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Latinoamérica


Ni el asalto a la nación ni el asalto al poder


Pablo González Casanova
LA JORNADA

El gobierno de la República ha declarado la guerra de clases. En boca de su Presidente ha declarado estar dispuesto a dar "mil batallas" por una reforma fiscal que, sin lugar a dudas para nadie, aumentará la carga de los tributos sobre un pueblo ya muy saqueado y empobrecido. El Presidente ha recibido el apoyo de las principales organizaciones patronales y de varias oligarquías estatales encabezadas por los gobernadores más identificados con el pensamiento neoconservador o neo-reaccionario.

Su propio partido, Acción Nacional, en boca del coordinador adjunto de la bancada en la Cámara de Diputados, Germán Martínez, ha declarado estar dispuesto a negociar "hasta con el diablo" para "sacar adelante la reforma". Y, con su iracunda figura, por todos lados se ve a Elba Esther Gordillo, representante del antiguo sindicalismo oficial más opresivo, apoyada y apoyando al Presidente. Este no sólo finge razonar sobre los propósitos de sus reformas y los efectos que de ellas espera, sino prepara una amenazadora explicación de la crisis inminente a que nos ha llevado la política neoliberal de su gobierno y de sus predecesores, de la que el Ejecutivo quiere inculpar ahora a quienes se oponen y opongan a sus reformas antipopulares, por lo demás altamente recesivas.

Las falsas razones del Presidente no son para engañar a sus colaboradores, a sus socios, patrones y publicistas, sino para orientarlos en la elaboración, la difusión y la creación de engaños colectivos que legitimen a su gobierno de propietarios, para los propietarios y con los propietarios nacionales y extranjeros. Desatendiendo todas las evidencias, experiencias y declaraciones fundadas que se manifiestan contra los impuestos a los alimentos y las medicinas, o contra la privatización y desnacionalización de la electricidad y el petróleo, el Presidente dice que "lo único que pasó por su mente (!) al presentar la reforma fiscal es que a través de ella (!) podemos continuar (!) reduciendo la pobreza (!)". Todos los estudios oficiales de expertos mexicanos y de organismos internacionales, absolutamente todos, indican que en el actual gobierno la pobreza está aumentando y que las políticas de empobrecimiento-enriquecimiento que hemos sufrido, sufriremos y quieren que suframos más están dejando sin comida ni medicina, ni vestidos de repuesto, ni empleo, ni escuelas, ni médicos, y hasta sin estructura científica y tecnológica, industrial, agrícola, universitaria a la inmensa mayoría de los habitantes y al país entero. Y todo se hace por nota, para que las responsabilidades nacionales y sociales pasen a las empresas privadas, que se encargarán de proveer a quienes tengan capacidad de compra de educación, salud y sustento, de acuerdo con sus centros de investigación privada, de educación de cuadros eficientes y de difusión de mercancías y servicios comerciales en esfuerzos combinados que lograrán al mismo tiempo la maximización de las utilidades de las empresas trasnacionales y el bienestar social de la población. El Presidente dice "muchas cosas" en las que no puede creer; entre otras, afirma: "Estamos ganando la victoria moral", o todavía más: "Tenemos ganada la victoria moral".

Asesorado por los expertos de los patrones para los que gobierna y con los que gobierna, el Presidente sabe muy bien que viene una crisis económica y financiera cada vez mayor. Y prepara como amenaza la "explicación" de lo que va a pasar. Una y otra vez sostiene que de la crisis que viene y ya llegó son y serán culpables quienes se opongan a las "reformas" de su gobierno, que son las mismas "reformas" que llevaron a la crisis de Argentina y de Bolivia, de Ecuador y de Perú, para mencionar sólo algunos países de América Latina.

Vale la pena detenerse en tan ilógico razonamiento dicho con toda seriedad nada menos que por el Presidente y su gobierno. "Así", piensa cualquiera que sepa, "conque de la grave crisis serán culpables" los que defienden los ingresos del pueblo y las riquezas de la nación, los que critican las exenciones de impuestos de importación a las megaempresas extranjeras que ya dominan el mercado de consumo, o a la banca extranjera, que domina el crédito, el valor de la moneda y las tasas de interés... Conque de la crisis serán responsables los que piden que ya no se den más subsidios y concesiones a los ricos como "estímulo para que venga el capital", mientras se quitan ingresos a los pobres y derechos y recursos a los trabajadores y a los campesinos diciéndoles que "sólo así" podrán competir con los chinos... La vieja amenaza amarilla que regresa a la hora del neoliberalismo.

Las descalificaciones a quienes se oponen al desmantelamiento de la nación y al indiscutible empobrecimiento con que amenazan a 99 por ciento de los mexicanos son ejemplo de lo que se llama acusación paradójica. Se dice de ellos que defienden intereses particulares, ocultos, y se les acusa de "populistas", calificativo éste que se aplica a todos los que defienden los intereses populares y nacionales y luchan contra los de las plutocracias, ésas que efectivamente compran y venden el país y se irritan cuando se les habla de los derechos sociales, de la soberanía nacional, de los recursos de la nación, argumentos que declaran obsoletos y tan desdeñables como los que se basan en la Constitución de la República y en los movimientos que contra las oligarquías, el colonialismo y el imperialismo hizo el pueblo de México en sus luchas por la Independencia, la Reforma y la Revolución de l910.

