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Latinoamérica

LA HISTORIA DEL SOLDADO FUSILADO SE CUENTA POR TODA BOLIVIA, PERO NADIE PUEDE DAR FE DE SU VERACIDAD

LA LENGUA DEL SOLDADITO
Por: MURAL.COM

El soldado se negó a disparar, arrojó su fusil y caminó hacia los manifestantes. Era un aymara de 18 años que había jurado jamás empuñar un arma contra su pueblo. Sacudía los puños en alto cuando el teniente lo tomó por la espalda, lo llevó hasta una pared y lo fusiló de un tiro en cabeza. Luego, dicen, le cortó la lengua para que su espíritu quedara condenado al silencio.
La historia del soldado fusilado se cuenta por toda Bolivia, pero nadie puede dar fe de su veracidad.
El Ejército la desmiente y los medios la ignoran, aunque para los habitantes de El Alto es tan cierta que hasta ya han erigido una hermita, donde supuestamente ocurrió -durante una embestida militar que en dos días acabó con la vida de 11 personas-.
'Si viera, señor, lo arrastraron como un perro hasta el caimán (camión militar)', lamenta una mujer. 'Lo han ido a botar al bosque para que se lo coman los animales', añade otra. 'La madrecita lo andará esperando pensándolo en el cuartel', imagina una tercera.
Para lo aymaras de El Alto fueron otros, y no sus muchachos, quienes les dispararon. Y el soldado fusilado corporiza la imposibilidad del crimen fraticida.
La hermita está en Río Seco, en medio de una gasolinera que voló por los aires tras ser atacada por los manifestantes por entregar combustible a 'los caimanes'.
Una chapa retorcida recuerda el lugar del crimen. Decenas de flores y lociones cubren unas botellas. Al costado dos banderas de la comunidad indigenista cargan con un crespón negro en homenaje a los muertos. Veinte mujeres, cinco hombres y una bandada de niños rezan y cantan por el alma del difunto.
Cuentan su furia y dolor. Nadie vio nada, pero todos saben quién sí: 'Mi tío me lo dijo, señor, que lo vio todito por la ventana', 'El vecino de la Teresa estaba aquí', dicen que dicen.
Las flores de la hermita apenas ocultan algo parecido a un casco militar con un enorme agujero. Nadie se atreve a tocarlo, ni tampoco al guante que está debajo. Las 'cholas' que llegan se persignan, y las más viejas se lamentan por el dolor de 'la madrecita'.
'La lengua del soldadito estaba ahí, yo misma la vi, pero se la comieron los perros', cuenta una 'chola' que traduce del aymara los relatos surgidos a borbotones.
A medida que pasa el tiempo el relato se bifurca, pero mantiene la idea del mártir. Que fue contra la pared, que fue contra la columna, que fue un tiro, que fueron dos, que los compañeros del soldado atacaron al teniente que a veces era capitán y a veces sargento.
Los mitos no necesitan ser ciertos para convertirse en una verdad y la historia del soldado está en los umbrales de esa categoría. Basta con que las personas lo necesiten y lo crean. El mito ni se explica ni se comprueba. Simplemente es así porque todos lo saben.
Pero en El Alto, la historia del soldado fusilado no viaja sola, sino en compañía de otras verdades -no menos verdaderas-, aunque falsas para los descreídos.
Como la que asegura que eran chilenos 'de ojos azules' los soldados que disparaban en los barrios de Río Seco y Villa Imperio, traídos por 'el Goni (Gonzalo Sánchez de Lozada)' a 'matarnos a todos'.
La historia oficial desmentirá con documentos y testimonios el mito del soldado fusilado. Pero para el pueblo aymara lo único cierto es que pasó, aunque no haya sucedido.