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Internacional

Coño tengo coraje, ¿y que?

Padre Luis Barrios*

Le decía a un grupo de estudiantes que como psicólogo yo creo y sostengo que también es bueno sentir coraje, ya lo dicen por ahí, "nada humano me es ajeno". Cometer errores y tener coraje es parte de mi humanidad. Sin embargo, me parece que es mucho más saludable reconocerlo y utilizar esa emoción de una manera constructiva. De esta manera, escribo y comparto con ustedes mis preocupaciones humanistas, mis humildes evaluaciones de esas preocupaciones y lo que yo creo pueden ser soluciones realistas y sinceras para la reconstrucción de un mundo mejor.
Eso sí, en ningún momento estoy reclamando que mis posiciones sean "palabra de Dios", la verdad absoluta, o que las mismas fueron escritas sobre piedra y nadie debe o puede debatirlas, combatirlas o rechazarlas. Una posición como ésta sería una falta de respeto a ustedes y también a mi persona.
Por eso rechazo categóricamente los pecados que fortalecen el culto de adoración a la egolatría: la arrogancia, el mesianismo y el ansia de poder. Dicho esto, entonces me parece que debo dar cabida a tratar de responder a la siguiente pregunta, ¿por qué tengo coraje? Aquí les comparto algunas de las razones.
Tengo coraje por todas las injusticias que existen en nuestros medios, en donde mucha gente no tiene lo necesario para poder vivir, y unas pocas personas tienen acumulado lo que no les pertenece. Tengo coraje porque un sinnúmero de compañeras y compañeros -que eran parte del movimiento revolucionario por la justicia en todas sus dimensiones- abrazaron al oportunismo, y el acomodamiento les ha llevado a ser parte de una inercia revolucionaria y/o de conductas retrógradas y reaccionarias. Ya ni piensan ni actúan en favor de la restauración de la justicia colectiva porque se han desesperanzado. Es doloroso encontrarme con ex-militantes del movimiento de descolonización e independencia para Puerto Rico que me hacen la siguiente pregunta: ¿Y todavía tú eres independentista? Como si ser independentista fuera una moda, una ropa que uno/a se pone en la mañana y se quita en la noche. Esto me da coraje, aunque en el fondo yo siempre he creído que si su convicción de lucha por la justicia fue real, todavía sienten el fuego del remordimiento en sus conciencias, y no pierdo la esperanza de que ocurra un nuevo despertar.
Tengo coraje porque en esta sociedad racista por ser Afro-Boricua, me han encajado en una categoría descriptiva a la que llaman "minoría". Por ser discriminado, cuando escribo, hablo y actúo, tengo que demostrar doble o triple mi capacidad intelectual ante unas "personas blancas" que saben lo mismo, o menos que yo. Mi experiencia como catedrático en John Jay College of Criminal Justice, Universidad de la ciudad de Nueva York (CUNY) ha sido una especie de Coliseo Romano, en donde hasta ahora he podido sobrevivir al racismo y la discriminación. Lo mismo me ha ocurrido en mi desempeño como sacerdote episcopal en una diócesis tan racista como la Diócesis de Nueva York. Por eso, también me da coraje saber que mi iglesia sigue siendo, en la mayoría de los casos, un instrumento represivo y su liderato religioso, en su mayoría, practica un espiritualismo de la altura que les mantiene, por un lado, lejos de las luchas del pueblo, y por otro lado, obteniendo beneficios por practicar y predicar una teología de docilidad y sometimiento a la clase opresora y dominante.
Tengo coraje porque -aunque me identifico como una persona organizada políticamente, fiel creyente de la igualdad de géneros en todas las dimensiones- todavía sigo oprimiendo la imagen femenina de Dios, o sea, las mujeres, mis hermanas y compañeras.
Reconozco que la agenda feminista o mujerista, no ha tenido la prioridad que merece en mi práctica por la restauración de la justicia. Esta es una contradicción grave que tengo que corregir. Lo mismo ha sucedido con la imagen gay o lesbiana de nuestra Diosa. No basta con reconocerla, hay que respetarla, promoverla y defenderla de la misma manera que lo hacemos con su imagen heterosexual. Por cuanto no lo estoy haciendo como debería, tengo coraje conmigo mismo.
También tengo coraje porque la mayoría de los movimientos de izquierda han convertido su ateísmo en una religión, promoviendo la exclusión de quienes somos teístas. Esta lucha errónea e infecunda -de muchas décadas entre ateísmo vs. teísmo- sigue siendo un terreno fértil para continuar predicando a la humanidad el dogmatismo y el sectarismo, o sea, el fanatismo. Me da coraje porque esta práctica de injusticia nos hace irrelevantes e irreverentes a las luchas del pueblo; sin acabar de entender -quienes creen y quienes no creen- que lo más importante no es el creer en Dios, sino más bien practicar a Dios a través de la justicia en todas sus dimensiones.
Tengo coraje de ver como luego del final de la guerra fría, muy particularmente luego de los sucesos terroristas del 11 de septiembre de 2001 en la ciudad de Nueva York, el imperialismo de los Estados Unidos ha logrado establecer una supremacía de poder y control en el mundo entero y manipular a su antojo sus agendas de expansionismo, globalizando el pillaje, la opresión, la dominación, la autocracia, la exclusión, el colonialismo y el despotismo. O sea, la práctica de la injusticia. Y tengo coraje porque yo debería estar haciendo mucho más por la restauración de la justicia y hablar menos, o tal vez hablar como dice la Biblia, con mis acciones. Con mayor dedicación, tengo que aprender a poner mis acciones en donde están mis palabras. Yo siempre he creído que si quienes practican la injusticia tienen mucho poder, es sólo porque quienes creemos en la justicia hemos sido personas irresponsables que no estamos viviendo de acuerdo a lo que teorizamos; y nos la pasamos practicando el ritual de la masturbación intelectual.
Podría seguir enumerando pero prefiero parar aquí y volver a enfatizar que ese coraje sigue siendo mi energía positiva para continuar en la lucha por la justicia. En otras palabras, este coraje se ha convertido en una especie de motivación para creer en una historización de la fe que me enseña la realidad del pecado social y cómo éste se promueve y se reproduce a través de unas estructuras y/o sistemas caracterizados por lo que Gustavo Gutiérrez identifica como "la ausencia de la fraternidad, de amor entre las relaciones entre los seres humanos".
La presencia de ese amor me impulsa a luchar por un mundo mejor. Ese amor -reconocido por Pedro Casaldáliga y José María Vigil como solidaridad- es sinónimo de reconocimiento, respeto, colaboración, alianza, amistad y ayuda. Por esto creo que de la desesperanza podemos resucitar la esperanza. En ningún momento este coraje se ha convertido en mi excusa o frustración, para abandonar el deber que tengo. Aunque no puedo negar que en algunas ocasiones la frustración ha sido tan grande que he entretenido la idea de abandonar el deber; es de humano el sentirse de esta manera. Pero también añado que, para mí, el deber hacia la colectividad en asuntos de justicia, hace rato que se convirtió en una satisfacción personal. Por lo tanto, vuelvo y me reincorporo a mi deber, haciendo real que también es de humano la constante auto-evaluación. Así también, todavía permanezco en la lucha por la justicia y sigo creyendo en la utopía realizable.
Por todo esto, con mi coraje, le digo NO a la guerra y seguiré luchando por un mundo mejor en donde la paz con justicia reine.
* Padre Luis Barrios Iglesia San Romero de Las Américas New York, New York 20 de febrero de 2003
Lbarrios@jjay.cuny.edu