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Internacional

12 de enero del 2003

La balanza del terror nuclear

Joseph Rotblat
El Mundo

En el asunto nuclear andamos mal. Nos espera un desastre a menos que hagamos un gran esfuerzo para impedirlo. Un grupo de partidarios de la línea dura estadounidense ha secuestrado al presidente -no es que hiciera falta mucha fuerza para eso- y ha comenzado una campaña cuyo lema es O estás con nosotros o estás contra nosotros. Esto se aplicó a la campaña antiterrorista tras el 11 de Septiembre, pero tiene una aplicación general. Ha creado un mundo polarizado; y un mundo polarizado es un mundo peligroso.
Esta situación no ha surgido de la nada. Sus semillas fueron plantadas en los comienzos de la era nuclear. Yo participé en la primerísima etapa y he podido ser testigo de su desarrollo.
Para los científicos del Reino Unido que empezaron a trabajar en la bomba atómica, se trataba de disuadir a Hitler de que utilizara la bomba contra nosotros. Yo desarrollé el concepto de disuasión nuclear aun antes del comienzo de la II Guerra Mundial y fui probablemente el primero que investigó acerca de la viabilidad de la bomba. No fue hasta mucho después cuando me di cuenta de la falacia del concepto de disuasión nuclear, pero en aquel momento pensaba que sólo si poseíamos la bomba podríamos impedir una victoria nazi. Esta fue la base de mi trabajo en el Reino Unido y posteriormente en el Proyecto Manhattan, en Estados Unidos.Nunca contemplé ni aprobé que la bomba se llegara a utilizar realmente.
Con estos antecedentes, es fácil imaginar mi pasmo cuando el general Leslie Groves, jefe del Proyecto Manhattan, me dijo en privado: «Usted se dará cuenta, desde luego, de que el principal objetivo del proyecto es someter a los rusos». La fecha es importante: 4 de marzo de 1944, mucho antes de que se fabricara la bomba, en una época en la que el peso principal de la lucha con los alemanes lo llevaba el ejército ruso, a la sazón aliado nuestro.
Se han ofrecido varias versiones de la decisión del presidente Truman de bombardear las ciudades de Hiroshima y Nagasaki; tal vez todas sean ciertas. El ahorro de vidas norteamericanas fue sin duda una importante consideración. Pero también lo fue la necesidad de hacer ver a los rusos el nuevo poder militar de Estados Unidos. Dijo James Byrnes, entonces secretario de Estado: «El que tengamos la bomba y la mostremos hará que la Unión Soviética sea más manejable». Desde el principio fue la intención de los halcones que Estados Unidos conservase el monopolio, o al menos el predominio, en el armamento nuclear, e impidiese que las naciones hostiles las adquirieran.
El antes mencionado general Groves perfiló su política en octubre de 1945: «Si fuéramos realistas en vez de idealistas, como al parecer somos [sic], no permitiríamos que ninguna potencia extranjera con la que no mantengamos una sólida alianza fabricara o dispusiera de armas nucleares. Si uno de estos países empezara a fabricar armas atómicas, destruiríamos su capacidad para hacerlas antes de que hubiese avanzado lo suficiente como para amenazarnos».
Hicieron falta casi 60 años para que estos desvaríos adquirieran carácter oficial en Estados Unidos. Entretanto, los esfuerzos combinados de los halcones y del complejo militar-industrial mantuvieron a Estados Unidos a la cabeza de la carrera armamentística nuclear. En las primeras fases de la Guerra Fría, Estados Unidos gozó de una enorme superioridad en cuanto a número de cabezas nucleares. Después renunció a la superioridad numérica en favor de la calidad de sus armas.
A pesar de su superioridad militar, Estados Unidos, durante el mandato de Ronald Reagan, siguió sin sentirse seguro y se embarcó en la Guerra de las Galaxias. Se demostró que el proyecto era técnicamente irrealizable y fue abandonado. Pero si Reagan hubiera insistido en continuar con él, habría ocasionado un espectacular aumento en la producción de armas ofensivas de Rusia o bien -lo que hubiera sido todavía más dramático- un ataque preventivo contra Estados Unidos. Por fortuna, Mijail Gorbachov detuvo la carrera nuclear.
