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Latinoamérica

El referéndum y el fin de la hegemonía conservadora

Por Gabriel Mazzarovich (*)

El domingo 7 de diciembre se explicitó como nunca antes en el Uruguay el grado de agotamiento del sistema de dominación más que centenario de la oligarquía en todos sus planos: el político, el social y también el ideológico. El resultado del referéndum para impedir la entrega a las transnacionales de la petrolera estatal permite muchas lecturas, todas ellas y en diferentes planos, reveladoras de una derrota en toda la línea de la derecha política y sobre todo de una concepción de sociedad, dominante durante más de tres décadas.

Profundizar en el análisis de ese hecho político central es imprescindible para construir el cambio y para dotar a las fuerzas que lo han de impulsar de un bagaje político e ideológico imprescindible para enfrentar los desafíos inmediatos y los estratégicos, los que recién se vislumbran.

El 7 de diciembre comenzó simbólicamente una nueva etapa política marcada por la demostrada incapacidad de la derecha para hegemonizar la sociedad uruguaya y el desafío político para la izquierda de construir una nueva hegemonía.

En clave democrática

En primer lugar el pronunciamiento popular del 7 de diciembre es un claro triunfo democrático, pero no en el sentido hipócrita en que los políticos del estabilishment lo señalan una vez cada cinco años cuando se eligen presidentes y legisladores. Es un triunfo de otra concepción de la democracia, de la participación popular en los asuntos claves de la política, del ejercicio de control directo por parte de los representados a sus representantes, de la capacidad de la sociedad para corregir decisiones que no la conforman y hacerlo en el marco de la institucionalidad y las leyes.

No es un aspecto menor, en medio de una región convulsionada por el abismo sin fondo de la crisis provocada por más de tres décadas de neoliberalismo, es decir capitalismo puro y salvaje.

En Uruguay la izquierda política y los sectores sociales más golpeados, eligieron una vez más el camino de la institucionalidad, de la tolerancia, del debate de ideas y del pronunciamiento democrático y ganaron, por el resultado y por el procedimiento.

Detenerse un momento en este punto no es baladí porque la derecha siempre se autoproclamó garante de la institucionalidad y la democracia.

Pues bien, además del ejemplo del pasado reciente, en el que apoyados por EEUU arrasaron con las instituciones y las libertades, cuando sintieron que sus bases de dominación corrían peligro; ahora hay ejemplos concretos y cercanos en el tiempo de que fuerzas políticas y sociales defienden la democracia y cuales la limitan y la recortan.

La izquierda uruguaya ha demostrado en los hechos y no solo en el discurso, su compromiso democrático, su tolerancia política y su "lealtad institucional", concepto tan polémico y tan puesto de moda en estos años.

Tanto con la Ley de Impunidad, como para enfrentar la privatización de la empresa telefónica y ahora la entrega de la petrolera, la izquierda y las organizaciones sociales uruguayas, eligieron el camino de la resistencia cívica, de recorrer todos los requisitos legales y apostar a la participación de la gente.

De esta manera, ganando o perdiendo, fortalecieron la democracia y combatieron al modelo de sociedad dominante en dos sentidos: impidiéndole en concreto entregar el patrimonio nacional y pegándole donde más le duele, devolviendo a la gente el rol de ciudadano en oposición al de "usuario o consumidor" que es el que le reserva el modelo neoliberal en boga.

Para llegar al 62% de rechazo al gobierno, hubo que juntar más de 600 mil firmas a lo largo y ancho del país. Luego hubo que defender esas firmas, cuando la derecha usando el Estado buscó abortar el pronunciamiento popular.

Primero dieron la orden a todo el circuito mediático del poder de ignorar la recolección de firmas y la campaña nacional que movilizó a miles de militantes sociales y políticos, nunca fue noticia, salvo al final cuando desde los medios obsecuentes se insistía una y otra vez en que no se llegaría al número requerido.

