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Internacional

5 de agosto del 2003

No es la primera vez que el nombre del vicepresidente de Estados Unidos se une a una componenda sucia y en el caso de la guerra está entre quienes encabezan la lista de los responsables
Indagatorias a Dick Cheney

Juana Carrasco Martín
Juventud Rebelde
Cuando los escándalos contables tomaron vida en Estados Unidos con el caso Enron, los manejos turbios que fueron señalados desde comienzos del año 2001 pusieron también en la picota a Halliburton, la compañía que presidiera Richard Cheney desde 1995 hasta el 2000, cuando ocupó el cargo a la sombra de las decisiones políticas de la administración Bush.

Ahora, bajo la Ley de Libertad de Información, han sido revelados documentos probatorios de que Cheney creó una fuerza de trabajo sobre asuntos energéticos que, entre otros estudios y análisis, examinó los activos del petróleo iraquí dos años antes de que comenzara la guerra iniciada con los criminales bombardeos sobre Bagdad el 20 de marzo de 2003.

Esa fuerza de tarea escribió la política energética de la nación y para ello consultó a lobbystas (cabilderos) y ejecutivos de las empresas petroleras, del gas, el carbón, producción de electricidad y nucleares, incluido el desacreditado presidente de Enron, Ken Lay, uno de los grandes aportadores económicos a la carrera de George W. Bush y amigo muy estrecho del mandatario quien en sus cartas le nombra Kenny Boy.

Por supuesto, las decisiones que en ese aspecto tomó la administración Bush beneficiaron a esas empresas al liberar la explotación de esas riquezas en extensos terrenos públicos e hicieron oídos sordos a los reclamos de los grupos de protección del medio ambiente. Precisamente la decisión judicial de que fueran liberados algunos de los papeles de la Fuerza de Tarea sobre la Energía, responde a demandas formuladas por diversas organizaciones.

Desenredar la madeja de ese grupo de trabajo va dejando rastros vinculantes tanto en el capítulo de los fraudes financieros a los accionistas de la compañía de Houston, Texas, como en la agresión al medio ambiente en Estados Unidos con una política energética que siguió al pie de la letra los dictados de las industrias contaminantes, y concluye ahora -por el momento- con la confabulación evidente para obtener, sin competencia, los contratos que le acercaron al petróleo iraquí.

Con razón el Financial Times decía este 1 de agosto que los ingresos de la compañía se habían incrementado en 23 por ciento gracias a la actividad de su Grupo de Ingeniería y Construcción (EGG), y los servicios al gobierno más que doblados, principalmente por su presencia en Iraq. Halliburton terminaba el segundo cuarto del año con activos equivalentes a 1,9 mil millones de dólares, un buen ascenso desde el 1,1 mil millones con que concluyó el 2002.

PROBATORIAS DE LA CONFABULACIÓN

Los documentos recién desclasificados están fechados en marzo de 2001 -seis meses antes del 11 de septiembre, fatídico para muchos y oportuno para un grupito de halcones dispuestos a imponer su imperio mundial- y las 16 páginas del titulado Foreign Suitors for Iraqui Oilfield Contrats muestran mapas de los campos petrolíferos en Iraq, oleoductos, refinerías y terminales, además de una lista de los países y empresas que tenían negocios en ese campo con el gobierno de Saddam Hussein.

No hay que ser muy inteligente para concluir que ese estudio demuestra lo oportuno de una guerra y cuánto tiene que ver con el petróleo, además de la llamada seguridad nacional de Estados Unidos.

Pero en un intento por tirar la toalla que proteja a Cheney, el Departamento de Comercio aclaraba apresuradamente: "Es responsabilidad del Departamento de Comercio servir como vínculo comercial para las compañías de EE.UU. que negocian alrededor del mundo, incluidas aquellas que desarrollan y utilizan los recursos energéticos. La Fuerza de Tarea de Energía (Energy Task Force) evaluó regiones del mundo que son vitales para el abastecimiento energético global".

La realidad es que aun antes del comienzo de la invasión a Iraq ya Washington se había encargado de entregar uno de los contratos para la reconstrucción de lo que iban a destruir a golpe de bombas y misiles, a Kellog Brown and Root, una filial de Halliburton.

La revelación que ahora se hace nos recuerda las declaraciones hechas hace unos pocos días al diario local Augusta Chronicle, por algunos efectivos estadounidenses que sirven en territorio iraquí. El sargento reservista Robert Curl, quien quiere regresar a su hogar, se quejaba: "No entendemos qué está pasando. Ya hemos estado aquí suficiente tiempo. Hicimos nuestra misión". Pero otro sargento, David Uthe sí precisaba los motivos verdaderos: "La principal razón por la que todavía estamos aquí es para apoyar a Brown and Root".

Las marañas en las que está involucrado Richard Cheney no paran en estas revelaciones. Se le acusa de presionar a la CIA para que avalara con informes de inteligencia la halcónica visión del mundo que tiene la administración republicana.

