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Internacional

2 de agosto del 2003
Un imperio peligroso hasta para sí mismo
La privatización del poder en EE.UU hace crujir cimientos políticos y económicos

Hermann Bellinghausen
La Jornada

A contracorriente de lo que parece una casi absoluta homogeneidad mediática en Estados Unidos, ahora que el gobierno de George W. Bush derriba las últimas barreras legales que impedían el monopolio ilimitado de los medios de comunicación, un respetable número de escritores, periodistas e investigadores se ha dado a la tarea de documentar la verdad y decirla desde diversos ángulos y sitios. Variopintos reporteros de radio, televisión, prensa escrita o cibernética como Michel Moore, Amy Good-man, Greg Palast, Jim Cason, Russell Mockhiber, Robert Weissman, Molly Ivins o Michel C. Ruppert se suman a los análisis de Noam Chomsky, Lewis Lapham, Sheldon Wolin, Edward Said, Howard Zinn, Gore Vidal y otros.

En distintas condiciones de marginalidad cultural, social o mediática, ellos comparten la certidumbre de que la república de Estados Unidos está en grave peligro, pues sus gobernantes se han embarcado en una aventura criminal que está por alterar la vida política y económica del mundo entero. La guerra de las mentiras, que no guerra de mentiras, podría costarle la presidencia a Bush, pero los mecanismos de control y la desaparición de derechos civiles parecen estar apenas comenzando.

Nuremberg, DC

''Por supuesto, la gente común no quiere la guerra, pero después de todo son los líderes de un país quienes determinan la política, y es siempre cuestión de jalar al pueblo, lo mismo en una democracia, en un régimen fascista o parlamentario, o en una dictadura comunista. Con o sin voz, los pueblos siempre pueden ser arrastrados al arbitrio de sus líderes. Esto es fácil. Todo lo que uno necesita es hacerles creer que serán atacados y denunciar a los pacifistas por su falta de patriotismo y por poner en peligro al país. Esto funciona por igual en cualquier lugar del mundo."

La declaración podría llevar la firma de algún mando del Pentágono (Powell, Rumsfeld, Wolfowitz), pero pertenece al general Herman Goering, alguna vez mando máximo del ejército de Adolfo Hitler, poco antes de ser ejecutado en Nuremberg en 1947 (según registra Gustave Gilbert en sus Diarios de Nuremberg, citado en Utne Reader, julio-agosto de 2003). Procesado como uno de los responsables de la guerra que acababa de arrasar a Europa y asesinar a millones de judíos, gitanos y opositores, Goering pareciera simple pionero del gran operativo de censura bélica echado a andar en Estados Unidos a partir del 11 de septiembre de 2001.

La embestida imperial es grande y tiene prisa. En Estados Unidos se ha creado un status de guerra permanente como telón de fondo para la verdadera transformación: desaparecer el Estado y abrir paso al poder de las empresas sin los engorrosos trámites de la democracia. El gobierno bushiano emprende a la carrera toda clase de reformas y crea estructuras y reglamentos de control que rebasan las fantasías de Joseph Goebbels (y por contraste las peores pesadillas de George Orwell): la seguridad de la patria, la censura por interpósita mano de los monopolios de comunicación, la militarización de la vida cotidiana, la desaparición de la intimidad bajo el monitoreo continuo y omnipresente y los bancos de datos más sobrecogedoramente ''totales''.

Por lo demás, el nepotismo del poder es-tadunidense deja pálido a cualquier reyezuelo bananero. En el desfile de negocios cruzados participan sus empresas y parentela: el hijo de Powell, la esposa de Dick Cheney, el hermano del nuevo vocero de la Casa Blanca, Scott McClellan, etcétera (por no mencionar al clan Bush: un primo en Fox News, un hermano en Florida y un padre en todo lugar).

Esta privatización del poder resulta excesiva hasta para la cuna del libre mercado, pues su economía cruje hoy peligrosamente.

Empieza ya a hablarse de la "creciente inestabilidad y fragilidad" del régimen (Mi-chael C. Rupert dixit, en su extraordinaria From the Wilderness Publications), y de que tanto el presidente estadunidense como el primer ministro británico, Tony Blair, podrían tener los días contados luego del caudal de mentiras y engaños.

Pero como lo prueba la ominosa aventura en Irak, la cual está lejos de haber terminado, la apuesta es más grande que la suerte de ambos mandatarios: son irrelevantes.