Cuando contradiciendo a todos los pronósticos de la derecha y de los sesudos politólogos las firmas estuvieron, empezó un proceso increíble de intentar anular miles de firmas, cambiando reglamentos y violando toda la legislación electoral. Solo se pudo impedir la maniobra con la denuncia, la movilización popular y la enérgica actitud democrática de los funcionarios de la Corte Electoral que tuvieron que sufrir sanciones por su compromiso.

No es nada menor, entonces, decir que las fuerzas de izquierda y populares protagonizaron una profunda y ejemplar lucha democrática, de ideas, de movilización, logrando que durante casi dos años, la sociedad debatiera y luego rechazara una de las piedras angulares del modelo: las privatizaciones.

En clave política

Resulta también claro que en el plano político el resultado del referéndum establece conclusiones contundentes. El 62% de la ciudadanía votó contra la derecha política, la opción opositora triunfó en 17 de los 19 departamentos que tiene el país, en varios de ellos por primera vez.

Por primera vez fueron derrotados en las urnas los dos partidos políticos de la oligarquía, el Colorado y el Nacional, que quedaron reducidos, los dos juntos, a poco más del 30% de los votos.

El 7 de diciembre quedó claro que el sistema ideado por la oligarquía uruguaya para perpetuarse en el poder está en crisis y que ya no sirve para ese objetivo de las clases dominantes.

El gran triunfador es sin duda el Frente Amplio y en particular su líder y candidato presidencial, Tabaré Vázquez, que no solo protagonizó la campaña por el SI, sino que, enfrentando dudas y hasta posiciones contrarias en el seno de la izquierda, apoyó desde el primer momento la campaña de recolección de firmas para someter al voto popular la ley de entrega de Ancap.

Vázquez emerge como uno de los pocos líderes políticos en el Uruguay, con credibilidad popular y por lo tanto con capacidad de encabezar un proyecto de país y una propuesta política.

En la izquierda resultó derrotada por el pronunciamiento ciudadano la opción del senador Danilo Astori, abanderado de una "renovación", que pasa por no hacer olas y apostar a la "estabilidad", una izquierda "madura" y que lleva la tan mentada "lealtad institucional" a prácticamente transformarse en moderadores del descontento popular para asegurarle "gobernabilidad" a la derecha.

Astori se pronunció por el mantenimiento de la ley e hizo campaña por ella. Su derrota en las urnas no obstante, no aconseja una lectura lineal. Si bien es cierto que lo deja en una posición muy compleja para una casi utópica disputa de la candidatura presidencial de la izquierda, también es cierto, que lo vuelve a colocar como un posible receptor de votos "moderados" dentro del Frente Amplio y más allá de que es un imposible saber cuanto de ese 30% del NO le corresponde a él y cuanto a los partidos de derecha, es claro que puede tener una votación que le permita una representación parlamentaria nada desdeñable.

En todo caso, por si era necesario, el liderazgo de Vázquez dentro de la izquierda fue una vez más abrumadoramente respaldado en las urnas.

Dentro del campo popular también es claro que salió muy bien posicionado el líder del Nuevo Espacio y promotor de un acuerdo con el Encuentro Progresista, senador Rafael Michelini, que tuvo un rol protagónico en toda la campaña y que estableció fuertes puentes de unión con la izquierda y su militancia, además de una postura triunfadora en el conjunto de la sociedad.

Pero también surge como un dato insoslayable el papel central y decisivo de la central sindical, el PIT-CNT, y por lo tanto de los trabajadores organizados, en la sociedad uruguaya. Fueron los sindicatos los que cargaron con el peso central de la recolección de firmas para habilitar el referéndum. También encabezaron la denuncia del contenido real de la ley de entrega de la petrolera. El PIT-CNT demostró la capacidad de los trabajadores uruguayos de librar una batalla de nivel nacional, con ideas, con propuestas propias y modificar la agenda política del gobierno, en base a la movilización y la acción democrática. Junto al PIT-CNT estuvieron las clásicas organizaciones populares uruguayas, los cooperativistas de vivienda, los estudiantes, los jubilados, demostrando que pese a los golpes del neoliberalismo y la destrucción del entramado social, este abanico aguerrido que es el corazón de la tan nombrada "sociedad civil" mantiene una importante capacidad de acción.

