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Internacional

4 de enero del 2003

En 2022 importará 2 de cada 3 barriles de crudo que consuma
Ataque a Irak, cuestión de seguridad energética en EE.UU

Jim Cason y David Brooks
La Jornada

Washington y Nueva York, 30 de diciembre. El año concluye con preparativos para una guerra y con la proyección oficial de que en 2022 Estados Unidos dependerá de las importaciones de petróleo: comprará en el extranjero dos de cada tres de los barriles que consuma. Guerra y petróleo están explícitamente vinculados: el gobierno de George W. Bush ha declarado que la "seguridad energética" es una de las principales claves de su política exterior.
En su más reciente informe de proyecciones, Annual energy outlook para 2003, difundido en noviembre en su versión preliminar, el Departamento de Energía reporta que la demanda mundial de crudo se incrementará 61 por ciento en los próximos 25 años. En ese periodo, la dependencia estadunidense del energético extranjero se incrementará de 55 a 68 por ciento.
Recién instalado en la Casa Blanca, el gobierno de Bush definió la "seguridad energética" como prioridad clave de su política exterior, cuando la creciente dependencia del petróleo extranjero obligó a la adopción de la recomendación hecha por el grupo de trabajo para la estrategia nacional de energía, convocado por el vicepresidente Dick Cheney: que "el presidente haga de la seguridad energética una prioridad en nuestra política comercial y exterior".
El documento producido por el grupo de Cheney advirtió: "en 2001 Estados Unidos enfrenta la más seria carencia de energía desde los embargos de petróleo de los 70. En nuestro curso actual, en 20 años el país importará casi dos de cada tres barriles de crudo; una condición de creciente dependencia de poderes extranjeros que no siempre tienen de Estados Unidos en su corazón".
En 2000, señaló ese grupo de trabajo, casi 55 por ciento de las importaciones estadunidenses de crudo provenían sólo de cuatro países: 15 por ciento de Canadá, 14 de Arabia Saudita, 14 de Venezuela y 12 de México. Así, Cheney recomendó que el mantener buenas relaciones políticas y económicas con estas naciones debía ser un objetivo central del gobierno de Washington.
América Latina en la mira
En sus proyecciones más recientes, el Departamento de Energía subraya la necesidad de ampliar la producción petrolera en América Latina. Estados Unidos proyecta que la extracción en Brasil podría multiplicarse por cuatro para llegar a un total de 4 millones de barriles diarios en los próximos 20 años, y que podrían esperarse incrementos significativos en Colombia, Ecuador y Argentina, dependiendo en parte de las circunstancias políticas.
Al mismo tiempo, según la Estrategia Nacional de Energía preparada por una comisión de trabajo encabezada por Cheney en 2001, mantener una fuerte relación con México, actualmente uno de los cuatro suministradores de petróleo más importantes de Estados Unidos, fue señalado como una pieza vital de la política exterior de Washington.
"Nuestra relación energética con México refleja el carácter crecientemente interrelacionado con las economías del TLC y nuestra frontera contigua", declaró Cheney hace dos años.
El petróleo del mundo es asunto nacional para Estados Unidos, y ese documento definió cuatro zonas geográficas como estratégicas en el suministro de petróleo (y gas natural). Además de Arabia Saudita y los otros países de Medio Oriente, Cheney declaró: "necesitamos fortalecer nuestras alianzas de comercio, profundizar nuestro diálogo con los principales productores de crudo y trabajar por una mayor producción en el hemisferio occidental, Africa y el Caspio, y otras zonas con abundantes recursos petroleros".
La región del mar Caspio está ubicada justo al norte de Afganistán y se espera que la zona sea una fuente mayor de petróleo y gas natural en las próximas décadas. Estados Unidos también espera poder contar, en los siguientes 25 años, con una triplicación de la producción petrolera de países africanos que no son miembros de la OPEP.
Medio Oriente y una posible guerra
Tanto el grupo de trabajo de Cheney como los nuevos documentos oficiales del Departamento de Energía calculan que los países petroleros de Medio Oriente y el Golfo, en particular Arabia Saudita, continuarán siendo claves en el suministro de crudo a Estados Unidos. El Departamento de Energía proyecta que en los próximos 20 años se duplicarán las importaciones del Pérsico.
Es esta creciente dependencia del petróleo importado, ha señalado el experto Michael Klare en su reciente libro Resource wars (Guerras sobre recursos) lo que en general guía la política exterior estadunidense en Medio Oriente.
Klare, en una serie de artículos publicados en La Jornada y en el suplemento Masiosare, así como otros medios a nivel internacional, también ha indicado que los planes para una guerra contra Irak forman parte de una estrategia a largo plazo para mantener el dominio y el control sobre una región que es vital para la seguridad energética de Estados Unidos.