Así se ententiende la soberbia (que Ruppert llama estupidez) del subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz, al aceptar en mayo pasado, en entrevista con Vanity Fair, que el pretexto de las armas de destrucción masiva fue "seleccionado" para justificar la invasión de Irak en vez del petróleo, por considerarlo "más conveniente" para "vender la guerra" al pueblo estadunidense (y Goering aplaude desde su fosa oculta).

La "administración" washingtoniana puede cambiar; los mecanismos legales y extralegales para la guerra permanecerán.

Uno de los padres liberales de Estados Unidos, Benjamin Franklin, había dicho que un pueblo que por razones de seguridad cede sus libertades "merece perder la seguridad y las libertades por igual".

Ahora, Chris Floyd (columnista de Moscow Times y colaborador del sitio CounterPunch) lamenta que "no hay protestas por los arrestos secretos ni por los poderes dictatoriales que el presidente Bush se ha otorgado, incluyendo la autoridad para ordenar el asesinato de cualquier persona en el mundo que él designe como 'enemigo'. Una vez más, todo esto se ha informado abiertamente, pero apenas ha provocado un titileo de oposición pública".

La verdad sin consecuencias

En un provocador libro que sacará a la luz este agosto la editorial Harper San Francisco, el analista Curtis White escribe: "Los estadunidenses no tenemos el hábito de sacar la pus de nuestras realidades dominantes. Somos delicados. Estamos acostumbrados a los aplazamientos, aunque nos gusta considerarnos rebeldes. Lo que dicen nuestros padres, maestros, presidentes y conductores televisivos es suficiente. Incluso si prueba ser falso, por hábito de sumisión y por miedo eludimos lo que implicaría no rendirnos. Sacrificamos nuestras vidas, con el alivio de dejar el asunto para luego" (The Middle Mind: Why Americans Don't Think for Themselves , o La mentalidad promedio: Por qué los estadunidenses no piensan por sí mismos).

White encuentra que existe hoy una "nueva censura", que no duda en considerar "genial" por su eficacia, pues permite que todo sea conocido y desnudado a un grado paralizante. "La nueva censura no funciona escondiendo sus secretos. ¿Nuestros líderes son mentirosos y criminales? ¿Nuestro gobierno está controlado por corporaciones poderosas y elites políticas? ¿Nos envenenan lentamente? La respuesta es sí, a todo, y prácticamente nadie lo ignora. El reinado de George II lo revela con perversa transparencia".

Según White, "el genio" de la nueva censura es que funciona mediante la obscenidad de su absoluta evidencia. "El Irakgate no es ningún secreto. El verdadero secreto consiste en que no lo es. Tampoco un es-cándalo, sólo negocios como siempre. La traición a la opinión pública es manipulada diariamente por los medios como un 'escándalo', aunque en realidad es mera rutina y todos lo saben".

El escepticismo del autor alcanza incluso a las más insospechables mentes libres, como Noam Chomsky (y, para ser justos, al propio White). En estas circunstancias, ¿qué efecto pueden tener los escritos de Chomsky y otros? "Ninguno. Forman parte del espectro de la infopornografía (su parte más inquietante, sin duda). La función de la verdad se neutraliza porque existen personas que participarán en acciones mortíferas y cosas peores en todo el mundo y luego nos lo vendrán a contar. Con todo detalle. La verdad es que todo se sabe. Las revelaciones son grotescamente vívidas. ¿Convertimos en millonarios a los comandantes de los escuadrones de la muerte en El Salvador? Sí. En la Escuela de las Américas. Hay un presupuesto permanente para ella. Cada año lo pagamos los contribuyentes. Se trata de un crimen sin consecuencias. Bajo cualquier estándar, la nuestra es una sociedad corrompida, porque no admite su responsabilidad ante hechos éticos que conoce perfectamente".

La verdad sin consecuencias, apunta Curtis White, es una buena forma de definir la corrupción (¿y el fascismo? Allí están los "inocentes" de Hermann Broch).

Escenas con emperador

Este 8 de julio, durante su gira africana, el presidente Bush visitó Senegal, país donde la sensibilidad y el genio artístico se dan a manos llenas. Un lugar digno de la Tierra.