En el terreno de la derecha las conclusiones también son importantes. El poder puso todos sus recursos al servicio de mantener la ley y perdió. Perdió por paliza además.

Todos los medios del poder jugaron a favor de mantener la ley, los políticos que la defendieron contaron con una escandalosa diferencia a favor, publicitariamente hablando. La diferencia en tiempo de cobertura fue de 3 a 1 y además cuando, en ese escaso tiempo los representantes de la izquierda eran entrevistados, siempre debían responder por "las diferencias internas". No aparecieron en la televisión los empresarios y los productores agropecuarios que estaban contra la ley, solo los distinguidos "actores sociales" que defendían al poder y por supuesto a sus privilegios. Igualmente nada les alcanzó, cuando llegó el momento de votar el pronunciamiento fue abrumador.

Sin embargo, el principal dato a recoger es la grave crisis de representatividad de los partidos de la oligarquía y la falta de credibilidad de sus principales líderes, en particular los ex presidentes y nuevamente candidatos, Julio María Sanguinetti y Luis Alberto Lacalle.

Cuanto mayor fue su presencia pública, peor fue para sus intereses. Cuanto más hablaban, más votos perdían.

La derecha ha perdido la capacidad de liderar a la sociedad uruguaya, porque es su proyecto de sociedad, de país, el que ya no convoca.

La derrota es de tal magnitud que decidieron, una vez más con la complicidad del sistema de medios de comunicación que les responde, borrar de la escena nacional el referéndum y a menos de veinte días del pronunciamiento popular ya nadie habla de él.

Insisten en una práctica absurda, que los deja, aún más, en evidencia.

La tienen muy difícil porque ahora comenzará un proceso interno cruel de disputa por los espacios, que saben muy reducidos, para mantener parcelas de cargos.

Lacalle será candidato presidencial, a pesar de que llevó a su partido a la peor votación de la historia en las elecciones pasadas y nada parece indicar que esta vez le vaya mejor.

Sanguinetti, que perdió el invicto, ya que fue derrotado por primera vez en las urnas, no está muy entusiasmado, pero sabe que no hay otro que pueda pelear para evitar al menos, un triunfo de la izquierda en la primera vuelta electoral.

Su propia práctica política los condena, el modelo cuasi monárquico de conducción, la falta de democracia y de funcionamiento real de los partidos de la derecha, los ha dejado como un cascarón vacío solamente apto para el acomodo y el reparto de cargos, pero no para la acción política o la renovación de liderazgos.

Además, el problema de fondo, es que no se trata de cambiar de caras, es el proyecto que defienden, es su propuesta política, ideológica y económica la que ya no es creíble.

Esto no quiere decir que no mantengan capacidad de acción y que todo este dicho hacia las elecciones del 2004. Muy por el contrario, la percepción de que van a perder actuará como un elemento movilizador y van a utilizar todos los resortes de poder a su alcance para evitarlo o por lo menos para lograr que la derrota sea lo menor posible.

El objetivo más claro será evitar un triunfo de la izquierda en la primera vuelta de las elecciones del año que viene e impedir de esa manera que esta cuente con una mayoría parlamentaria propia.

Seguramente los ejes discursivos serán: el caos económico que provocará un gobierno de izquierda y la siempre conveniente amenaza del "malestar" militar si hay una revisión de las violaciones a los DDHH durante la dictadura.

En clave ideológica: ¿consenso o hegemonía?

Finalmente otro campo imprescindible del análisis es el después del referéndum y sobre todo las acciones de los triunfadores, ya quedaron claras cuales son y serán las de los perdedores.

En el voto triunfador se expresó un sentimiento de la sociedad que va mucho más allá del campo político.

Por el NO y la papeleta azul, es decir por respaldar al gobierno se pronunciaron, la Asociación Rural del Uruguay, la Cámara de Industrias, la Unión de Exportadores y la Cámara de Comercio, los más conspicuos representantes de la Asociación de Bancos y los dueños de la mayoría de los medios de comunicación.

