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Latinoamérica

Izquierda y gran capital

Emilio Pradilla Cobos
LA JORNADA

La izquierda electoral mexicana y latinoamericana, luego del derrumbe del socialismo real y la embestida del neoliberalismo y su globalización imperial, carece de una política frente al gran capital, y parece asumir el papel de administradora y facilitadora de las condiciones necesarias para que haga sus negocios. Al menos así lo interpretan algunos grandes empresarios, a juzgar por las declaraciones de Carlos Slim, el empresario trasnacional más rico de México y América Latina, muy bien posicionado entre los hombres más ricos del mundo y gran beneficiario de las privatizaciones de Carlos Salinas.

En el Distrito Federal, Slim tiene relaciones privilegiadas con Andrés Manuel López Obrador, jefe de Gobierno por el PRD, quien le ha dado su confianza al nombrarlo cabeza de la recuperación del Centro Histórico y le brinda todas las facilidades para que invierta en esa zona y la Alameda Central. Con la promoción de encuentros entre grandes empresarios latinoamericanos y su crítica light al modelo económico vigente en México, Slim ha ganado presencia política.

El empresario, que posee fuertes inversiones en Brasil y Argentina, sobre todo en telecomunicaciones, aunque no es el único giro, se muestra "gratamente impresionado" por las políticas de Luiz Inacio Lula da Silva, presidente de Brasil por el Partido de los Trabajadores, y de Néstor Kirchner, presidente de Argentina por el ala progresista del Partido Justicialista, hecho que lo motivó a anunciar importantes inversiones para expander sus negocios en esos países (La Jornada, 12/10/03, p. 25).

Parece que grandes empresarios latinoamericanos tienen claro que el patrón globalizado de acumulación de capital genera tanta pobreza y exclusión que son inevitables grandes movilizaciones sociales y revueltas populares -Ecuador, Perú, Bolivia-, y que la derecha no está en condiciones de enfrentarlas a bajo costo, por lo que piensan que la izquierda domesticada puede desmovilizarlas con su discurso de humanización del neoliberalismo, de mitigación de sus peores efectos sociales mediante políticas asistencialistas compensatorias, sin que estén en juego los intereses del gran capital monopólico nacional y extranjero. Son conscientes de que la izquierda que accede al poder en el continente -como en Europa- carece de una posición clara y precisa frente al capital en su conjunto, en particular ante el gran capital monopólico trasnacionalizado, por lo que se embarcó en el pragmatismo total para seguir en la disputa electoral por el poder y facilita la acción empresarial con una mano mientras con la otra compensa a los pobres, oprimidos, explotados y excluidos. Así lo leen los empresarios en los casos de la izquierda en el gobierno en Chile, Argentina y Brasil, pero no en Venezuela, dados los arrebatos del gobernante.

En México la inusual tolerancia de los empresarios de los medios de comunicación hacia López Obrador, que no mostraron con Cuauhtémoc Cárdenas, las benévolas declaraciones de algunos en público o privado, y la mesurada atención de los círculos políticos estadunidenses indican que el capital "podría encender varias veladoras para 2006", incluyendo una para el pragmático López Obrador -Slim aportó fondos a Fox y a Labastida en 2000 y fue benévolo con el candidato del PRD a la jefatura de Gobierno del Distrito Federal, con quien luego amarró la relación privilegiada-, si Fox no logra sus "reformas estructurales" o la derecha (PAN y PRI) no presenta candidaturas creíbles o se dinamizan los movimientos sociales, pues su fachada de izquierda los desmovilizaría, como logró en la ciudad de México con la cooptación de sus dirigentes, convertidos en dóciles funcionarios, legisladores o dirigentes de partido.

El problema de esta izquierda es que el neoliberalismo es sólo la versión más salvaje del capitalismo, en cuyas diversas variantes los grandes monopolios son los instrumentos más desarrollados de la explotación, opresión y exclusión de los trabajadores, fábricas permanentes de pobres, socavan la soberanía y autodeterminación de las naciones e impiden el desarrollo de toda opción real de izquierda que pretenda cambiar la sociedad para introducir la equidad, la justicia social y la inclusión, en beneficio de las mayorías expropiadas. ¿Hasta cuándo podrán y querrán aceptar los sectores populares la ambigüedad de los partidos y gobiernos de esa izquierda domesticada?

Por estas razones, la declarada "indestructibilidad política" de López Obrador suena a soberbia, prepotencia, autoelogio o, en el menos malo de los casos, a ignorancia, pues no vemos por ningún lado su proyecto "alternativo" al neoliberalismo, ni económico ni político, ni en la posición frente al gran capital, ni sus "sólidos principios de izquierda", que no se resuelven con la (encomiable) honestidad y austeridad personal. ¿No es el exceso de la palabrería autoafirmativa en ausencia de un proyecto político serio, una de las potenciales causas de su debilitamiento político?