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Internacional

Mientras a unos les dan pavo de a mentiritas, otros cenan impunidad

La Gran Hipocresía de la Casa Blanca

Naomi Klein

Detrás del cortejo de Washington a los europeos está la intención de comprar un Irak sin deudas, porque la regla del clan Bush parece ser: si una acción ayuda a que nuestros amigos se vuelvan más ricos, hazlo
Fue justo lo que ordenaron los spin doctors: buenas y nítidas imágenes de Saddam Hussein bien sucio, un fin exitoso a una desastrosa semana de diplomacia. En los días anteriores a la captura, la Casa Blanca estuvo bajo fuego desde todos los flancos -no sólo por parte de sus habituales críticos, también de sus más leales porristas en los think tanks neoconservadores de Washington. ¿El cambio? Una Gran Hipocresía. Justo cuando el ex secretario de Estado, James Baker, era despachado para cortejar a los gobiernos europeos y convencerlos de que perdonen la deuda externa de Irak, el subsecretario de Defensa Paul Wolfowitz estaba castigando a esos mismos gobiernos al cerrarles la puerta a los 18.6 mil millones de dólares en contratos de reconstrucción.
"Parece que la mano izquierda no sabe lo que está haciendo la derecha", dijo Doug Bandow, del Cato Institute, en Washington. Pero Baker no necesitaba a Wolfowitz para hacer que su misión pareciera hipócrita, uno prácticamente no puede imaginar un acto más lleno de ironías históricas que el de James Baker haciendo de Bono. El pueblo iraquí "no debería de ser abrumado con la deuda de un régimen que estaba más interesado en usar los fondos para construir palacios y cámaras de tortura", dijo el vocero de la Casa Blanca Scott McClellan.
De acuerdo. Pero cuando oí de la "noble misión" de Baker, como la describió Bush, no pude más que pensar en una historia que casi no fue cubierta por los medios. El 4 de diciembre, The Miami Herald publicó extractos de un documento desclasificado del Departamento de Estado. Es la transcripción de una reunión que tuvo lugar el 7 de octubre de 1976 entre Henry Kissinger, entonces secretario de Estado con Gerald Ford, y el ministro del Exterior argentino bajo la dictadura militar, César Augusto Guzzetti.
Era la cúspide de la "guerra sucia" argentina, una campaña llevada a cabo científicamente para destruir la "amenaza marxista" mediante la tortura y la muerte sistemática, no sólo de la guerrilla armada, sino de los pacíficos sindicalistas, activistas estudiantiles, y sus amigos, familias y simpatizantes. Al final de la dictadura, unas 30 mil personas habían sido "desaparecidas".
Cuando tuvo lugar la reunión Kissinger-Guzzetti, gran parte de la izquierda argentina ya había sido borrada del mapa, y noticias de cuerpos que salían del Río de la Plata despertaban urgentes llamados a sancionar económicamente a la junta militar. Sin embargo, la transcripción revela que el gobierno estadunidense no sólo sabía de las desapariciones, además las aprobaba. Guzzetti informa a Kissinger sobre "los muy buenos resultados de los últimos cuatro meses. Las organizaciones terroristas fueron desmanteladas". Tras discutir el reclamo internacional, Kissinger declara: "Quisiéramos que tengan éxito. Los amigos deben ser apoyados. En Estados Unidos no se entiende que están en una guerra civil. Leemos sobre problemas de derechos humanos pero no el contexto. Mientras más rápido tengan éxito, mejor".
Y aquí es donde adquiere relevancia la misión de Baker. Kissinger pasa al tema de los préstamos, conminando a Guzzetti a pedir mayor asistencia extranjera, y rápido, antes de que el "problema de derechos humanos" ate las manos de la administración estadunidense. "Hay dos préstamos en el banco", dice Kissinger, refiriéndose al BID. "No tenemos intención de votar en contra de ellos". También instruye al ministro a "proceder con los pedidos del Banco de Exportación-Importación. Quisiéramos que su programa económico triunfe y haremos lo posible por ayudarlo". El Banco Mundial calcula que unos 10 mil millones de dólares prestados a los generales se destinaron a adquisiciones militares, a construir campos de concentración y para comprar equipo para la guerra de las Malvinas. También transfirió a cuentas de banco suizas una suma imposible de rastrear, porque, ya de salida, los generales destruyeron los registros relacionados con los préstamos.
