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Internacional

19 de agosto del 2003

Apagón americano

Juan Francisco Martin Seco
El Mundo
Es como si Francia, España e Italia hubiesen estado durante más de 24 horas sin fluido eléctrico. Pero Bush apareció para asegurar que no había nada que temer. «No se trata de un atentado terrorista».El pueblo americano podía estar tranquilo. Miles de ciudadanos quedaron atrapados en el metro, otros en ascensores, los que más se vieron obligados a dormir en la calle; atascos, caos, ni trenes ni aviones ni autobuses ni televisión ni agua potable; pérdidas millonarias, pero, tranquilos, no hay por qué preocuparse.«¿Quién puede hacer ascos a un viernes festivo? Tómenlo con humor», recomendó Bloomberg, el alcalde de Nueva York. ¿Por qué iban a reaccionar de otro modo si se descartaba un acto terrorista?

En el imperio de Bush nada, excepto el terrorismo, tiene importancia.A los americanos les han lavado el cerebro. Se ha generado una psicosis colectiva. La obsesión por el terrorismo desplaza cualquier otra preocupación. La táctica resulta bastante beneficiosa para los gobernantes. Un patrioterismo provinciano hace que se exagere el enemigo exterior y se menosprecien los riesgos internos. Son los otros, los extranjeros, los peligrosos. Hasta del apagón se responsabilizó a Canadá en un primer momento. Al pueblo americano habría que gritarle de nuevo: «La economía, estúpidos, la economía».El terrorismo oculta los problemas económicos y, ante su amenaza, se pretende legitimar la limitación de garantías y derechos.

«Yo veo esto como una llamada de atención», afirmó Bush el jueves por la noche. ¿Llamada de atención? Bastante más, para todo el que no esté ciego por la paranoia del terrorismo. El apagón del suministro eléctrico es expresión del cortocircuito del modelo económico americano. Una superpotencia, se ha dicho, con una red eléctrica tercermundista. ¿Sólo la red eléctrica? La desregulación de los sectores estratégicos ha significado pasar del servicio público al beneficio máximo.

El apagón del jueves pasado ha mostrado el grado de dependencia que toda una nación tiene respecto a las infraestructuras eléctricas, y lo vulnerable que es ante la falta de suministro. ¿Se puede permitir que un sector tan básico y trascendental quede en manos de administradores como los de Enron? ¿Puede abandonarse a simples criterios de rentabilidad privada? Las pérdidas ocasionadas por el accidente en un solo día van a ser equivalentes a lo que hubiera costado modernizar la red de distribución. Socialización de pérdidas, privatización de beneficios. Llamada de atención para todos los países, también para los europeos, que bobaliconamente y de forma mimética importan el modelo económico neoliberal y se dedican a privatizar sin ton ni son