La euforia que siguió en Occidente al hundimiento de la Unión Soviética tuvo un efecto sorprendente. La gente llegó a creer que el fin de la Guerra Fría significaba también el fin del riesgo nuclear. Esto se ve en las encuestas de opinión realizadas en el Reino Unido. Durante la Guerra Fría, más del 40% de la gente mencionaba las armas nucleares como una cuestión fundamental.Ahora el porcentaje es casi cero. Ello ha permitido que los halcones se muestren más atrevidos: no sólo para asegurar al resto del mundo sino también para poner de manifiesto ante él la abrumadora superioridad de Estados Unidos.
La política estadounidense en relación con Irak es una buena ilustración de esto. La supuesta ayuda que Sadam Husein le prestó a Al Qaeda se cita como una razón para la hostilidad, pero la campaña para cambiar el régimen iraquí es muy anterior al 11 de Septiembre. En 1996, un proyecto titulado Cortar por lo sano propugnaba el derrocamiento de Sadam Husein; tuvo su origen en un estudio norteamericano-israelí dirigido por Richard Pearle.Lo expuso en una carta dirigida al presidente Clinton en la que solicitaba un impulso a gran escala para efectuar un cambio de régimen en Irak. La lista de los demás firmantes coincide casi con la de los políticos que forman actualmente la Administración Bush.
He destacado este caso porque saca a la luz el papel de Israel en la seguridad de Oriente Próximo y por tanto del mundo. En mi opinión, se ha prestado una atención demasiado escasa a las consecuencias de la posesión por parte de Israel de capacidad nuclear militar.
La postura formal de Israel a este respecto es de todo punto increíble: «Israel no será la primera nación que introduzca armas nucleares en Oriente Próximo». Esta descarada mentira se repite a pesar de que, durante muchos años, Israel ha dispuesto de un arsenal nuclear. No es sólo que Israel tenga armas nucleares; tampoco permitiría que otros países de la región las adquirieran.En junio de 1981, tres años después de ser galardonado con el Premio Nobel de la Paz, Menahem Begin ordenó a su Fuerza Aérea que destruyera el reactor iraquí de Osiraq. Fue el primer caso de ataque preventivo contra unas instalaciones nucleares.
La flagrante asimetría de la posición de Estados Unidos en sus relaciones con Israel y Palestina está siendo aprovechada por grupos radicales del mundo árabe. La política estadounidense no debe considerarse como la consecuencia de los ataques de Al Qaeda; por el contrario, Al Qaeda es la consecuencia de unas duraderas políticas de Estados Unidos.
El año pasado fue notable por la reformulación de nuevas políticas norteamericanas, empezando por la Revisión de la Postura Nuclear en enero y terminando con la Estrategia Nacional para Combatir a las Armas de Destrucción Masiva en diciembre. Esta última comienza:
«Las armas de destrucción masiva -nucleares, biológicas y químicas- (...) representan uno de los mayores desafíos a la seguridad con los que se enfrenta Estados Unidos». Si añadimos al final «y el resto del mundo», yo estaría totalmente de acuerdo.Pero lamento decir que he confundido a los lectores: ésta es una cita incorrecta; he omitido algunas palabras donde he puesto los puntos suspensivos. El fragmento completo dice: «Las armas de destrucción masiva -nucleares, biológicas y químicas- en posesión de estados hostiles y de terroristas representan uno de los mayores desafíos a la seguridad con los que se enfrenta Estados Unidos».
Este es el quid de la cuestión. Según la política de no proliferación, las armas nucleares son malas, pero sólo si están en poder de algunos estados o grupos. En posesión de Estados Unidos son buenas. Se hace caso omiso por completo del hecho de que, como signatario del tratado de no proliferación, Estados Unidos está legalmente obligado a eliminarlas.
Estados Unidos ha logrado una superioridad militar abrumadora.Se afirma que esto es necesario para la seguridad mundial, pero lo que en realidad hace esta política es colocar el mundo en una balanza del terror. A largo plazo, esto acabará erosionando inevitablemente la base ética de la civilización.
Todos deseamos cultivar en la joven generación la tan anunciada cultura de la paz. Pero, ¿cómo podemos hablar de cultura de paz si esa paz se predica sobre la existencia de armas de destrucción masiva? ¿Cómo podemos convencer a los jóvenes de que dejen a un lado la cultura de la violencia cuando saben que es en la amenaza de la violencia extrema en la que basamos nuestra seguridad?
Joseph Rotblat es físico nuclear y fue galardonado con el Premio Nobel. Esta es una versión resumida del discurso que pronunció el jueves en el Seminario sobre Seguridad de Whitehall (Reino Unido)