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Latinoamérica

36 HORAS DE MASACRE Y EL ALTO NO SE RINDE

Redacción de Econoticiasbolivia.com

Treinta y seis horas de bala y metralla, a lo largo y ancho de sus calles y avenidas, no han podido doblegar al pueblo de El Alto, el más pobre y rebelde de la castigada Bolivia.

De pie, miles y miles de vecinos, organizados por cuadras y barrios, enfrentan con piedra y palo a las tanquetas y militares carapintadas que disparan a todo lo que se mueve. La masacre, iniciada a las 7 de la mañana del sábado, se sigue prolongando aún ya entrada la noche del domingo.

En este día y medio de batalla, por decidir el destino del gas y el petróleo y la suerte del Presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, ha cobrado ya más de una veintena de muertos a bala (por lo menos 18 en este domingo) y más de un centenar y medio de heridos, casi todos ellos de la población civil de 800 mil almas.

Los nombres de los fallecidos y heridos, difundidos por valerosos periodistas de radioemisoras locales, no deja lugar a dudas: los caídos son aymaras, hombres y mujeres humildes, hombres y mujeres de pueblo.

"Ya no podemos contar los muertos, están disparando a todos. La gente está muriendo por falta de auxilio, ya no hay medicamentos", dice el reportero de la cadena Erbol que implora que lleguen recursos, dinero y sangre para que los heridos no se mueran en los centros médicos de Río Seco.

En carta abierta a Sánchez de Lozada, la Asamblea de Derechos Humanos y la Federación de Periodistas no dejan lugar a dudas: "diversos medios de comunicación han confirmado el uso de armas de grueso calibre, incluidas ametralladoras pesadas, en contra del pueblo boliviano. Ya no podemos hablar de enfrentamiento sino de una verdadera masacre".

Los pedidos de auxilio se multiplican desde otras zonas por las ondas de radio WaynaTambo, por la Pachamama y otras emisoras que reciben la solidaridad de los que luchan en las polvorientas calles de la ciudad, ubicada a cuatro mil metros de altura, casi a un palmo de un cielo que no se apiada de los pobres.

"Pido en nombre de Dios que ya no disparen contra el pueblo", dice en vano el padrecito Wilson de Villa Ingenio, a través de Erbol.

En el Hospital Juan XXIII, los médicos y enfermeras reciben con lágrimas a los heridos. "Por favor, ya no más muertes", llora una auxiliar.

Más y más heridos, más y más muertos en la zona Los Andes y en Río Seco, donde ya no hay perdón para el gobierno neoliberal.

"El Alto de pie, nunca de rodillas", gritan varios jovenzuelos en la Plaza Ballivián y el eco se multiplica en la Ceja, en Villa Tunari, en Santiago II, en Río Seco y en la avenida Juan Pablo II, donde la vida se apaga más rápido que en Roma.

Como en todas las zonas de El Alto, en la Ceja, en el inicio de la autopista que la vincula con la ciudad de La Paz, los enfrentamientos también son intensos. En los cerros, los vecinos se defienden con piedra y hondas del ataque de los militares que protegen los cisternas, cargados de gasolina, que paulatinamente van entrando a la sede de gobierno, semiparalizada por la falta de combustible y el temor e ira que se apoderan de los paceños ante la descomunal masacre, propia de las dictaduras más sangrientas que tenga memoria Bolivia.

Hasta el cierre de este despacho, el sangriento operativo de reabastecimiento de gasolina y gas para La Paz había sido parcialmente alcanzado, aunque a costa de mucha sangre. En cambio, el otro objetivo gubernamental, como era controlar y someter a los rebeldes alteños, ahogándolos en sangre y metralla, era un rotundo fracaso.

Lo mismo que las negociaciones para pacificar el país que inútilmente intentaba abrir hasta la tarde de hoy la Asamblea de Derechos Humanos y la Federación de Trabajadores de La Prensa. Estas instituciones acusan al Gobierno de no querer negociar.

Con las sombras de la noche, aumentan los rumores sobre nuevas incursiones armadas de grupos de élite del Ejército, de mayores medidas represivas contra los alteños y contra la prensa libre, que informa y no calla, como muchos hoy en Bolivia.

Pero eso no parece importar demasiado a estas alturas. Colgados de los cerros, plantados en las calles y esquinas de la ciudad de El Alto y apostados en las laderas que cobijan a La Paz, los rebeldes de la piedra y la honda creen que con el nuevo día estarán derrumbando a pulso la inequidad y el genocidio.