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Internacional

15 de septiembre del 2003

El 11/09 y los terrorismos

Víctor Flores Olea
Rebelión

Noam Chomsky nos recuerda que Estados Unidos es el único país del mundo que ha sido condenado por un Tribunal, el Penal Internacional, por practicar el terrorismo internacional. Las palabras condenatorias: uso ilegal de la fuerza en su guerra contra Nicaragua. Naturalmente, dos resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU que apoyaban ese fallo fueron vetadas por Estados Unidos. Y no estamos hablando, insiste Chomsky, de "una pequeña guerra terrorista, sino de una guerra que prácticamente destruyó ese país".

El terrorismo de Estado, sigue diciéndonos Chomsky, ha sido práctica habitual de varios gobiernos de Estados Unidos, y lo han aplicado o apoyado abiertamente por ejemplo en Colombia, Panamá, Sudán y Turquía . Y, claro está, en Cuba, donde "el terrorismo de Estados Unidos contra la isla ha sido una constante desde 1959". Por eso resulta escandaloso "que Estados Unidos pueda catalogar a Cuba como estado terrorista…"

De otro lado, los inauditos actos de violencia del ejército golpista del traidor general Augusto Pinochet en el derrocamiento del Presidente Salvador Allende, democráticamente electo, y la sanguinaria represión que aplicó al pueblo durante cerca de dos décadas, se inscriben en rigor dentro del terrorismo de Estado. Precisamente a cuenta del gobierno estadounidense (Nixon y Kissinger, según multitud de documentos desclasificados recientemente), que juzgó "inaceptable" el triunfo democrático del presidente chileno y decidió enviar a sus agentes secretos primero para impedir el triunfo y después para derrocar al gobierno constituido.

La memoria latinoamericana recuerdan muchos otros actos de verdadero terrorismo de Estado con matriz en la Casa Blanca. Lo ha sido en rigor el rosario de golpes de Estado sufridos en nuestro continente, para no ir más lejos después de la Segunda Guerra y durante la Guerra Fría, impulsados por las más elevadas instancias del gobierno estadounidense, en nombre de la "seguridad nacional y continental": Guatemala (1952), Brasil (1964), Uruguay (1973), Argentina (1975), para sólo recordar los más conspicuos casos.

Esta semana se han conmemorado abundantemente dos hechos coincidentes en su día: el 11/09/73, en que se derrocó al Presidente Allende de Chile, y el 11/09/01, fecha del terrible ataque a las Torres Gemelas de Nueva York y al Pentágono. Actos con signos externos distintos pero convergentes: acciones, como las de todo terrorismo, atroces e inadmisibles por infinidad de razones de carácter moral, político y humano, pero además porque ambas resultaron enormemente destructivas de una de las altas conquistas de la civilización: la posibilidad misma de la política, de la cual el terrorismo es la radical negación. Negación de la voluntad como creadora de un destino civilizado y negación del esfuerzo humano para escapar de la violencia desnuda y acercarse a una forma de convivencia en que la razón, el reconocimiento del otro, la persuasión y el argumento sean fundamentos de la sociabilidad en paz.

La potencia mundial por supuesto brindó su inmediato apoyo al golpista Pinochet: el derrocamiento de Allende se había producido bajo sus auspicios, apenas disimulados en la sombra. En cuanto a la reacción de George W. Bush y sus cómplices ¿tenían otras salidas? Seguramente sí, aún cuando en rigor su reacción estuvo condicionada por la naturaleza de su poderío (¿de todo poderío?), y en todo caso por el horizonte ideológico y moral de su actual equipo de gobierno.

Lo que resulta discutible es que esa reacción pueda ser llamada legítimamente "guerra antiterror". El terrorismo que sufrieron no fue un acto de Estado sino de individuos pertenecientes a una organización altamente clandestina. La reacción del imperio no ha sido, por supuesto, la persecución de individuos y grupos sino la ocupación y el dominio de otros Estados con enormes territorios, riquísimos en reservas de hidrocarburos.

El hecho que sí resulta asombroso es que la potencia, el único Estado declarado judicialmente terrorista, haya desencadenado dos guerras en tan breve tiempo y haya sido capaz, hasta ahora impunemente, de violentar, amenazar, presionar, manipular y mentir a escala internacional, desde luego a los principales organismos como la ONU, y a otros Estados, pero también a escala nacional distorsionando información y ocultando sus reales propósitos: la afirmación estratégica y geopolítica de la potencia y el enriquecimiento de algunos de sus consorcios más importantes, entre cuyos dueños y directivos se cuentan miembros del gobierno que toma las decisiones (¡!)

