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Latinoamérica

Después del 28

Andrés Cabanas
Revista memorial de Guatemala

Las semanas posteriores a las elecciones del nueve de noviembre vienen a confirmar las profundas debilidades y carencias de los partidos políticos y el liderazgo político-partidario en Guatemala.

Después del rechazo mayoritario y entusiasta de la población al riosmontismo, expresado en el tercer lugar alcanzado por Ríos en la primera vuelta electoral, las dos fuerzas políticas vencedoras no dejan de enviar mensajes desesperanzadores. Tanto la Gran Alianza Nacional, GANA y su candidato Oscar Berger, como la Unidad Nacional de la Esperanza con Álvaro Colom, recurren a la descalificación; sustentan sus campañas publicitarias en personas y no en propuestas; rehuyen debates programáticos y de altura y se mueven en un espacio ideológico empresarial y conservador, apenas abierto a otras realidades y necesidades.

¿Un futuro de exclusión?
La capacidad de promover y generar inclusión por parte de los próximos gobernantes es básica en un país fracturado y dividido, donde cada vez resulta más complicado tender puentes de unión. Pero más allá de los pomposos nombres de los dos contendientes (gran alianza y unidad nacional) no se perciben reales esfuerzos orgánicos de concertación, ni avances programáticos para la inclusión. Los equipos de trabajo conocidos y sobre todo los gabinetes en la sombra presumidos de GANA y UNE no parecen responder a la realidad de un país de mayoría indígena-campesina y de mayoría de mujeres; tampoco la pluralidad ideológica sobresale entre un mar de caras conocidas y funcionarios de vieja historia que a duras penas logran transmitir esperanzas de cambio.

Además, ambos partidos apuestan en su política de alianzas por la adhesión incondicional, la negociación cupular y el reparto de cargos más que por la discusión programática, la apertura y la realización de pactos estratégicos con los sectores sociales. Y sobre todo, apuestan por la pasividad social como garantía de su posible triunfo, en detrimento de la movilización y la participación.

Así, y de nuevo, la agenda política en Guatemala la dibujan cúpulas dirigenciales que apuntan, en el mejor de los casos, hacia un futuro entre absolutista y paternalista: "algo" (nunca todo) para el pueblo, siempre sin el pueblo.

El país patas arriba
Con partidos de derecha mayoritarios pero "sin pueblo" y con un pueblo huérfano de representación partidaria de izquierda, los pronósticos más pesimistas señalan que el próximo gobierno será de nuevo más rehén de los poderes fácticos, ya militares, ya económicos y, sobre todo, que su agenda dará la espaldas a las necesidades de la población. Es decir, un poco más de lo que, con matices, han ofrecido los gobiernos existentes desde la firma de los Acuerdos de Paz. Y aunque Berger no es Arzú y Colom no es Portillo o Ríos Montt, sus propuestas conocidas y los equipos que los rodean no garantizan los cambios que el país necesita: tributarios, agrarios, institucionales, culturales, sociales, políticos y generacionales.

En fin, Berger-Colom, UNE-GANA no garantizan poner el país "patas arriba", a través de una revolución pacífica que los Acuerdos de Paz perfilaron pero no supieron concretar, al partir de una lectura equivocada de la correlación de fuerzas existente. Por ello, las respuestas a los grandes problemas de Guatemala no las tienen los dos grises candidatos y sus muchas veces oscuros partidos e intereses, sino la tiene la población. La respuesta tampoco la van a dar los resultados del 28 de diciembre, como sólo la dieron parcialmente (y por exclusión de Ríos Montt) el nueve de noviembre.

Lo importante es lo que suceda después del 28 y la contestación que la población, las organizaciones sociales y los partidos, especialmente la izquierda, den a una pregunta fundamental: si queremos una sociedad democrática, digna, innovadora, incluyente, respetuosa de la diversidad y justa, ¿cómo vamos a participar y nos vamos a organizar para conseguirla?