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Internacional

13 de junio del 2003

"Hicimos la guerra por razones de política exterior de Estados Unidos y de política interior de los republicanos"
Desvergüenza de la presidencia imperial

John Saxe-Fernández
La Jornada

"Ha llegado la hora de que el gobierno británico reconozca que no hicimos la guerra porque Saddam Hussein fuera una amenaza para nuestros intereses nacionales. Hicimos la guerra por razones de política exterior de Estados Unidos y de política interior de los republicanos". Así se expresó la semana pasada Robin Cook (ex ministro de Relaciones Exteriores, 1997-2001, y miembro del grupo parlamentario laborista) en un análisis sobre las más recientes declaraciones y acciones del gabinete de Bush, recogidas y ampliamente discutidas por la prensa nacional e internacional, como son el reconocimiento de Rumsfeld de que probablemente las armas de destrucción masiva "jamás sean halladas" -aunque no pierde la esperanza de que "sus" mil 400 inspectores hagan algún hallazgo-, y a las ya famosas afirmaciones de Paul Wolfowitz, en el sentido de que "...por razones burocráticas nos fijamos en las armas de destrucción masiva, ya que era la única cuestión acerca de la cual todos podían estar de acuerdo".

En lo que sólo puede calificarse como la semana de la desvergüenza y el descaro, la motivación empresarial y geoestratégica centrada en el control, explotación y comercialización de la enorme reserva probada de petróleo de Irak también fue resaltada por Wolfowitz como una incitación de orden mayor que explica el contraste entre la política de negociación seguida con Corea del Norte y la guerra de conquista desatada contra Bagdad, confirmando, por ejemplo, las advertencias de Paul Nelson, un funcionario de la Unión Europea (UE): "Creo que Estados Unidos está en camino de convertirse en miembro de la OPEP. Quieren quedarse con el petróleo".

Desde 1991, Cheney, Rumsfeld y Wolfowitz, así como los otros miembros del Comité de Planeación del Pentágono, mostraron decidida inclinación a "geopolitizar" las relaciones económicas y político-militares de cara a los "retadores hegemónicos" actuales o potenciales en Eurasia. La "defensa" de los campos petroleros y de la infraestructura correspondiente frente a sus dueños legítimos -los 23 millones de iraquíes- también es tarea central de la presidencia imperial, como indica la intención de aumentar a 160 mil las tropas de ocupación en Irak. A la satisfacción de los intereses cortoplacistas del primer círculo de grandes empresas alrededor de Bush-Cheney, es necesario agregar los planteamientos macroeconómicos y las esperanzas electorales de la Casa Blanca.

Aunque Bush haya lanzado una campaña basada en el voto del miedo a través del concepto de la "guerra permanente contra el terrorismo" -adaptación del guión anticomunista de la guerra fría-, con la intención de que el tema de "seguridad nacional" opaque los problemas económicos, el escenario electoral bushiano esperaría que en los meses próximos se desarrollen operativos terroristas espectaculares para mantener el efecto 11/9, y también que se logren incrementos sustanciales en las exportaciones de crudo iraquí que disminuyan los precios del petróleo.

En Estados Unidos, plantea la Casa Blanca, cada incremento de 10 dólares en el precio equivale a un aumento impositivo de unos 100 mil millones de dólares (mmdd). A la inversa, la disminución a 20 dólares representa una inyección de entre 100 mil y 150 mmdd. Bush desearía que durante las semanas cruciales antes de las elecciones, el galón de gasolina baje a 1.35. Hace poco era de 1.71, lo que representa una economía de 228 dólares anuales al coche promedio. Este "populismo gasolinero", desarrollado junto a las grandes empresas petroleras y montado sobre miles de cadáveres iraquíes, se fundamenta en la enorme abundancia de crudo en Irak y en lo que la industria petrolera califica como los costos más bajos del mundo en la producción de cada barril. Con 250 pozos en producción, se ha llegado a extraer de cada uno cerca de 13 mil 700 barriles diarios en promedio, lo cual contrasta con los 508 mil pozos de Estados Unidos que sólo producen un promedio de 17 barriles diarios. (A propósito, hasta hace poco en México la producción por pozo era de más de 250 barriles y en la Sonda de Campeche entre mil y 2 mil barriles diarios en promedio. Lo que junto con la cercanía geográfica explica el interés del Banco Mundial en el desmantelamiento, privatización y extranjerización de Pemex, proceso en marcha ahora impulsado por legisladores como Guillermo Hopkins, del PRI, por medio de esquemas de bursatilización de Pemex.)

Mientras el costo promedio de producción por barril en Estados Unidos es de poco más de 12 dólares, en Irak es de menos de un dólar, por lo que las petroleras no harían mayor sacrificio en abatir los precios durante la campaña presidencial, para asegurarle cuatro años más a "su" hombre. El problema es que las dificultades económicas estadunidenses cubren un amplio espectro de variables, difíciles de corregir sólo con la manipulación de los costos de la energía. Además, fuentes especializadas indican que difícilmente se restablecerían las exportaciones de crudo iraquí en menos de un año. En todo caso, las consecuencias y los costos políticos, económicos y geopolíticos del unilateralismo militar de Bush son de gran alcance tanto para las relaciones trasatlánticas como para la OPEP y los principales abastecedores de crudo de Estados Unidos: Arabia Saudita (16.8 por ciento de las importaciones estadunidenses), México (16.5 por ciento), Canadá (15.8 por ciento) y Venezuela (13.2 por ciento).

saxe @servidor.unam.mx