No olvidemos que un Presidente en Estados Unidos necesita al menos dos condiciones para vender una guerra, sin importar cuál sea la verdadera razón de las decisiones: autodefensa y deber moral. En el terrorismo Bush encontró al perfecto enemigo: huidizo y susceptible de cualquier interpretación . Ante ese enemigo sin rostro su gobierno podía proclamar libremente casi cualquier cosa, con una terminología ciertamente cuidada por los publicistas y los expertos vendedores de imagen. Por ejemplo "mientras los países protejan a los terroristas nuestra libertad está en peligro y Estados Unidos y sus aliados no pueden permitir eso, y no lo permitirán".

(¿De qué países se trata? ¿Qué libertades están en peligro y por qué razón? No era necesario especificarlo: en las campaña publicitarias exitosas precisamente la ambigüedad encierra la fuerza de la afirmación, la verdad de la mentira. Nuevamente los disimulos lucieron su eficacia en el campo político).

En artículos anteriores sostuvimos que la "ruta" de Bush hijo redoblaría el terrorismo en vez de terminar con él. Y así ha sido. Jessica Stern, colaboradora de Clinton, escribió en el New York Times: "Estados Unidos convirtió a Irak en amenaza terrorista, cuando no lo era". Sin contar con la resistencia nacional que ha ido creciendo y que todo indica irá en aumento, con el costo en vidas humanas del ejército estadounidense que inevitablemente también ascenderá.

Pero las tensiones en el panorama mundial no se agotan en las guerras y en el belicismo del grupo ultraconservador del gobierno de Estados Unidos. Las mismas tensiones, o más agudas aún, se revelan brutalmente en materia económica internacional. En éstos días, con la celebración de la 5ª Reunión Ministerial de la OMC en Cancún, para los lectores de periódicos de México ha sido evidente que en materia de comercio hay también conflictos que literalmente arrojan víctimas, tal vez más numerosas que las sesgadas por las balas, las bombas o el fuego de los lanzallamas.

Se trata otra vez de las condiciones draconianas que las grandes corporaciones de la agroindustria, los laboratorios y, en general, los fabricantes de bienes industriales, imponen a los países pobres. No repetiré los argumentos pero si señalaré que otra vez, en el terreno económico internacional, y no solamente en el militar, nos encontramos con un mundo en que impera la explotación, la miseria, la pérdida de libertades, la enfermedad, la desnutrición, la ausencia de oportunidades educativas. Es decir, en el fondo, un tipo de terrorismo más eficaz que el de las bombas y los aparatos entrando al corazón de las grandes construcciones, puesto que penetra precisamente en el corazón de los hombres, mujeres y niños de todo el planeta.

Encontrándonos con que los representantes de los países ricos sostienen sin rubor alguno las tesis de sus grandes corporaciones, como dóciles marionetas, sin capacidad alguna ni voluntad para sugerir o matizar. Un mundo, por donde se vea, en el que imperan el interés de la riqueza y el afán de lucro. ¿Hasta dónde y hasta cuando?

Este nuevo aniversario del 11/09 nos trae inevitablemente a la memoria el cruel atentado terrorista en Nueva York, pero también ese otro hecho desalmado que fue el derrocamiento del Presidente Salvador Allende, y la secuela anterior y posterior de agresiones de la gran potencia que destruyeron durante muchos años en América Latina las democracias ya experimentadas o aquellas incipientes. Destrucción más bárbara y terrible, si se quiere, que la de las Torres Gemelas.

Y nos recuerda también el terrorismo de Estado de la gran potencia destruyendo, con su violencia internacional y sus violaciones al orden jurídico, las instituciones civilizatorias que el hombre ha creado en los últimos años, simbolizadas para el caso en esa otra torre neoyorquina a unas cuantas cuadras de las gemelas, y que es la sede de la ONU. ¿En qué manos estamos y hasta cuando?

Ya nos lo dirán los miles y miles de luchadores en todas partes -hoy también en las calles de Cancún- que se oponen a la hegemonía imperial, que se proponen erradicar el terrorismo en todas partes y en todas sus formas y que siguen sosteniendo, en los idiomas y continentes más diversos, que efectivamente "Otro mundo es posible".