Por el SI y la papeleta rosada, es decir por enfrentar al gobierno, se jugaron el PIT-CNT, Fucvam, la FEUU, las organizaciones de jubilados, los principales referentes de la Federación Rural y varios destacados representantes de los pequeños y medianos empresarios.

Este alineamiento de bloques sociales y económicos no es casual y resulta muy revelador.

Del lado del NO estuvo el poder, crudamente, sin tapujos, los estamentos empresarios y las organizaciones que los representan, que más allá de vaivenes coyunturales, han respaldado la política económica del gobierno; se han beneficiado de ella y se han negado además, a cualquier trabajo conjunto con los sectores populares de la Conapro para acá.

Esta lectura habilita a dejar planteadas, solamente planteadas, las opciones para construir y posibilitar el cambio en Uruguay.

Por un lado queda claro que ningún proyecto de cambio puede hacerse solo desde el campo político y prescindiendo del destacado papel de la sociedad civil, en particular de la sociedad civil organizada y en primer lugar del rol central de los trabajadores.

Por otro, que cambiar el modelo de sociedad dominante implica afectar los privilegios de un estamento empresarial, acostumbrado al clientelismo, que opondrá resistencia.

Nadie está pensando, ni planteando, que se vaya a una revolución social, ni siquiera que se trascienda los marcos del capitalismo luego de las elecciones. Pero aún en ese marco las opciones no son neutras.

La participación de esas organizaciones sociales que apoyaron el SI y que representan los sectores perjudicados por el neoliberalismo, en el diseño y en la ejecución de un gobierno popular es un factor clave.

Por el método, por el contenido y por la legitimación democrática y social del gobierno de izquierda.

Por eso cuando desde la academia, que sigue sin percibir que el discurso que sostuvieron como políticamente correcto en estos últimos años se derrumbó como un castillo de naipes, se insiste en la importancia del consenso y del pacto social, vale la pena precisar los términos.

Antonio Gramsci a comienzos del siglo XX desarrollaba la idea del consenso y de la hegemonía y planteaba su célebre fórmula: Estado = sociedad política + sociedad civil.

También planteaba la necesidad de construir el "bloque histórico" para cambiar la hegemonía en la sociedad, en base al más amplio "sistema de alianzas" pero con el objetivo del cambio y no con cualquiera y para cualquier cosa.

Por lo tanto es ciertamente imprescindible que la izquierda trabaje para contar con una amplio consenso social para su programa de gobierno y para las medidas que deberá adoptar. El tema es consenso con quien y hegemonizado por quien.

Gramsci también alertaba sobre el "el aparato privado de hegemonía" de las clases dominantes, que excede largamente el aparato estatal propiamente dicho.

El debate de ideas, democrático si, pero frontal también, con las clases dominantes, sus organizaciones representativas, políticas y sociales, será un signo permanente de esta etapa.

Construir el bloque histórico del cambio, también.

Introducir al debate de ideas fórmulas hasta hace poco exiliadas del mismo por "arcaicas" como las contradicciones de clase, el reparto de la riqueza, el avance de sectores de propiedad social en los medios de producción, una necesidad.

La opción contraria, la de promover consensos que abarquen a toda la sociedad y a todos los actores políticos y sociales, es además de idílica, impracticable.

Un gobierno de izquierda va a tener oposición, del poder y de la derecha, ¿qué consenso se puede buscar con Sanguinetti, Lacalle y Batlle?. Más bien se trata de diseñar una nueva política y construir una nuevo bloque político y social que construya una nueva hegemonía, a través de la lucha de ideas, de la movilización popular y de la democracia.

La hegemonía política e ideológica de la derecha está herida de muerte en Uruguay, se trata de intentar salvar sus restos o construir una nueva, de contenido democrático, popular y progresista.

Se cuenta con un respaldo importante de la ciudadanía, apertura en sectores productivos de raigambre nacional y también con un contexto regional nunca antes soñado a favor de esta opción. Se trata de tener la decisión de recorrerla.

*Periodista