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Latinoamérica

19 de agosto del 2003

Las modas intelectuales

Marcos Roitman Rosenmann
La Jornada
Estar a la moda, ser portador de moda, irradiar moda y vivir la moda son formas desplegadas de un mismo proceso. Su especificidad radica en constituir una estética de lo efímero. Su estructura gaseosa se disuelve en los lugares comunes. La diferencia desaparece. Participar de la moda es sinónimo de aceptación social, de estar presente. Usar moda resulta cómodo, aunque sus portadores sufran la tiranía de un estilo uniforme. No es un acto intrascendente. Estar a la moda exige un esfuerzo ímprobo. El sujeto que vive de moda es un mutante compulsivo. Debe cambiar aceleradamente para no ser expulsado del tiempo presente. Pero la moda es inducida, no constituye un acto espontáneo. La moda se compra y se vende. La moda se materializa en objetos para el consumo. Por consiguiente, hoy por hoy, la moda está en el mercado. Es en él donde surge y prolifera el consumidor de moda. Personaje absorto en fagocitar objetos cuya perdurabilidad se agota con la llegada de la siguiente estación estival. Cada solsticio la moda renace. Sin embargo, antes de ello los restos son saldados en el mundo de las rebajas, acto donde se anuncia la muerte de miles de objetos cuya identidad se desvanece en arcones convertidos en féretros donde reposan apiñados y descompuestos los despojos de temporada. Objetos, días antes pletóricos de vida, ven cómo se esfuman sus 15 minutos de gloria durante los cuales fueron el centro de miradas obscenas que ocultaban el deseo de consumirlos sin mesura. Una vez en el anonimato se transforman en presa fácil del consumidor oportunista que espera paciente el paso de la moda para así participar del festín propio de las liquidaciones de temporada.

La personalidad cuasi enfermiza de quienes desean subscribirse a la moda desgarra la función creadora de la voluntad hasta reducirla a un acto compulsivo despojado de inteligencia. Un carácter flexible, sometido a la lógica del mercado, es la contraparte requerida para ser buen consumidor de moda. Si en el caso de perros y otros animales no hay edad para que sus dueños los "vistan" a la moda, en el homo sapiens tampoco. Primero, la madre y la moda pre mamá, luego el posparto y las compras para el recién nacido, y así hasta la muerte. El nuevo habitante lleva inscrito en la frente su código de barras. Todo está dispuesto para convertirlo en un buen consumidor y un adicto a las compras.

El mundo de la cultura y la creación intelectual vive un proceso de degeneración creciente. Las modas copan la actividad del científico social, el analista político, el periodista o los llamados comunicadores sociales. En un orden articulado por el mercado, la producción de conocimiento se trastoca en un ir y venir de cosmovisiones de usar y tirar.

Cada cierto tiempo emergen los autores de moda. Siempre utilizan un lenguaje fácil, que no es lo mismo que un lenguaje claro y comprensible. Su éxito radica en la vacuidad de la crítica. Sin fondo teórico alguno son capaces de describir somera y vulgarmente las grandes contradicciones del mundo actual. En la mayoría de los casos no se encuentra ninguna idea en sus escritos, y si la hay es repetida hasta la saciedad. Puesta patas arriba, maquillada y rejuvenecida, la misma idea es capaz de convertirse en objeto de veneración. Como parte de la moda, sus creadores gozan de 15 minutos de fama. Son considerados gurús y pasan a constituirse en la avanzadilla de movimientos antiglobalización, antisistémicos o anti cualquier cosa. Son consumidos prolíficamente hasta el empacho. Siempre más de lo mismo. Leídos en los autobuses, los aeropuertos, las áreas de descanso, el Metro o los servicios higiénicos, no requieren un gran esfuerzo de concentración. En tanto lugares de paso sometidos al trasiego continuo de la multitud, el ruido no parece ser un obstáculo. Es posible, durante algunos momentos, perder el hilo, dejarse llevar por la vista y mirar en otra dirección. No importa. La lectura se puede reiniciar en cualquier punto y aparte. Lo triste y preocupante, al mismo tiempo, es que sus demandantes y consumidores son profesores, estudiantes universitarios y militantes, muchos afirman no tener tiempo para realizar una reflexión pausada. Por ello consumen la moda. Están al día de las últimas publicaciones y comparten acalorados debates. Inmersos en esta dinámica perversa rechazan cualquier propuesta donde se reniegue de los autores de moda.

Concebidos para todo tipo de público, aquel que compra en los grandes almacenes, Vips y otros establecimientos, menos en librerías, sus autores se jactan de haber sobrepasado el estrecho marco del especialista. Sus contraportadas y solapas suelen ser frases entrecortadas de elogios realizados por famosos personajes que no dudan en destacar que estamos en presencia de una gran aportación. Consideradas investigaciones serias y rigurosas, se afanan por subrayar el rigor del método para llegar a tal o cual conclusión o propuesta. Hablan de pensamiento único, globalización, marcas, sociedades de riesgo, consumismo y demás temas de actualidad. Ninguno sobrevivirá una década. Los textos de moda, como cualquier otra mercancía, comparten con sus congéneres su escasa perdurabilidad. Nada hay que escape a esta afirmación.

Después de cierto tiempo, fuera de los escaparates son apilados en los anaqueles de las bodegas, hasta reaparecer como saldos en los Vips. No se trata de negar la necesidad de estudios de coyuntura. El 18 Brumario de Marx es un texto de coyuntura, también lo han sido algunos escritos de Weber, Sombart, Gramsci, Lenin, Simmel, Hobbes, Locke o Maquiavelo, pero su calidad los hizo perdurar en el tiempo. No fueron concebidos como objetos de consumo para beneficio del autor o de las editoriales ni tampoco como posibles best sellers. Su lógica era otra: explicar procesos contingentes a partir de conceptos y categorías de pensamiento fuerte, cuya lectura no podía realizarse en pasillos. Su valor reside en haber resistido el paso del tiempo.

Esperemos que esta enfermedad, la moda intelectual, pase pronto, de lo contrario nos espera un tiempo nada favorable al desarrollo del pensamiento crítico.