VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Internacional

29 de julio del 2003

Rechazan a un abogado cubano-americano, dedicado a litigar en casos de malas prácticas médicas en Florida
Estados Unidos fuera de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos

Michael Shifter
Ideele

Por primera vez un candidato norteamericano no logró los votos necesarios para integrar la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Michael Shifter nos ofrece un lúcido análisis de las razones que llevaron a América Latina a expresar por esta vía su descontento con el vecino del norte.

Sorprendentemente el hecho ha pasado casi desapercibido. Sin embargo lo que ocurrió en junio en Chile no puede ser más revelador de la creciente irritación y desconfianza que caracterizan las relaciones entre Latinoamérica y los Estados Unidos. En la reunión anual de la Organización de Estados Americanos el candidato propuesto por los Estados Unidos para ser miembro de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos no fue escogido en la votación secreta por los gobiernos que integran la OEA.

El resultado nos trae a la memoria lo que sucedió con la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, el año pasado, dado que para la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA esta será la primera vez desde que se creó en 1959, en la que no habrá un representante de los Estados Unidos cuando se reúna en el 2004. Esta realidad no solamente ilustra la tensión en las relaciones Estados Unidos - América Latina; posiblemente tenga también un efecto negativo para la Comisión y debe ser un motivo de preocupación para aquellos comprometidos con el progreso de los derechos humanos en las Américas.

Por supuesto que los funcionarios norteamericanos no deberían estar tan sorprendidos como parecen estar, por el rechazo de su candidato Rafael Martínez por los miembros de la OEA. Martínez, hermano de Mel Martínez, miembro del gabinete de Bush, es un abogado cubano americano, dedicado a litigar en casos de malas prácticas médicas en Orlando, Florida. Fuera de toda duda carecía de las credenciales para servir en la más importante y crecientemente respetada institución a cargo de los problemas de derechos humanos en el hemisferio. La nominación de Martínez marcó una preocupante ruptura con la tradición de los Estados Unidos de seleccionar a distinguidos juristas o a destacados líderes de derechos humanos para ser parte de la Comisión; un estándar que, por lo demás, es cada vez más frecuentemente aplicado para la selección de candidatos de los gobiernos latinoamericanos.

Cualquiera sean sus méritos en el campo de las malas prácticas médicas, Martínez muy difícilmente podía colocarse al mismo nivel de personas con impecables credenciales, incluyendo al saliente comisionado norteamericano Bob Goldman de la American University o de comisionados cuyo mandato continúa como Susana Villarán del Perú o Pepe Zalaquett de Chile. (Hay que reconocer que Martínez nunca ha pretendido tener experiencia previa en derechos humanos. Insiste más bien en su capacidad para aprender rápidamente. Con lo saludable que es para una persona reconocer sus limitaciones, esta virtud no podía considerarse suficiente para asegurarse un puesto en la Comisión). La nominación de Martínez olía mas bien a clientelismo y nepotismo, precisamente los cargos usualmente levantados contra las formas tradicionales de hacer política en América Latina.

Sin embargo, las cuestionables calificaciones de Martínez explican sólo una parte de las razones detrás del voto en contra latinoamericano, y quizás ni siquiera la más importante. De hecho, muchos observadores consideran que incluso a un candidato norteamericano bien calificado (existen, después de todo) no le hubiera ido sustancialmente mejor en una votación secreta.

En la reunión de Chile, el clima no fue particularmente favorable para los Estados Unidos. Especialmente en los últimos años, la acumulación de insensibilidad, arrogancia y mano dura han contribuido a agriar las actitudes de los latinoamericanos hacia los americanos. El problema fundamental no tiene tanto que ver con el desinterés de Estados Unidos hacia Latinoamérica, algo a lo que Latinoamérica está acostumbrada desde hace mucho tiempo, sino a la sorprendente insensibilidad mostrada por funcionarios norteamericanos en relación, por ejemplo, con el colapso argentino o al rol que se percibió Estados Unidos tuvo en el golpe de abril del 2002 en Venezuela o, finalmente, a las continuas sospechas de involucramiento norteamericano en Colombia.

