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Internacional

12 de abril del 2003

El fin del comienzo

Immanuel Wallerstein
La Jornada

En uno de los puntos cruciales de la Segunda Guerra Mundial, alguien preguntó a Winston Churchill si la batalla en cuestión marcaba el principio del fin. Y es famosa la réplica: "no, pero podría ser el fin del comienzo". Con la guerra de Irak, el mundo marca el fin del comienzo del nuevo desorden mundial que remplazó al orden mundial dominado por Estados Unidos de 1945 a 2001.

En 1945, Estados Unidos emergió de la Segunda Guerra Mundial con tal poder en todos los ámbitos, que de inmediato se estableció como la potencia hegemónica del sistema- mundo e impuso a éste una serie de estructuras para asegurar que funcionara según sus deseos. Las instituciones claves en esta construcción fueron el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y los acuerdos de Yalta con la Unión Soviética.

Fueron tres aspectos los que permitieron que Estados Unidos colocara estas estructuras en su sitio: 1) el avasallador margen de eficiencia económica de las empresas productivas con sede en Estados Unidos; 2) la red de alianzas - especialmente la OTAN y el tratado de seguridad entre Estados Unidos y Japón- que garantizó el respaldo político automático a las posiciones estadunidenses en Naciones Unidas y en otras partes, respaldo reforzado por una retórica ideológica ("el mundo libre") a la que se comprometieron los aliados de Estados Unidos; 3) una preponderancia en la esfera militar basada en el control estadunidense de armamento nuclear, combinada con el llamado "equilibrio del terror" con la Unión Soviética, lo que aseguraba que ninguno de los bandos de la denominada guerra fría usaría armas nucleares contra el otro.

El sistema funcionó bien al principio. Estados Unidos obtuvo lo que quiso 95 por ciento de las veces, en 95 por ciento del tiempo. El único tropiezo fue la resistencia de los países del tercer mundo no incluidos en los beneficios. Los casos más notables fueron China y Vietnam. Fue la entrada de China a la guerra de Corea lo que obligó a Estados Unidos a contentarse con una tregua apenas comenzado el conflicto. Y a fin de cuentas Vietnam derrotó a Estados Unidos, golpazo dramático a la posición estadunidense en lo político (y también en lo económico, pues ocasionó el fin del estándar del oro y de las tasas fijas de cambio).

Un golpe aún mayor a la hegemonía estadunidense fue que, después de 20 años, tanto Europa occidental como Japón hayan dado zancadas tan grandes en lo económico, al punto de convertirse en los pares económicos de Estados Unidos, lo que inició una competencia larga y continua por la acumulación de capital entre estos tres focos de la producción y las finanzas mundiales. Y luego vino la revolución mundial de 1968, que fundamentalmente minó la posición ideológica estadunidense (así como la posición ideológica falsamente opuesta de la Unión Soviética).

Este shock triple -la guerra de Vietnam, el ascenso económico de Europa occidental y Japón y la revolución mundial de 1968- terminó con el periodo de fácil (y automática) hegemonía estadunidense en el sistema-mundo. Comenzó la caída. Estados Unidos reaccionó a este cambio en la situación geopolítica intentando frenar esta caída tanto como fuera posible. Entramos entonces a una nueva fase de la política mundial estadunidense, conducida por todos los presidentes estadunidenses de Nixon a Clinton (incluido Reagan). El corazón de esta política tuvo tres objetivos: 1) alimentar la lealtad de Europa occidental y Japón blandiendo la continua amenaza de la Unión Soviética mientras les otorgaba cierto margen en las decisiones (la llamada "asociación" impulsada mediante la comisión trilateral del G-7); 2) mantener indefenso al tercer mundo taponando la llamada "proliferación" de armas de destrucción masiva; 3) intentar que la Unión Soviética-Rusia y China quedasen fuera de balance enfrentándolas una a la otra.

