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Internacional

3 de agosto de 2003

Hollywood Radical: sigue el camino de baldosas amarillas

Carlos Prieto
Ladinamo

El pasado 5 de mayo fueron desclasificadas las transcripciones de los interrogatorios realizados hace cincuenta años por el senador Joseph McCarthy durante la Caza de Brujas, proceso inquisitorial sobre la supuesta infiltración de comunistas en las instituciones estadounidenses. Para hacerse una idea del alcance de la purga cultural conviene echar un vistazo a Radical Hollywood de Paul Buhle y Dave Wagner, libro publicado recientemente en el mundo anglosajón que intenta evaluar el impacto popular de las películas de la era clásica de Hollywood creadas por simpatizantes de la cultura de izquierdas, antes de que ésta fuera arrasada por el Tío Sam con la furia de un Saturno devorando a sus hijos.

"Cuando oigo hablar de cultura desenfundo mi revólver". Goering, fundador de la Gestapo
Ascensión de la izquierda en Hollywood
En 1947, con la Caza de Brujas en marcha, la izquierda de Hollywood organizó un acto de protesta en el que la actriz Katharine Hepburn afirmó: "Destruye la cultura y destruirás una de las más potentes fuentes de inspiración de las que la gente saca fuerzas para luchar por una vida mejor". Hepburn tenía motivos para dar la cara por los perseguidos: sus mejores personajes hasta entonces (Historias de Filadelfia, La mujer del año, etc.) habían sido ideados para ella por guionistas repudiados que crearon un nuevo tipo de personaje femenino que se lo montaba por su cuenta sin necesidad de recurrir al estereotipo de mujer fatal.
Estas y otras ideas "subversivas" calaron en el entretenimiento de masas combinando en ocasiones critica social, calidad artística y éxito en taquilla. Entre las mil películas escritas o dirigidas por artistas incluidos en la "lista negra" se incluyen clásicos como Gun Crazy, El enemigo público, Casablanca, El hotel de los líos, Frankenstein, El Mago de Oz, El Halcón Maltes, Laura, Un lugar bajo el sol, Solo ante el peligro, Huckleberry Flinn, La jungla de asfalto… y, sí, hasta Lassie o El Gordo y el Flaco.
Cine de género
Como cabe imaginar su realización no fue un camino de rosas. Según contaba el guionista partisano Michael Willson (Un lugar bajo el sol, Lawrence de Arabia, El puente sobre el río Kway), era "extremadamente difícil hacer un film progresista y honesto en Hollywood". Curiosamente, a los consabidos encontronazos con la poderosa censura comercial (grandes estudios) y moral (Código Hays) se añadió otro menor pero muy significativo: el influyente Partido Comunista, falto de reflejos, no creía que el cine comercial de Hollywood pudiera convertirse en una cultura política. Craso error. Más allá de dramas marxistas sobre masas de sufridas campesinas ucranianas, el cine de género (western, fantástico, etc.) hizo una contribución positiva al cambio social, aunque sólo fuera porque la censura oficial tenía problemas para localizar el veneno cuando se disfrazaba de otra cosa: en el musical El Mago de Oz (1939), cuyas canciones fueron escritas por E.Y. Harburg, encontramos canciones como "La bruja malvada está muerta" que proclamaba, según Bulhe y Wagner, "la liberación que Harbug y sus compañeros soñaban: del fascismo para Europa y del colonialismo político y económico para el Tercer Mundo".
Igualmente, como cuenta Radical Hollywood, tras el crack del 29 "el cine negro junto con las películas de mujeres se reveló como el género adecuado para que los guionistas habilidosos realizaran una primera exploración del descontento social eludiendo sutilmente la censura política". Así, tras calentar motores con Little Caesar (1930) o El enemigo público (1931), la ficción criminal explotó definitivamente tras el inicio de la Segunda Guerra Mundial: "Aquí, más que en ningún otro lado los radicales dejaron su sello en el cine contemporáneo (…) no como mera afirmación de la cultura popular sino como encarnación de su poder crítico". Con todo, el FBI no tardó en despertar y considerar que este estilo, con su ambigua interpretación de la ley y el orden, era contrario a los valores americanos.
