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Latinoamérica

Lo que pasó con el Papa en Nicaragua

• ERNESTO CARDENAL (*)
La Republica

De las primeras cosas del Papa cuando pisó suelo nicaragüense el 3 de marzo de 1983, fue la humillación pública que me hizo en el aeropuerto enfrente de todas las cámaras de televisión.
Después de todos los saludos de protocolo, incluyendo los de la guardia de honor y la bandera, el Papa le preguntó a Daniel Ortega (el Presidente de Nicaragua), que lo llevaba del brazo, si podía saludar también a los ministros, y naturalmente le dijo que sí; y se dirigió a nosotros. Flanqueado por Daniel y el cardenal Casaroli fue dando la mano a los ministros, y cuando se acercó donde mí yo hice lo que en ese caso había previsto hacer, alertado ya por el Nuncio: y fue quitarme reverentemente la boina, y doblar la rodilla para besarle el anillo. No permitió él que se lo besara, y blandiendo el dedo como si fuera un bastón me dijo en tono de reproche: "Usted debe regularizar su situación". Como no contesté nada, volvió a repetir la brusca admonición. Mientras enfocaban todas las cámaras del mundo.
Me parece que todo esto fue bien premeditado por el Papa. Y que las cámaras de televisión estaban sobre aviso. El hecho es que esta imagen fue difundida por el mundo entero, y lo sigue siendo todavía: ahorita mismo, me informan que la han vuelto a sacar con motivo de unos recientes viajes del Papa.
En realidad era injusta la reprimenda del Papa, porque yo tenía regularizada mi situación con la Iglesia. Los sacerdotes con cargos en el gobierno los teníamos con autorización de los obispos, y ellos habían hecho pública esa autorización. (Hasta después fue que el Vaticano nos prohibió tener esos cargos).
Y la verdad es que lo que más disgustaba al Papa de la revolución de Nicaragua es que fuera una revolución que no perseguía a la Iglesia. Hubiera querido un régimen como el de Polonia, que era anticatólico en un país mayoritariamente católico, y por lo tanto impopular. Lo que menos quería era una revolución apoyada masivamente por los cristianos como la nuestra, en un país cristiano, y por lo tanto una revolución muy popular. ¡Y lo peor de todo para él es que fuera una revolución con sacerdotes!
El gobierno hizo todo lo posible para que la plaza de Managua, en la misa del Papa, se llenara de gente; porque llenarse de gente sería llenarse de revolucionarios.
Nos extrañó que el Papa en su discurso en el aeropuerto hablara de aquellos impedidos de llegar a su encuentro como hubieran querido. Lo que repitió varias veces durante la misa. Y ponía un énfasis perverso en cada sílaba, para que se entendiera bien que eran muchos a los que no se les había permitido llegar. ¿Acaso podían haber llegado más de las 700.000 personas? Y como los discursos los traía escritos, y habían sido hechos en Roma ¿cómo es que ya sabían desde antes que eran muchos a los que les impidió llegar?
Las lecturas de la misa no fueron inocentes. Se veía que habían sido escogidas exprofesamente contra los sandinistas. Del Antiguo Testamento fue leído lo de la Torre de Babel: los hombres que se quisieron igualar a Dios. Del Nuevo, lo del Buen Pastor: solamente Cristo lo es; los otros son ladrones y salteadores.
El tema de la homilía papal fue el de la unidad de la Iglesia, lo que quería decir un ataque a la llamada "Iglesia popular", o también "Iglesia paralela": los cristianos revolucionarios a los que se acusaba de querer destruir esa unidad.
Era evidente que el Papa odiaba la revolución sandinista, y había llegado a Nicaragua a pelear. Lo desconcertante era que en cada final de frase la plaza estallaba en aplausos y en vivas al Papa. Hubo un momento que pensé que la revolución se venía abajo. Me dije que de seguir eso así, a todos los de esa tribuna del gobierno nos iba a tocar hacer maletas esa tarde. Pero entonces es que cesaron los grandes aplausos; los que aplaudían ya eran sólo los 50.000 que había acarreado el padre Carballo, y el resto de la plaza comenzó a protestarle al Papa.
Después me enteré que la orientación de la revolución en todo el país había sido de no decir ninguna consigna política, tan sólo gritar vivas al Papa y aplaudir lo que dijera. Se pensaba que lo que diría sería de carácter pastoral; eso había asegurado repetidas veces el Vaticano.