La cruda demostración de fuerza norteamericana en Irak ocurrida poco antes de la reunión de junio, definitivamente no ayudó mucho a ganarse la buena voluntad de los latinoamericanos. De hecho, la guerra en Irak tocó una fibra muy importante en este hemisferio. Para los latinoamericanos, un mundo unipolar y comportamientos agresivos y unilaterales no son nada nuevo. Más aún, muchos latinoamericanos apoyaron la posición de Chile y México, los dos miembros de la región en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, quienes se opusieron a unirse a la coalición liderada por Estados Unidos. A pesar de la reciente suscripción de un tratado de libre comercio con Chile, Washington no parece perdonar a los gobiernos latinoamericanos que no lo apoyaron. Entre los funcionarios norteamericanos hay un sentimiento de decepción, cuando no de traición.

Sin embargo no es solamente esta proyección de poder militar lo que ha irritado a los latinoamericanos. Influye también el que los Estados Unidos parecen tener muy poco interés en los asuntos que son de principal preocupación en la región, como la pobreza y las crecientes tensiones sociales. Los Estados Unidos tienen en cambio en relación con América Latina una agenda estrecha y altamente selectiva, lo que se refleja, en gran parte, en el énfasis que ponen en el tema de Cuba. Así, en el clima que se vive en la post guerra de Irak, no sería sorprendente que la afirmación del Secretario de Estado Collin Powell en su discurso, llamando a las demás naciones a acelerar la "inevitable transición democrática en Cuba", sonara para muchos latinoamericanos como otro llamado para un "cambio de régimen", esta vez en el hemisferio.

Más importante incluso que las diferencias en política entre los Estados Unidos y Latinoamérica son simplemente aquellas en el estilo. Los latinoamericanos perciben una creciente insensibilidad norteamericana hacia ellos, lo que debería asumirse como cierto si nos guiamos por la nominación de Martínez a la Comisión. Un voto secreto en contra del candidato norteamericano es una de las pocas maneras en que los latinoamericanos pueden hacer conocer su frustración y vengarse de los gringos.

Lo que pasó en la reunión de la OEA es no solamente ilustrativo sobre el estado de las relaciones interamericanas, sino causa de preocupación sobre lo que puede ocurrir con la propia Comisión. Es útil recordar que durante los muy difíciles y oscuros años setenta y comienzos de los ochenta, cuando Latinoamérica estaba llena de regímenes que rutinariamente asesinaban y torturaban a los opositores de los proyectos autoritarios, la Comisión hizo una enorme contribución para proteger y promover los derechos humanos. Fue el caso destacado, por ejemplo, de su visita a Argentina en 1979, donde recogió información que ayudó a que el mundo fuera conciente de las desapariciones masivas que ocurrían durante la junta militar.

La votación en Chile añade una gran dosis de incertidumbre en un momento crítico. Luego de grandes esperanzas de progreso en los noventa, la democracia en América Latina parece estar cada día más en riesgo con una creciente volatibilidad en Venezuela, continuidad del conflicto armado en Colombia y signos ominosos en el horizonte para Guatemala, Bolivia y Ecuador. Con la excepción de Cuba, no hay dictaduras en el hemisferio, pero la protección de los derechos de los ciudadanos comunes y corrientes en la región es, por decir lo menos, débil.

Aún cuando es dificil de culpar a los gobiernos latinoamericanos por votar en contra de este candidato mediocre, no hay nada que celebrar en este rechazo sin precedentes a la propuesta norteamericana. Estados Unidos es un actor indispensable en el Sistema Interamericano y además financia la mayor parte de las actividades de la Comisión. Sin un norteamericano en la Comisión, los Estados Unidos podrían estar más tentados de mantenerse distantes y menos comprometidos con los trabajos de derechos humanos en la OEA y responder con menor entusiasmo al creciente número de casos que conciernen a lo que ocurre en los Estados Unidos mismos.

Esta tentación sin embargo debe contrarrestarse porque sería en la práctica autodestructiva. Afortunadamente los Estados Unidos continuarán dando apoyo financiero a la Comisión. Pero los norteamericanos necesitan tratar a América Latina de un modo diferente a la forma en que lo han hecho en el pasado. No pueden asumir que los latinoamericanos van a alinearse automáticamente y apoyar a cualquier candidato que ellos propongan o cualquier posición que planteen en el futuro. Todavía no hay indicios de que esta lección elemental haya sido aprendida por los Estados Unidos.

Julio 2003