Cuando se reafirma, el Presidente muestra su decisión de ser fiel ejecutivo de quienes gobiernan y para los que gobierna. Sostiene que "ya les cumplió" y que "les va a cumplir". Lo sostiene con la emoción de un gerente que tiene la satisfacción de rendir buenas cuentas. El mismo declaró públicamente que su gobierno es de los patrones, con los patrones y para los patrones; desgraciadamente ese tipo de gobierno no tiene la más mínima posibilidad de hacer efectivo "el bien común", el "interés general", ni de atender a la solución de los problemas sociales, sino con políticas paternalistas que dejan al entero arbitrio de "los señores del poder y del dinero" lo que asignan para "obras de caridad" de todo lo que ganan por exenciones fiscales, por concesiones y desnacionalizaciones gubernamentales, o por la "liberalización" del comercio en que las megacompañías "se llevan todo", o por la "desregulación modernizadora", que en buen cristiano es cancelación formal de los derechos de los trabajadores, y que se suma a la eliminación y negación de los derechos de los pueblos indios, así como al desamparo legal en que se deja a los campesinos con la reforma al artículo 27 constitucional, madre de todas las contrarreformas que se llaman reformas.

El presidente Fox y quienes hoy gobiernan México están decididos a imponer por la razón o por la fuerza, con Dios o con el diablo, con la Constitución o contra ella una política neoliberal de guerra económica y de privatización y venta de la nación, con el empobrecimiento general del pueblo mexicano y de las futuras generaciones de México, cuyo porvenir aparece más incierto que nunca, a menos que los habitantes de este país seamos capaces de construir una alternativa que profundice en la conciencia y organización para las luchas por la liberación, la democracia y el socialismo en México y el mundo.

Las alternativas a la actual política neoliberal son varias. Entre ellas hay una, de emergencia nacional, que todos debemos defender. Para empezar, junto con la defensa del régimen constitucional las grandes fuerzas que integran el PRD tienen que unirse en un programa mínimo de defensa social y defensa nacional. Esa unidad fundamental se hará extensiva a las fuerzas progresistas del PT y del PRI y a algunos contingentes políticos del PAN que, por pocos que sean, se quieran unir en una gran fuerza en defensa de la nación y el pueblo mexicano; de los derechos de los trabajadores y los campesinos; de los pequeños y medianos empresarios; de la infraestructura cultural y científica de México; de sus universidades y escuelas; de los servicios sociales públicos, y de las empresas públicas del petróleo, la electricidad, así como las redes de apoyo financiero, tecnológico, de abasto y distribución.

Esa especie de unión nacional democrática tendrá que fortalecerse con el apoyo y la defensa de los movimientos sociales, incluidos los movimientos indígenas y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Con ellos y con las fuerzas políticas de las ciudades y los barrios, de los municipios urbanos y rurales, tendrá que construir una política alternativa que no sea paternalista ni populista, sino efectivamente democrática, nacional y social. A la unión que impidió la reforma fiscal neoliberal le dará el apoyo para que evite la privatización de la electricidad y del petróleo, y con esa unión, ampliada y fortalecida, presionará por una política anticíclica que active la producción y el empleo y asegure la sobrevivencia del país.

En todo caso, dará prioridad al establecimiento de juntas de buen gobierno en todo el territorio nacional; a la organización de los ciudadanos y ciudadanas en barrios, comunidades, municipios y conjuntos municipales articulados entre sí y en regiones con intereses comunes a defender y promover.

Vinculada a otras organizaciones nacionales e internacionales, la unión de fuerzas democráticas nacionales dará una importancia primordial a la moral pública, a la moral ciudadana, a la moral trabajadora, con la certidumbre de que las faltas o traiciones a la misma son fuentes de debilidad de los movimientos sociales y nacionales, y que el cultivo de la moral personal y colectiva es base de la fuerza de las comunidades y de las naciones. Por difícil que hoy parezca la victoria, ésta vendrá en México y el mundo más pronto de lo que se cree. Para ello basta ver cómo se organizan y fortalecen los grandes movimientos sociales desde Seattle hasta Nueva Delhi, pasando por América Latina, Europa y Africa, y aumentando cada vez más en los propios Estados Unidos, Inglaterra y España. Una historia que hoy parece subterránea va a florecer.

No podemos permitir que continúe el asalto a la nación. Sería también insensato planear el asalto al poder. Necesitamos continuar organizando desde abajo y con los de abajo el poder de los pueblos y su articulación con el de los trabajadores y los ciudadanos para una política capaz de contener al neoliberalismo y sus políticas de destrucción masiva; al mismo tiempo habremos de profundizar en la construcción de una política alternativa, que aprenda de todos los movimientos anteriores por la democracia, la liberación y el socialismo, para crear un mundo mejor.