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Latinoamérica

El padre de un marine mexicano, deportado; la madre, en riesgo

El Army te necesita, pero a tus viejos no

Marco Vinicio Gonzalez y Tania Molina Ramirez

Esta es la historia de un infante de la Marina estadunidense, su padre deportado y su madre en riesgo de ser expulsada de Estados Unidos.
"¿Cómo es posible que sí puedan mandar a la guerra a nuestros hijos apenas cumplen 18 años y que éstos no puedan ayudar a sus padres hasta que tengan 21? ¡A nosotros nos deben la vida!", exclama Leticia Solís, madre del soldado José Carlos Cortés Solís, en alusión a la Ley de Inmigración, que establece: para dar residencia legal a los padres, el inmigrante naturalizado estadunidense debe tener 21 años .

SAN DIEGO, CALIFORNIA.– Ironías de la vida. Mientras el infante de la Marina estadunidense José Carlos Cortés Solís, de 19 años, estaba acuartelado, listo para servir a Estados Unidos en la invasión a Irak, su madre, Leticia Solís, vivía con la angustia de ser deportada en cualquier momento y su padre, Carlos Cortés Ramírez, llevaba casi un año sin poder estar con su familia.
Así, Leticia Solís vivía una triple angustia: la de tener un hijo que quizá fuese a la guerra, la de tener una orden de deportación y la de estar separada de su esposo.
José Carlos estuvo acuartelado en una base militar de Carolina del Norte, "esperando el llamado a la acción". La compañía del soldado fue desactivada cuando, a fines de abril, el presidente estadunidense George W. Bush decretó el fin de las confrontaciones mayores en Irak.
Ahora, el soldado busca obtener más rápido la ciudadanía –según la ley sería hasta dentro de dos años, cuando cumpla la mayoría de edad. José Carlos quiere aprovechar la orden ejecutiva firmada por Bush que agiliza estos trámites para los soldados. El quiere emigrar legalmente a sus padres. Sin embargo, esto parece difícil, ya que la reforma de 1996 a la Ley de Inmigración establece que para emigrar a los padres, un inmigrante naturalizado estadunidense debe tener 21 años.
"¿Cómo es posible que las fuerzas armadas sí puedan mandar a nuestros hijos a una guerra apenas cumplen 18 años y que éstos no puedan ayudar a sus padres hasta que tengan 21?, ¡cuando es a nosotros a quienes nos deben la vida!", exclama Leticia, mientras se toca repetidas veces el pecho.
La bici y la llamada por celular
"Me llamó por celular, desde el edificio de la migra, para decirme que recogiera el carro del parqueadero porque a él ya se lo iban a llevar a Tijuana –dice Leticia Solís–, y es hora que no lo vuelvo a ver".
Se refiere a su esposo, Carlos Cortés Ramírez, arrestado el pasado 8 de julio en la Oficina de Ciudadanía e Inmigración, en San Diego, California, al presentarse a renovar su permiso de trabajo.
Como otros 9 millones de connacionales, Leticia es una mexicana sin "papeles" de residencia. Anda de este lado de la línea desde hace 16 años, en el trajín de la limpieza de casas y el cuidando de niños ajenos. Y vive con la angustia de ser deportada en cualquier momento, como le ocurrió a su esposo.
En 1987, Leticia y Carlos, con su hijo José Carlos, entonces de tres años, y el hermano de Leticia, salieron de Ciudad Nezahualcóyotl.
"En 1987, crucé la línea al primer intento –dice Leticia a Masiosare con algo de orgullo–, sobre la parrilla de una bicicleta, donde llevaba un costal lleno de latas vacías, que dizque andábamos recogiendo del suelo y los basureros".
Leticia y Carlos llegaron a Escondido, California, y hasta la fecha ha sido su lugar de residencia. Desde el primer día, la señora encontró trabajo limpiando casas y cuidando hijos de gente más o menos rica del sur de California. "Tocamos a la puerta en una dirección que me había dado el coyote, nos ofrecieron un garaje para dormir y al día siguiente me preguntaron si podía cuidar dos niñas".
Mucha fama, poca lana
Leticia Solís cuenta que además de quedarse con la responsabilidad de mantener a su hija Natalie Michelle, de 12 años y nacida en Escondido, la deportación de su esposo le "heredó" la pesada carga de pagar sola el alquiler.