En una carta dada a conocer por Carolyn Byerly, investigadora del departamento de Comunicación de la Universidad de Maryland, una mujer relató desde Dakar lo que los senegaleses tuvieron que soportar aquel fin de semana: "Más de mil 500 personas fueron detenidas entre jueves y lunes. Esperamos que sean liberadas en cuanto se vaya el gran hombre. Aviones de la fuerza aérea estadunidense sobrevuelan Dakar día y noche, el ruido es tal que no se puede dormir. Llegaron a Senegal alrededor de 700 agentes para la 'seguridad personal' de Bush, con sus perros y vehículos. Las fuerzas de seguridad senegalesas no están autorizadas a acercarse al presidente estadunidense. Todos los árboles de los lugares por donde debía pasar Bush fueron cortados. Algunos tenían más de cien años.

"Cerraron las rutas que van al centro de la ciudad, donde se encuentran escuelas, hospitales y oficinas, desde el lunes por la noche hasta el martes a las 15 horas. No pudimos ir a la escuela, ni a nuestras oficinas, y los enfermos también tuvieron que quedarse en casa".

Agrega: "Bush no sólo evitó el contacto con los senegaleses; tampoco usó nuestras cosas. Se trajo su sillón, sus automóviles, su comida y hasta su agua. Llegó con sus periodistas y los nuestros debieron permanecer casi todo el tiempo encerrados en el aeropuerto. En la isla Goree sólo habló Bush. Nuestro presidente no fue autorizado a tomar la palabra".

En dicha oportunidad, el mandatario estadunidense se refirió a la esclavitud. "Parece que necesita el voto de los afroamericanos para ser relecto", ironiza la anónima corresponsal. "Sólo por eso" visitó la emblemática isla Goree, donde durante dos siglos se embarcaron para América centenares de miles de esclavos.

"Mientras permaneció aquí se organizaron varias manifestaciones contra Bush, pero creo que no le importan. Quiere convencernos de que no somos nada y que Estados Unidos puede hacer lo que le venga en gana en cualquier parte".

La historia como antídoto

La revista neoyorquina Harper's (quizás el único medio verdaderamente libre y disidente en el mainstream estadunidense) adelanta la publicación del libro de White, y también la redición de una obra fundamental en la historiografía estadunidense, The Politics of War (Franklin Square Press, otoño de 2003), una historia "de dos guerras que alteraron la vida política de la república de Estados Unidos (1890-1920)" que documenta algo bien conocido en nuestros países: el momento en que devino imperio.

O de cómo el naufragio de las Torres Gemelas repitió en 2001 los hundimientos del Maine en febrero de 1898 y del Lusitania en mayo de 1915. Aquellos episodios marítimos dieron causa beli para la pelea contra España, y para el ingreso a la guerra europea, respectivamente. Un siglo antes de CNN, el presidente McKinnley "vendió" con éxito la idea de que los españoles ejercían en Cuba "el despotismo más perverso sobre la faz de la Tierra" y eran un peligro para Estados Unidos. Y tan tranquilo.

En el ensayo de Lapham sobre Karp (muerto prematuramente en 1989), donde compara al historiador con Mark Twain, Ambrose Bierce y otros grandes autores verdaderamente "incómodos", se lee la siguiente caracterización del momento actual:

"Desde ocho meses antes de la invasión a Irak los medios estadunidenses se conformaron con creer el cuento de hadas del gobierno que cuáles eran las 'razones' para enviar tanques al este del Edén. Los artífices de la administración Bush pudieron inventar cualquier historia sobre la civilización occidental en jaque por las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein. Pero incluso cuando se demostró la existencia de guiones prefabricados en base a reportes de inteligencia falsos, los medios adoptaron la sabiduría del mago de Oz. ¿Por qué no ? ¿Qué ganaban con expresar dudas? El cuento vendió periódicos, disparó los ratings de televisión, aseguró los favores de la Casa Blanca y prodigó invitaciones para asistir al baile de disfraces militares en el golfo Pérsico" (Harper's Magazine, agosto de 2003).

Lapham distingue entre república y na-ción, guiado por Walter Karp, quien "veía a la nación estadunidense como una enfermedad de la república, y por lo tanto, susceptible de curación". El estudio de la historia fue para Karp un medio de proteger nuestro futuro del pasado. "Como una manera de poner a flote la esperanza en días mejores, se apoyaba en la memoria de días peores, afortunadamente idos".

Así, con irrefrenable optimismo, el editor de Harper's se dice convencido de que "sobreviviremos a Bush".