Este periodo de sentimientos antifascistas propició también "docenas de películas de gran impacto político sobre asuntos internacionales nunca vistos hasta el momento". El caso más popular es Casablanca (1941), protagonizada por un Humphrey Bogart que estaba siendo investigado por el FBI por sus simpatías comunistas. Los autores de Radical Hollywood consideran extraño que parte de la crítica señale que el valor de la película reside en la "historia de amor" cuando, contra la corriente dominante en el cine internacional y como muestra del espíritu de los tiempos, el personaje interpretado por Bogart –Rick– no sólo no lo deja todo por amor sino que renuncia a éste "en favor del compromiso de derrotar al fascismo y crear un mundo nuevo sin reparar en costes personales". No está mal para un cínico como Rick.
El fin de esta época coincide con el estreno de Solo ante el peligro (1952), clásico escrito por Carl Foreman. Este western protagonizado por Gary Cooper es, aunque no lo parezca, una parábola sobre la Caza de Brujas y, por extensión, una "crítica de la sociedad capitalista (...) contra el discurso político americano estándar que equipara el interés del capital financiero con el interés público", según Radical Hollywood.
La cuesta abajo y la invasión hippie
Las palabras de Foreman –"mi intención había sido escribir una película sobre la muerte de Hollywood"– se revelaron proféticas. En 1946, 78,2 millones de estadounidenses iban al cine todas las semanas. En 1971 la cifra se había reducido a 15,8 millones. Evidentemente, la aparición de la televisión tiene mucho que ver con todo esto pero cortar la cabeza de algunos de tus mejores creadores tampoco es que ayude mucho.
Hubo que esperar dos décadas, hasta los años setenta, para asistir al resurgimiento del cine comercial estadounidense de la mano de Coppola (El padrino), Scorsese (Taxi Driver, Toro Salvaje), Altman (Nasville), Towne (Chinatown) o Asbhy. Para que este renacimiento fuera posible tuvo que producirse un cambio en la relación de fuerzas entre productores y cineastas, propulsado por la convulsión política y cultural de los sesenta (ejemplificada en la figura del Denis Hopper de Easy Rider que en aquellos años solía irrumpir en las fiestas de las grandes productoras completamente enloquecido al grito de "os vamos a enterrar").
El acta fundacional de este movimiento fue la goddardiana Bonnie and Clyde (1967), remake no reconocido de Gun Crazy que declaró legítima la violencia contra el establishment. Que Hollywood tenía otra vez ganas de mambo lo demuestra el hecho de que hitos del cine político europeo como La Batalla de Argel (1966) y Z (1968) fueran nominadas al oscar a la mejor película. La corriente fue aprovechada por guionistas de la lista negra como Ring Lardner Jr o Waldo Salt que reaparecieron para contribuir al movimiento con dos películas claves para entender el antiautoritarismo de los época: MASH (1969) y Cowboy de medianoche (1968).
Tiempos nuevos, ¿tiempos salvajes?
Al final, las luchas de poder entre artistas y productores acabaron con el triunfo de estos últimos (con la inestimable colaboración, todo hay que decirlo, de George Lucas y Steven Spielberg). En los ochenta el cine comercial entró en una fase patatera e infantil y aún está por ver si los síntomas de recuperación de los últimos años –con una nueva generación formada por David Fincher (Seven, El Club de la Lucha), Charlie Kaufman (Cómo ser John Malkovich), Paul Thomas Anderson (Magnolia), Alexander Payne (Election) o Tim Robbins (Ciudadano Bob Roberts, Abajo el telón)– son algo más que fuegos artificiales. De momento, a falta de aclarar si actualmente atravesamos por un momento histórico similar a los años treinta o sesenta, es justo señalar que la mejor película hecha por Hollywood durante los noventa –El club de la lucha- es un producto de alto voltaje subversivo. Después de todo, parece que Bogart y compañía no se equivocaban.