Sin embargo, en este clima triunfal de posguerra, con el regreso de muchos soldados inmigrantes que estaban en Irak y que ahora recibirán la ciudadanía estadunidense, el caso de una madre de un soldado a punto de ser deportada no podía pasar desapercibido, y rápidamente cobró notoriedad.
El revuelo comenzó cuando ella asistió al reciente sepelio del soldado Jesús Suárez del Solar (Masiosare, 6 de abril de 2003), y Fernando Suárez, padre del militar caído en Irak, había acordado una entrevista con Telemundo para Leticia Solís, al parecer, sin que ella supiera. "Me quedé fría cuando de pronto me enteré de que ya me estaban esperando", afirma.
Luego vendrían las innumerables llamadas telefónicas de la prensa al celular de Leticia (ella limpia casas durante todo el día y el móvil es el único medio para mantenerse comunicada con su familia, "por si me deportan"). Solís se queja de que ahora tiene "una cuenta enorme de teléfono".
Y el monstruo despertó
En 1995, la pareja Cortés Solis comenzó los trámites para legalizar su residencia en Estados Unidos. Al llenar los papeles, Carlos declaró que nunca había estado en la cárcel –se lo aconsejó el abogado, asegura– y Leticia que nunca había sido deportada. Ambas eran mentiras. Carlos había estado dos veces en la cárcel, una vez por manejar en estado de ebriedad y otra, en una de las ocasiones en que fue expulsado de Estados Unidos. A Leticia la agarró la migra en dos ocasiones, pero dio un nombre falso, a pesar de que le tomaron sus huellas digitales.
No fue tan fácil burlar al sistema. En 1997, un juez les negó la estancia. El hijo, que entonces tenía 12 años, tuvo mejor suerte. Cuenta Carlos que el juez estuvo observando al niño durante la audiencia y que al final le dijo: "Se ve que eres buen hombre. Puedes hacerte entender con la gente. Estuviste cuidando a tu hermana y nunca le hablaste fuerte, nomás la consolaste. ¿Cuál es tu programa favorito?"
–Los Simpson –contestó el muchacho.
–Está bien, tú si vas a agarrar papeles, ustedes no porque me mintieron.
Y así comenzó un largo proceso de apelación, en el que, cuenta Carlos Cortés, la frase favorita de su abogado era: "Ustedes no le muevan, vamos a dejar que el monstruo siga dormido, vamos a dejar que pase el tiempo para que califiquemos".
"A nosotros se nos hacía fácil", sigue Carlos.
Pasaron cinco años.
Finalmente, al abogado le llegó la notificación de que había sido rechazada la solicitud de apelación. El "licenciado" le pidió a la pareja 4 mil dólares para seguir con el caso. Ellos dijeron que tenían que pensarlo.
El monstruo despertó la mañana del 8 de julio de 2002, cuando Carlos fue a renovar su permiso de trabajo y le dijeron que de ahí se iba derechito a México.
Cuando el gobierno federal descubrió que Leticia había mentido en su declaración, Inmigración le envió una "cordial" invitación para que se presentara en sus oficinas con una maleta de 25 libras de equipaje. "Me acusaron de no ser persona moral", dice. Y sigue: "Mi abogado me dijo que en este país es más fácil matar a una persona y salir libre bajo fianza que decir una mentira".
Respecto de la "invitación", Leticia asegura que ni siquiera quiso saber la fecha de la cita "porque yo las malas noticias no las leo". Además, "mi abogado me aconsejó no presentarme porque él se va a encargar de todo".
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Las posibilidades de que Leticia resuelva favorablemente su caso son muy limitadas. Pero la perspectiva de volver a Ciudad Nezahualcóyotl, asegura, "es simplemente impensable".
"Y no es por mí, sino por ella", y señala a Natalie, su hija. Una niña vivaz, atenta, que con frecuencia precisa datos y fechas a la madre durante las entrevistas.
"Ella no quiere irse a México por nada del mundo", afirma Leticia. "Además, ya tengo acá a casi toda mi familia". De los siete que son, sólo quedan en México su padre, Jesús Solís, y una hermana.
Así que Leticia apuesta a quedarse a vivir en Estados Unidos "y, si de casualidad ocurre al milagro de los papeles", dice que lo primero que va a hacer es ir a la Villa de Guadalupe "a pagarle la manda a la Virgen", a quién prometió ofrendarle su cabellera.

