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Internacional

23 de julio del 2003

EE.UU: Neoconservadores, medios y mundo islámico
El abismo de la ceguera

Marta Tawil
Masiosare
Verdades a medias, clichés, estereotipos, mentiras e ignorancia convergen en la simbiótica relación entre los grandes medios corporativos y el gobierno estadunidense dos ejes de poder que crean: un círculo vicioso que mantiene en la ignorancia, en la ceguera, a amplios sectores de la población del vecino del norte. El doble rasero de la política exterior del gobierno estadunidense y la profundidad histórica de los conflictos que afligen al Medio Oriente son cosas imposibles de ver a través de las grandes cadenas informativas.

LA SEMANA PASADA el gobierno del primer ministro israelí Ariel Sharon decidió boicotear la cadena televisiva británica BBC, debido a su "cobertura antisraelí". La decisión se tomó por un documental de la emisora que cuestionaba las armas nucleares y biológicas que Israel posee.

En el clímax de la invasión de Irak, Paul Krugman, prestigiado economista estadunidense, se había referido, en un artículo para The New York Times, a la notable diferencia que existe entre Estados Unidos y los países de la Unión Europea en la presentación y difusión de noticias, y la identificaba como uno de los factores principales detrás de la discrepancia que la operación bélica suscitó entre las sociedades de la alianza transatlántica.

A pesar de ser privados, muchos medios electrónicos norteamericanos tomaron parte en la campaña bélica contra Irak. Mientras que medios escritos y electrónicos en varios países como Francia, Italia, España, Alemania, Reino Unido, estuvieron teñidos de disenso, en Estados Unidos los medios -con pocas excepciones, como Los Angeles Times-tomaron como tarea vender la guerra en Irak. Por ejemplo, Fox News Channel y NBC usaron en la cobertura de la guerra contra Irak los pronombres "nosotros" y "ellos". Esto contrasta, por ejemplo, con la BBC, la cual, a pesar de ser propiedad del Estado, no utilizó ese tipo de lenguaje y trató (aunque a veces sin éxito) de evitar ser vista como un instrumento al servicio del partido gobernante.

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La brecha en la percepción que separa a los estadunidenses de las sociedades árabes musulmanas puede entenderse en buena medida explorando el papel de dos actores clave en la diseminación de información en Estados Unidos: el gobierno y los medios de comunicación corporativos (prensa escrita y medios electrónicos). Los medios masivos de comunicación constituyen una de las estructuras de poder menos visibles en las sociedades modernas. En Estados Unidos el gobierno decide la manera en que se presenta y debate una historia, o si se presenta siquiera. El desempeño de tales medios funciona de acuerdo con los principios del libre mercado; no necesita conspirar para seleccionar, filtrar y distorsionar la información para sus fines propagandísticos. Como Hermann y Chomsky revelan en un estudio de 1988, los medios y las fuentes de poder tienen una relación simbiótica basada en la necesidad económica y la reciprocidad de intereses.

Dado que el mercado global de comunicaciones está dominado por corporaciones transnacionales que rigen a los medios estadounidenses: AT&T/Liberty Media, Disney, Time Warner, Sony, News Corporation, General Electric (que vende armamento al gobierno estadunidense y es propietaria de NBC News), Viacom y Seagram, no sorprende que los conservadores estén bien representados en ese sector. De hecho, los cambios recientes a la ley de propiedad de los medios en Estados Unidos pueden interpretarse como una recompensa política hecha a los conglomerados de comunicación principales en ese país.

¿Por qué los odian?

En Estados Unidos se ha vuelto costumbre preguntar ¿por qué nos odian?, una interrogación que denota la persistencia de visiones orientalistas acerca de la existencia de dos monolitos divididos por una línea imaginaria. Académicos, medios de comunicación y funcionarios gubernamentales han caído en esta peculiar y abstracta obsesión. La opinión de los árabes musulmanes aparece a los ojos de muchos expertos y políticos como un elemento constante en función de algún tipo de fijación mental, y no como un factor que se modifica en función de un entorno y unas circunstancias cambiantes.

