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Internacional

3 de marzo de 2003

Napalm y quinto poder

Manuel Vázquez Montalbán
La Jornada

Sociólogos y politólogos especulan sobre la aparición de un quinto poder a sumar al Legislativo, Ejecutivo, Judicial y medios de comunicación. A esos poderes canónicos hay que sumar los llamados poderes fácticos casi siempre más determinantes que los convencionales, por ejemplo los militares, la inacabable gama de curas exponentes del poder religioso y el dinero en todas sus morfologías. Héte aquí que de pronto empiezan a hablar del quinto poder y lo llaman sociedad civil, abstracción sociologista que durante los dos siglos anteriores ha puesto más en desacuerdo que en acuerdo a sociólogos y politólogos. Generalmente los políticos democráticos convencionales temían a la sociedad civil porque era un sujeto político potencial capaz de actuar según métodos y objetivos diferentes a los partidos políticos. Desde la izquierda se temió que la sociedad civil fuera el caballo de Troya de la derecha instalado o bien dentro de la sociedad democrática pluralista o en lo que fue el socialismo real, como una quinta columna de poder contrarrevolucionario.
Hemos pasado de considerar a la sociedad civil como un simple mercado de votos a detectar en ella una nueva vanguardia crítica que pone en cuestión las formas democráticas tal como se conservan o se degradan. Cuando empleamos la expresión sociedad civil ya no aludimos al grupo de consumidores de televisión que en tiempos terminales de Franco protestaron porque a una muy bien dotada Rocío Jurado se le veía medio y poderoso pecho izquierdo o derecho según por donde se le desbocara el escote del sobaco. Hoy entendemos por sociedad civil a ese sujeto crítico que arremete contra el juego político tal como lo han devaluado los agentes políticos convencionales. Si en España el PSOE, gobernante con mayoría absoluta, vulnera su planteamiento electoral de no a la OTAN y hace campaña total en favor del ingreso, hasta el punto de que lleva a la secretaría general de la OTAN a uno de los cabecillas del antiatlantismo, señor Solana, era lógico que este casi milagro de la transustanciación provocara lesiones en la capacidad receptora y metabólica de la sociedad civil, inclusive en los segmentos más próximos a los socialistas. Igual ocurrió con motivo de la Guerra del Golfo, convertida la Internacional Socialista en una de las legitimadoras de un nuevo orden decididamente impuesto por el gobierno estadunidense y la CNN, y tampoco los socialistas establecieron la menor diferencia con la nueva política imperial cuando se aplicó a las guerras de redivisión y reparto de zonas de influencia de la ex Yugoslavia.

Durante una década, la sociedad civil ha percibido el desorden ideológico, político, económico, estratégico que ha sucedido a la guerra fría y el sin sentido de la actuación de las formaciones políticas en presencia y de los mecanismos representativos que las legitimaban. Tratados como consumidores en un gran supermercado donde la variedad de estuches escondía el producto único, los ciudadanos fueron asumiendo un espíritu primero pesimista y poco a poco cada vez más cuestionador. Inclusive desde el paradigma de ciudadanos consumidores de política captaban que les ofrecían productos en mal estado, que no se correspondían con sus necesidades objetivas. Instalados en un pesimismo histórico casi total hasta el tránsito del siglo xx al xxi, tuvieron que producirse las reacciones de nuevos movimientos sociales críticos, reconstructores de la capacidad de ver y transmitir la crisis del sistema, propiciadores de un diseño de esperanza laica que ha dado sentido a todas las importantes contestaciones contempladas en los tres años recientes.

La guerra fría ultima sus consecuencias y el vencedor, Estados Unidos, va ocupando los territorios que corresponden a su evidente e incontestable hegemonía, de la misma manera que después de las dos guerras mundiales del siglo xx, los vencedores se repartieron el mundo en zonas de influencia y explotación. Ahora el reparto es desigual porque la victoria estadunidense ha sido apabullante y está en condiciones de prescindir de legitimaciones obsoletas y embarazantes consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo la ONU, o de la guerra fría, por ejemplo la OTAN. USA se considera dueña de la Tierra y promete beneficios o maleficios según se le pongan en favor o simplemente no le apoyen. Esta percepción de poder incontestable se debe a todas las facilidades dadas por fuerzas políticas convencionales, de derecha e izquierda, desde la caída del muro de Berlín. La reacción de la vanguardia crítica de la sociedad civil representa la recuperación de un discurso racionalizador, laico, que no contempla la triada Blair, Bush, Aznar como el equivalente exacto de la Santísima Trinidad. Precisamente debido a la demostración de poder de la ciudadanía en todo el mundo, es cuestión de vida o muerte pasar por encima de todos los enemigos urgentes: los iraquíes y esa sociedad civil convertida en un quinto poder levantisco, difícil, pero no imposible, de bombardear con napalm.