Una fuente no revelada de la Agencia Central de Inteligencia le dijo al diario The Washington Post que Cheney hizo "múltiples" visitas al cuartel general de Langley, Virginia, el pasado año, dejando en algunos analistas de inteligencia la sensación de que estaban siendo presionados para encontrar evidencias sobre la existencia de armas prohibidas en Iraq o vínculos del presidente Saddam Hussein con al-Qaeda.

Otros oficiales de la defensa, en servicio o retirados, alegaron que desde el mismo día de los ataques a las Torres Gemelas y al Pentágono, Paul Wolfowitz, subsecretario del Departamento de Defensa, intimidó a analistas de inteligencia para que investigaran los reclamos de que Iraq estaba involucrado en los atentados.

Lo cierto es que cuando ya las fuerzas de la coalición de dos (Estados Unidos y Gran Bretaña) habían entrado en Bagdad, el diario londinense Telegraph afirmaba en su edición del 11 de abril que comenzaba la batalla por el petróleo y que desde Washington hasta Ankara todos los ojos estaban puestos en Kirkuk, una pequeña y polvorienta ciudad iraquí que había caído en poder de las fuerzas kurdas, porque el suelo de esa región contenía el 40 por ciento del crudo iraquí.

El periódico se equivocaba en una cosa, ese combate no se iniciaba en ese momento, la conspiración norteamericana databa de mucho antes. El estudio del grupo de Cheney es la comprobación y, además, en marzo, antes del inicio de la actividad bélica, ya Kellog Brown and Root había obtenido un contrato por 600 millones de dólares para iniciar la reparación y rehabilitación de los campos petrolíferos, a pesar de que congresistas demócratas habían solicitado una investigación del contrato, concedido sin competencia alguna.

DIEZ PREGUNTAS A CHENEY

El 21 de julio de 2003, los representantes Bernie Sanders, Dennis Kucinich y Carolyn B. Maloney, enviaron al "honorable vicepresidente Dick Cheney" una carta con diez preguntas a tenor de que George W. Bush había hecho afirmaciones falsas en el discurso sobre el Estado de la nación, concernientes a que Iraq había comprado uranio a Níger.

Los congresistas querían saber exactamente cuál había sido el papel de Cheney en la diseminación de esa desinformación atribuida a la CIA, porque "no había sido explicado por usted (Cheney) o la Casa Blanca", y por eso le preguntaban:

¿Cuántas visitas usted o su jefe de personal hizo a la CIA para reunirse directamente con los analistas que trabajaban sobre Iraq? ¿Cuál era el propósito de cada una de esas visitas? ¿Usted o un miembro de su staff dirigió o estimuló a que la CIA diseminara esa información de inteligencia? ¿Usted o un miembro de su personal requirió o demandó en algún momento que fueran re-escritas informaciones de inteligencia concernientes a la existencia de armas de destrucción masiva en Iraq?

Los congresistas también hacen referencia en su carta a Cheney a un artículo del 6 de mayo de 2003, publicado en The New York Times, en el que se afirmaba que hacía mas de un año que la oficina del vicepresidente había solicitado una investigación sobre el asunto del uranio y por tanto un antiguo embajador en África, Joseph Wilson, había sido enviado a Níger para investigar el asunto.

Wilson dio a conocer a la CIA y al Departamento de Estado que esas informaciones eran inequívocamente erróneas y los documentos falsos, por eso los congresistas formulaban otras preguntas muy serias:

¿Quién en la oficina del vicepresidente fue informado del contenido del reporte del embajador Wilson? ¿Qué esfuerzos fueron hechos por su oficina para divulgar lo encontrado por la investigación del embajador Wilson a la consejera de seguridad nacional del presidente, y al secretario de Defensa? ¿Consideró su oficina exactas o inexactas las conclusiones del embajador Wilson?

Otras tres preguntas concluían la indagatoria teniendo en cuenta que el vicepresidente había reiterado en más de una oportunidad, en discursos y presentaciones oficiales, la falsedad: ¿Qué evidencia tenía para seguir repitiendo lo de las armas nucleares siete meses después del reporte del embajador? Como el secretario de Defensa había testificado ante el Congreso que Iraq estaba "comprando armas nucleares" ocho meses después del informe de Wilson a la CIA y al Departamento de Estado ¿qué esfuerzo había hecho Cheney para determinar qué evidencia tenía el secretario de Defensa para su declaración en el Congreso?, y ¿en qué basaba su declaración ante la televisión nacional?, porque el 16 de marzo, el vicepresidente había repetido ante el programa Meet the Press: "Nosotros creemos que (Saddam Hussein), de hecho, ha reconstituido sus armas nucleares".

Hasta el momento no se conoce respuesta alguna del señor Dick Cheney a las acuciosas preguntas, y ¿cuántas más podrían hacerle las madres de sus soldados? El engaño y la desfachatez parecen ser prácticas y virtudes intrínsecas al equipo que gobierna en Washington y quiere controlar el mundo.

3 de agosto de 2003