Una familia separada por la migra. De izquierda a derecha,
el infante José Carlos Cortés, Natalie Michelle, Leticia Solis,
la esposa del soldado y Carlos Cortés.
Fotografía cortesía de la familia Cortés Solís
"Mis papás, por lo único
que agradecí que me sacaran"
Chimalhuacán, estado de México.– "Por lo único que agradecí que me hayan sacado es por mis papás". Carlos Cortés Ramírez, de 43 años, esposo de Leticia Solís, prefiere mirar el lado positivo de su deportación. Y, finalmente, tiene razones para hacerlo: hace 14 años que no veía a sus padres, Arturo Cortés Mendoza y Manuela Ramírez Mendoza, quien padece desde hace 20 años diabetes –"no sabía que estaba así, ya casi no ve y está bien acabada, antes estaba grandota, así de robusta como yo".
Ahora, Carlos Cortés está aprovechando el tiempo perdido. Pasa los días acompañando a su madre, haciendo alguno que otro encargo para ella, arreglando lo que hace falta –como poner la puerta del baño– y componiendo aparatos viejos que se encuentra en la casa –como una tele con décadas encima que volvió a la vida durante unos días– o simplemente asomado por la amplia ventana de la sala que está en el segundo piso de la casa y desde donde –gracias a su posición privilegiada sobre la ladera del monte– se alcanza a ver el enjambre de techos grises de Chimalhuacán, peseros dando tumbos entre baches y a las personas que suben por la calle inclinada. "Antes de que los vecinos de al lado construyeran su pared, se alcanzaba a ver hasta la Torre Latinoamericana", asegura Cortés.
Pero este acompañar a su madre, ayudar en la casa y mirar por la ventana no han sido las únicas actividades de Carlos desde que llegó hace casi un año a México.
Este hombre de canosa barba de candado cuenta que no ha podido dedicarse a la labor que durante siete años realizó en Estados Unidos (operador de maquinaria para meter tubería y cable en el subsuelo) porque "acá les pregunté a unos que andaban poniendo el cable que cuánto ganan, y me dijeron que 900 pesos a la semana, se me hizo bien poquito". Además, explica, "todavía se hace manual, no con la maquinaría que nosotros manejábamos".
Así, durante los primeros meses de su estancia forzosa trabajó con una cuñada ayudándole en su puesto de verduras en el tianguis ("¡no sabía ni dar el cambio!") y luego con un hermano en una construcción ("primero en la demolición y luego como albañil y pintor").
Y, para poder ubicarse en la gran capital, consiguió un enorme mapa de la ciudad de México, que cubre la mayor parte de la pared de la sala. Ahí estudiaba cómo llegar al trabajo.
Tras medio año, ahorró 10 mil pesos y ha vivido de eso desde que dejó de trabajar a finales del año pasado. Y, fue entonces –a pesar de estar contento de poder estar más tiempo con su mamá– que empezó a extrañar a su familia. "Cuando estaba allá, pensaba en los de aquí, y ahora que estoy aquí pienso en los de allá".
"De aquí te vas directo a México"
Aquella mañana del 8 de julio de 2002, a las ocho, Carlos Cortés fue a la Oficina de Ciudadanía e Inmigración, de San Diego, California, simplemente a renovar su permiso de trabajo. Pero se encontró con una desagradable sorpresa:
–De aquí te vas directo a México –le dijo
el agente.
–¿Por qué?
–¿No sabías que te llegó un papel que decía que ya debías ser deportado? (Se trataba de la respuesta negativa a la apelación de deportación).
–¿Y mis hijos?
–¿Cuántos años tienen?
–Mi hijo tiene 18 y mi niña 12.
–Ellos te pueden visitar.
–Pero va a estar difícil.
–No te preocupes, es más, tu esposa también ya se va a ir.
En ese momento entró una llamada a su celular. Le hablaban de una compañía donde había solicitado un seguro de vida. "Ha sido aprobada su solicitud", escuchó que le decía una voz. "Pues ya no me va a hacer falta –les contestó–, me van a deportar". Esa misma tarde estaba en Tijuana, Baja California.
Y, en medio del "coraje y frustración, decidí que era la oportunidad de ir a ver a mis papás. Es que si me volvía a regresar (a Estados Unidos), otra vez iba a estar dentro de la jaula", dice Cortés. Además, no quiso arriesgarse a ser atrapado por la migra y, literalmente, terminar en la cárcel (firmó un papel, en el que aceptó que en 10 años no regresaría, y que si lo hacía podía ser encarcelado de tres a cinco años).
Así que agarró camino.
"Tengo que seguir allá
con la familia"
El pasado 23 de abril, Carlos Cortés se enteró a través de la televisión de la posible deportación de su esposa. La familia estaba viendo, como acostumbra, el noticiario de Canal 13. "Se me ocurrió cambiarle al 7 –cuenta Cortés–, estaban las noticias y le dejé ahí, después de un ratito dijeron que iban a deportar a la mamá de un soldado; dieron su nombre, y luego dijeron, a su esposo tiene como un año que lo deportaron. Fue pequeño el pedacito que pasaron". En los medios estadunidenses, en cambio, ha sido amplia la difusión del caso. Al esposo esto no lo sorprende. "Mi señora siempre ha sido muy movida", dice. Y para ilustrarlo cuenta que hace unos meses cambió de dueño el edificio donde llevaban 10 años viviendo y la nueva administración quiso hacer un nuevo contrato, pedir otro depósito y subir la renta. Leticia Solís se quejó ante las autoridades de vivienda y "hasta salió en la televisión".
Con o sin esposa movida, con o sin hijo en el ejército, Cortés ve remota la posibilidad de arreglar su situación migratoria en Estados Unidos. Su última esperanza es su hija Natalie Michelle: "Cuando cumpla 21 años, quizá a través de ella podamos conseguir papeles". El detalle es que Natalie tiene 12 años, y, en nueve, Cortés tendrá 52 ("nomás voy a poder recoger mi seguro social allá").
Por lo pronto, Carlos Cortés Ramírez tiene la intención de poner "un negocito", quizá una tortería. Pero ésta quizá sólo dure unos meses, dependiendo de lo que ocurra con su esposa.
Mientras, los hijos de la pareja, Natalie Michelle y José Carlos, vendrán de vacaciones a México en junio.
Y, más allá de especulaciones sobre el futuro, las intenciones de Carlos son claras.
–¿Y si vienen por ti te vas a ir? –le preguntó su madre hace unos días.
–Sí, jefa, tengo que seguir allá con la familia –respondió sin titubear.