Esta política tuvo un éxito moderado hasta el colapso de la Unión Soviética, lo que le movió el tapete al primer objetivo clave. Fue esta situación, ulterior a 1989, lo que permitió que Saddam Hussein se arriesgara a invadir Kuwait, y le dio el piso para pactar una tregua con Estados Unidos al inicio del conflicto. Es esta situación geopolítica ulterior a 1989 lo que permitió el colapso de tantos estados en el tercer mundo, lo que forzó a Estados Unidos y a Europa occidental a involucrarse en tantos intentos fallidos por evitar o eliminar feroces guerras civiles.

Hay otro elemento que incluir en este análisis: la crisis estructural del sistema capitalista mundial. No tengo espacio para argumentar aquí algo que elaboro en detalle en mi libro Utopística, decisiones históricas y el siglo XXI, pero resumo la conclusión. Dado que el sistema que conocemos hace 500 años no es ya capaz de garantizar horizontes de largo plazo para la acumulación de capital, hemos entrado en un periodo de caos mundial -con bandazos alocados y en gran medida incontrolables en las situaciones económicas, políticas y militares-, lo que lleva a una bifurcación sistémica, es decir, a un punto de decisión colectivo y mundial en torno al nuevo sistema que el mundo construirá en los próximos 50 años. El nuevo sistema no será capitalista, pero puede convertirse en uno de los dos siguientes: un sistema jerárquico e inequitativo, o sustancialmente democrático e igualitario.

Uno no alcanza a comprender la política de los halcones estadunidenses si no entiende que no tratan de salvar al capitalismo, sino remplazarlo por un sistema diferente, incluso peor. Estos halcones creen que la política mundial estadunidense que se emprendió de Nixon a Clinton es inviable hoy y sólo conducirá a una catástrofe. Probablemente tengan razón en que es inviable. Pero quieren sustituirla a corto plazo por una política de intervencionismo premeditado mediante la fuerza militar, y están convencidos de que sólo la agresividad más machista servirá a sus intereses. (No digo servirá a los intereses de Estados Unidos, porque no creo que lo haga.)

El ataque de Osama Bin Laden a Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001 propulsó a los halcones estadunidenses a la posición en la cual, por vez primera, controlaron las políticas de corto plazo del gobierno. De inmediato pujaron por la necesidad de una guerra contra Irak como primer paso para instrumentar su programa de mediano plazo. Hemos llegado a ese punto. La guerra ya comenzó. Por eso llamo a este momento el fin del comienzo.

***

El hecho de que les vaya mal a los halcones estadunidenses sólo los desesperará más. Es probable que intenten impulsar su programa con más fuerza que nunca, lo cual parece entrañar dos prioridades de corto plazo: combatir contra potencias nucleares en ciernes del tercer mundo (Corea del Norte, Irán) y establecer un aparato policiaco opresivo en Estados Unidos. Para garantizar estos dos objetivos requieren ganar una elección más. Su programa económico parece destinado a poner a Estados Unidos en bancarrota. żEs esto totalmente involuntario? żO quieren debilitar algunos de los estratos capitalistas claves de Estados Unidos, los que consideran un freno a la instrumentación de su programa?

Lo que queda claro en este punto es que se agudiza la lucha política a escala planetaria. Quienes se aferran a la política mundial estadunidense puesta en operación entre 1970-2001 -los republicanos moderados y el establishment democrático en Estados Unidos, pero de muchos modos también los oponentes europeos de los halcones (como los franceses y alemanes)- pueden verse forzados a tomar decisiones políticas más dolorosas que ninguna de las que hayan tomado hasta ahora. En gran medida, a este grupo le ha faltado claridad en su análisis de mediano plazo de la situación mundial, y han estado esperando, contra todos los indicios, que de alguna manera los halcones estadunidenses se vayan. No se irán. No obstante, pueden ser derrotados.

© Immanuel Wallerstein
* El autor es director del Centro Fernand Braudel, de la Universidad de Binghamton