeros. La fuerza y la potencia que irradian sus escritos revelan un personaje apasionado, irritable, entregado por entero a la causa que modeló su vida. Su legado intelectual y político será una fuente de inspiración, necesaria e ineludible, para las generaciones de árabes y palestinos que continúen el camino inacabado de la liberación nacional.

* Véase, por ejemplo, "Lo que está mal en Estados Unidos", en La Jornada, 27-III-03.
** "Se agrava la tragedia", BRECHA, 5-I-01 y "Las elecciones palestinas", La Jornada, 17-VI-02.