Bajo la dictadura, la deuda externa de Argentina se incrementó de 7.7 mil millones de dólares en 1975 a 46 mil millones en 1982. Desde entonces, el país ha pedido prestado miles de millones para pagar intereses de aquella deuda original, ilegítima, que hoy es sólo ligeramente más grande que la de los extranjeros que otorgaron créditos a Irak: 141 mil millones de dólares.
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La transcripción de Kissinger prueba que Estados Unidos, conscientemente, dio dinero y aliento político de alto nivel a la campaña genocida de los generales. Pero, a pesar de su obvia complicidad en la tragedia argentina, Washington siempre se ha opuesto a todos los intentos de cancelar la deuda.
Argentina no es la excepción. Durante décadas, el gobierno estadunidense ha usado su poder en el FMI y el Banco Mundial para bloquear campañas que intentan cancelar las deudas acumuladas bajo el Apartheid en Sudáfrica, la cleptocracia de Marcos en Filipinas, el corrupto régimen de Duvalier en Haití, la dictadura militar que llevó la deuda de Brasil de 5.7 mil millones de dólares en 1964 a 104 mil millones en 1985. Y la lista sigue.
Para Estados Unidos, acabar con esas deudas sentaría peligrosos precedentes (y, claro, eliminaría la influencia que Washington necesita para empujar las reformas económicas a favor de los inversionistas). Así que, ¿por qué Bush está tan preocupado en que "el futuro de los iraquíes no debe ser hipotecado por el enorme peso de la deuda"? Porque quita dinero de la "reconstrucción", dinero que podría ser destinado a Halliburton, Bechtel, Exxon y Boeing.
Muchos declaran que la Casa Blanca fue secuestrada por los ideólogos neoconservadores, hombres tan enamorados del dogma del libre mercado que no pueden ver razón ni pragmatismo. No me convence. Los encontrones diplomáticos de la semana pasada mostraron que la ideología subyacente de la Casa Blanca de Bush no es el neoconservadurismo, sino el tradicional egoísmo. Si bien los neoconservadores adoran las reglas abstractas del libre mercado, en realidad la única regla que parece importar al clan Bush es: si ayuda a que nuestros amigos se vuelvan aún más ricos, hazlo.
Así, el comportamiento de Washington, a primera vista errático, cobra sentido. Sí, el acaparamiento de Wolfowitz de los contratos desdeña abiertamente los principios de libre mercado de competencia y no intervención gubernamental. Pero sí tiene un beneficio inmediato para las firmas más cercanas a la administración de Bush. No sólo están comprando un Irak sin deudas, además no tendrán que competir por los contratos con sus rivales europeos.
El proyecto de reconstrucción desafía más doctrinas neoconservadoras: dispara el déficit estadunidense de este año a un monto caricaturesco de 500 mil millones de dólares. Mucho de este dinero fue entregado mediante contratos sin licitar, creando el tipo de monopolio que permitió a Halliburton cobrar más cara la gasolina importada de Irak: un cálculo de 61 millones de dólares.
Aquellos que buscan ideología en la Casa Blanca, tomen en cuenta esto: los hombres que dominan el mundo consideran que las reglas son para otros. Los verdaderamente poderosos alimentan de ideología a las masas, como si fuera comida rápida (o pavos de Thanksgiving de a mentiritas), mientras cenan el más refinado manjar de todos: la impunidad.
(Traducción: Tania Molina Ramírez. Copyright 2003 Naomi Klein.)