Si uno ve los videos de la misa puede comprobar que hubo un cambio progresivo en la gran mayoría de la plaza, dejando de aplaudir primero, y protestando más y más después, conforme se van dando cuenta que el Papa al hablar de la Iglesia está hablando contra la revolución y contra los cristianos y los sacerdotes de la revolución. Y que por lo tanto no fue como muchos dijeron después, un ataque al Papa hecho premeditadamente por los sandinistas; sino que el Papa atacó primero a la revolución, el pueblo se mantuvo confuso y dudoso como veinte minutos, y después reaccionó contra el Papa.
Repetidas veces el Papa había dicho que Nicaragua era su "segunda Polonia". Y ese fue un gran error, porque Nicaragua no era Polonia. Creía que había un régimen impopular, rechazado por la gran mayoría cristiana, y que su presencia beligerante provocaría una sublevación del pueblo contra los comandantes de la Dirección Nacional y la Junta de Gobierno que estarían presentes en la plaza. Que bastaba que él hablara contra la revolución sandinista, y tendría el respaldo masivo de esa plaza. Y el Papa llegó a Nicaragua a desestabilizar la revolución. Si el Papa no hubiera estado equivocado, la noticia mundial ese día habría sido que el pueblo de Nicaragua rechazaba la revolución. Y ciertamente ese hubiera sido el derrumbe de la revolución sandinista, como yo lo llegué a temer esa tarde. Pero como el pueblo defendió su revolución y rechazó al Papa, la noticia mundial fue "el agravio que se hizo al Papa en Nicaragua".
El pueblo le faltó el respeto al Papa, es verdad, pero es que antes el Papa le había faltado el respeto al pueblo.
Primero las madres de los 17 muchachos muertos comenzaron a pedirle al Papa una oración por sus hijos, y él no les hizo caso. Y después se acercaron al altar, y empezaron a pedirlo a gritos. Otros pedían una oración por la paz, y después eran muchos coreando la consigna "¡Queremos la paz!", lo que hizo que el Papa respondiera a la multitud gritando: "La primera que quiere la paz es la Iglesia"; y más tarde, porque las protestas del pueblo iban creciendo, cogió el micrófono y gritó a todo pulmón: "¡Silencio!".
Lo que irritó más al pueblo, que no estaba acostumbrado a que sus dirigentes le gritaran jamás "¡Silencio!". A partir de entonces el irrespeto fue total. El Papa quería decir las palabras de la consagración, las del momento más solemne de la misa, y no podía por las consignas que la multitud gritaba: "¡Queremos la paz!", y después "¡Poder Popular!", y "¡No pasarán!". Había también vivas al Frente Sandinista, mientras los miles de la derecha que estaban en la parte delantera de la plaza lanzaban vivas al Papa. En uno de los videos se oye a una mujer que grita: "¡No es un Papa de los pobres; miren cómo se viste!". Dos o tres veces más el Papa tuvo que volver a gritar silencio. Por primera vez en la historia moderna un Papa era humillado por la multitud. En los videos se le ve desconcertado por lo que está pasando, y varias veces da muestras de vacilación y que está a punto de dejar el altar. Al final de la misa, la bendición papal apenas la pudo hacer, después de iniciarla tres veces, ante una multitud que ya estaba cantando el himno del Frente Sandinista.
Lo que dijo el Vaticano, lo que dijo la prensa capitalista del mundo entero, lo que dijeron muchos obispos, fue que el régimen marxista de Nicaragua había cometido un ultraje contra el Sumo Pontífice; se habló de sacrilegio y de profanación de la misa papal. Y en otras ciudades de Centroamérica que él visitó después se celebraron misas de desagravio.
Fue un descrédito mundial para la revolución ciertamente. ¿Pero qué habría pasado si el pueblo hubiera seguido aplaudiendo? Me parece que fue una prueba de fuego que tuvo la revolución, y que salió triunfante. Porque era un pueblo mayoritariamente católico el que estaba allí presente, y ni todo el prestigio y poder espiritual del Papa de Roma pudo hacer que se volteara contra sus dirigentes, sino que se volteó contra el Papa. *
(*) Ernesto Cardenal, sacerdote católico y poeta, ex ministro de Cultura de Nicaragua. (IPS