Especialmente después del 11 de septiembre, el Islam se percibe, velada o abiertamente, como una amenaza. Por ejemplo, recientemente más de 4 mil militantes conservadores se reunieron en Virginia en el marco de la 30 reunión anual de la Conferencia de Acción Política Conservadora, en la cual el vice-presidente de Estados Unidos, Dick Cheney, fue uno de los ponentes. Durante la reunión, dos figuras dominaron: Osama Bin Laden y Saddam Hussein. Los asistentes vendían calcomanías con la leyenda "No Musulmanes, No terrorismo", camisas negando que el Islam es una religión de paz, y tazas con dibujos en las que calificaba al Islam como una nueva modalidad del nazismo.

Pat Robertson, fundador y director del Christian Broadcasting Network Inc (CBN), uno de los ministerios televisivos más grandes del mundo, hace unos meses llamó al profeta Mahoma un "salvaje fanático". Franklin Graham -el predicador hijo de Billy Graham, amigo del presidente Bush y en alguna ocasión invitado a ofrecer la homilía en el Departamento de Defensa- describió al Islam como "el mal". Billy Graham, el padre de Franklin, es un famoso evangelista televisivo que fundó la Billy Graham Evangelistic Association en 1950. Billy Graham actuó alguna vez como consejero no oficial de Richard Nixon y desde entonces se le reputa como "Capellán de la Casa Blanca".

Estudiosos norteamericanos también ofrecen perspectivas orientalistas, sin fundamento histórico e impregnadas de afirmaciones políticas bajo la forma de argumento académico. Fouad Ajami, Daniel Pipes, Bernard Lewis, Barry Rubin se cuentan entre los "expertos" que como Samuel Huntington invitan a remitirse al Corán para entender a todo país de mayoría musulmana en cualquier momento histórico. Daniel Pipes, columnista de The Commentary y el New York Post, advertía en un artículo sobre la posibilidad de una "conspiración musulmana para tomar el control de Estados Unidos, que pondrá en peligro los valores seculares de ese país".

Sobra decir que este tipo de sugerencias se considerarían inaceptables en Estados Unidos si se formularan sobre otros grupos étnicos o religiosos.

La naturaleza conservadora de la administración de Bush y la de los medios igualmente se manifiesta en su representación del conflicto palestino-israelí.

Durante una sesión de preguntas y respuestas ante empleados del Pentágono en agosto de 2002, el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, se refirió a las tierras apropiadas por Israel en 1967 como "los territorios supuestamente ocupados" y cuestionó que Israel estuviera obligado a detener la construcción de asentamientos en ellos. Cuatro meses antes, un columnista de The New York Times, William Safire, escribió que: "llamarlos ocupados (los territorios palestinos) revela un prejuicio contra el derecho de Israel de asegurar y defender sus fronteras".

De acuerdo con otro columnista del mismo diario, Thomas Friedman, la razón por la cual algunos palestinos han adoptado la estrategia de las bombas suicidas, no es por desesperación, sino porque "son perversos y desean obtener su independencia con fuego y sangre".

De modo similar, The Washington Post ha presentado a los palestinos como enemigos de Estados Unidos, diciendo a sus lectores que "el gran número de atacantes suicidas en Israel hace temer que esta táctica será exportada a Estados Unidos". Otro columnista del mismo diario, Charles Krauthammer, afirma que "Israel entra a territorio palestino para destruir a los terroristas y al régimen que los patrocina".

No es difícil establecer un paralelo entre el doble estándar que el gobierno norteamericano y los medios corporativos aplican al problema palestino y al iraquí. Como Edward Said nota, "cuando organizaciones como The New York Times, The New Yorker, US News & World Report, CNN y el resto mencionan las violaciones de Irak de 17 resoluciones de Naciones Unidas como un pretexto para la guerra, las 64 resoluciones ignoradas por Israel (con apoyo norteamericano) nunca se mencionan, como tampoco el enorme sufrimiento humano del pueblo iraquí en los últimos 12 años.

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Con relación a Irak, los medios de comunicación estadounidenses nunca han prestado la suficiente atención a los costos de las sanciones dentro de Irak, ni han elaborado reportes consistentes sobre los efectos de la guerra que Estados Unidos emprendió contra ese país en 1991. En 1998, el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) hizo público el primer reporte, basado en una encuesta de 24 mil hogares, que reveló que 500 mil niños iraquíes menores de cinco años habían muerto por los efectos de las sanciones. A pesar de la autoridad del UNICEF y el acceso público del reporte, todavía es posible encontrar argumentos según los cuales el único responsable del sufrimiento del pueblo iraquí fue Saddam Hussein.

Por ejemplo, cuando en un artículo para Foreign Affairs Richard Betts se refiere a las alternativas a la guerra contra Irak, habla de "reforzar las sanciones, no aquellas que supuestamente dañan a los civiles".

Muchos analistas parecen adherirse a la idea de que Saddam Hussein retuvo para su propio beneficio el dinero del programa de petróleo por alimentos. En Newsweek Magazine, Fareed Zakaria escribe que: "la actual política de contención tiene el efecto lateral de provocar el hambre de millones de iraquíes. Naciones Unidas trató de diseñar sanciones que previnieran eso, pero gracias a los subterfugios de Saddam, el programa de petróleo-por-alimento se ha vuelto el programa de petróleo-por-palacios". Se trata de una acusación simplista, ya que dicho programa estuvo desde el inicio administrado por Naciones Unidas y el dinero se desembolsaba directamente de una cuenta bancaria estadunidense a proveedores extranjeros, haciendo de la apropiación personal de los fondos por parte del régimen iraquí algo imposible.

Podría hacerse una lista infinita de estos y otros clichés. Lo preocupante no es tanto su mediocridad, como el hecho de que muchos de los que los elaboran aconsejan a políticos estadunidenses sobre la región.

Mucha información, mucha ignorancia

Dado el interés en la influencia que los medios tienen en la opinión pública norteamericana, es interesante destacar las relaciones entre ambos como aparecen en los datos. Una encuesta de Gallup de diciembre de 2002 reveló que 43% de los norteamericanos obtiene sus noticias de los programas de ABC, CBS y NBC, y 41% Fox News Channel y CNN.

Otra encuesta realizada por el Pew Research Center for the People and the Press (mayo 2000) encontró que la mayoría de la población norteamericana considera a CNN la fuente de noticias más creíble. The Wall Street Journal, Time, Newsweek y US News se cuentan entre los primeros lugares de credibilidad en prensa escrita.

De acuerdo con otra indagación de Gallup (abril de 2002), entre el 42 y 49% de los norteamericanos afirma que las acciones de los israelíes se justifican, mientras que 66% opina lo contrario de las acciones de los palestinos. Similarmente, 70% califica a las acciones palestinas de terrorismo, y no como tácticas de una guerra legítima. En contraste, 53% de la población norteamericana describe a la violencia israelí contra la población palestina como actos en defensa propia.

También vale la pena recordar que, en el caso de Irak, la audiencia norteamericana no está muy conciente de la distinción entre el régimen iraquí y Al-Qaeda. Encuestas, como a las que hizo alusión Paul Krugman en febrero de 2003, muestran que una mayoría de estadunidenses cree que algunos o todos los secuestradores de los aviones bomba del 11 de septiembre eran iraquíes, mientras que muchos están convencidos de que Hussein estaba involucrado en esos ataques.

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La decisión de Sharon de boicotear a la BBC por sus reportajes "anti-israelíes" no sorprende; es un discurso trillado, basado en el histórico afán de calificar toda crítica como anti-semita y nazi. De hecho, en Israel amplios sectores de la sociedad también permanecen ajenos a las quejas de los palestinos, para quienes las interminables "negociaciones de paz" no se han concretado en justicia ni dignidad. Amira Haas ha reportado ampliamente acerca de la desinformación de la cobertura del proceso de Oslo, y la manera en que las incursiones con tanques y los bombardeos aéreos israelíes contra zonas palestinas densamente pobladas se presentan en diversos medios de comunicación norteamericanos e israelíes como si se tratara de una guerra en la que el ejército israelí se estuviera enfrentando a otro ejército regular con capacidades de destrucción similares.

El récord de este tipo de información es tan extenso que no es posible presentarlo aquí en su totalidad. El punto a destacar es que una historia y un tipo de noticia dominan, en las que el terrorismo es la provincia de los palestinos, mientras que los israelíes llevan a cabo "represalias", ocasionalmente reaccionando con "severidad lamentable" y provocando "daño colateral inevitable". En Estados Unidos, la relación entre los medios corporativos y el gobierno ayuda a explicar la existencia de un círculo vicioso que mantiene a amplios sectores de la opinión estadunidense ignorante del doble estándar de la política exterior de su gobierno y desconectada del entramado histórico de los conflictos que afligen al Medio Oriente.