Pero una "guerra por los recursos" como parte de la estrategia estadunidense en Medio Oriente ha provocado un intenso debate en este país. Aunque casi todos están de acuerdo en que el petróleo es un factor clave en cualquier toma de decisiones para la política hacia el golfo Pérsico, hay quienes cuestionan la lógica de un ataque a Irak en este contexto. Por un lado, están los que sostienen que una acción bélica contra Bagdad tiene como objetivo central tomar el control de los vastos recursos petroleros de ese país para beneficio de la economía estadunidense.
Larry Lindsey, ahora ex asesor económico de George W. Bush en la Casa Blanca, justo antes de dejar el cargo este mes, declaró: "cuando se dé un cambio de régimen en Irak uno podrá sumar entre 3 y 5 millones de barriles de producción a la oferta mundial (de petróleo)... una exitosa realización de la guerra sería buena para la economía", reportó la revista The Economist.
Pero este argumento, señalan expertos del sector petrolero, es muy optimista por el solo hecho de que la infraestructura petrolera iraquí está tan deteriorada que llevaría entre 5 y 10 años lograr este nivel sin precedente de producción y, además, hay algunos intereses en el sector que se opondrían a añadir tal nivel de oferta al mercado mundial, ya que esto tendría un efecto negativo sobre el precio del producto.
Para otros, una guerra contra Bagdad no sólo provocaría inestabilidad en toda la zona del golfo Pérsico, poniendo en riesgo al centro de producción petrolera más importante del mundo, sino que los costos de ese conflicto serían tan graves que amenazarían la economía estadunidense, y posiblemente la mundial.
Mucho depende de los precios del crudo en el mercado internacional, y la incertidumbre provocada por una posible guerra, o las consecuencias de ésta, pueden amenazar las perspectivas de la recuperación económica de Estados Unidos y otras naciones, en particular las que más dependen del petróleo importado.
Recientemente se han realizado varios estudios para calcular los costos económicos (claro, no humanos) de una guerra contra Irak. El Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS), con sede en Washington, convocó a un grupo de expertos que calcularon varios factores, que incluyeron el costo directo de la acción bélica más los costos indirectos y posteriores, así como el impacto sobre los mercados petroleros.
El costo acumulativo de aquí a 2004 oscila entre 55 mil millones de dólares (en el mejor de los casos: una guerra breve y exitosa), y 120 mil millones (en el peor escenario). La Cámara de Representantes y la Oficina de Presupuesto del Congreso también han calculado el costo de una guerra relativamente breve entre 55 mil y 60 mil millones de dólares. Pero si se incluyen proyecciones para una década agregando los costos posguerra de la reconstrucción y el mantenimiento de paz, podría resultar una cifra de mínimo 120 mil millones hasta 1.6 billones de dólares (con costos posguerra de hasta 600 mil millones).
En torno al petróleo, los cálculos oscilan entre dos polos: desde el peor escenario, donde el equipo de CSIS vislumbra la posibilidad de una dramática alza de hasta 80 dólares por barril, y un retorno a los 40 dólares durante un periodo extendido que sería desastroso para varias economías nacionales, entre ellas la estadunidense, a un escenario sin guerra, que irónicamente no es el mejor para la economía, ya que la incertidumbre en torno a una posible acción bélica deprime los mercados financieros y mantiene relativamente alto el precio del crudo.
El escenario actual
De hecho, ya se está registrando el impacto del escenario "sin guerra". La última semana de 2002 los precios internacionales del petróleo han alcanzado su nivel más alto en los últimos dos años. Los mercados financieros registran, según analistas financieros, la inestabilidad global que incluye la incertidumbre de una guerra contra Irak, las amenazas bélicas de Corea del Norte y la crisis política en Venezuela.
"El problema con 2002 es que los inversionistas se centraron en los escándalos (financieros y empresariales en Estados Unidos). Al iniciar 2003 el problema que enfrentamos es que los inversionistas empiezan a enfocarse en la situación geopolítica", comentó Hugh Johnson, jefe de inversiones del First Albany Corporation, a la agencia Reuters.
La situación en Venezuela comienza a tener un impacto real sobre la oferta de petróleo en Estados Unidos, advierten expertos financieros estadunidenses, quienes señalaron que este es un factor en el aumento de los precios del petróleo la última semana. "Es el inicio de los problemas con la situación en Venezuela, y va a empeorar", declaró John Kilduff, vicepresidente de Firmat USA, al New York Times hace unos días.
El precio del petróleo crudo se ha incrementado en casi 7 dólares por barril (27 por ciento) desde principios de noviembre, y los expertos en Estados Unidos pronostican que estas alzas pronto tendrán un efecto en todos los sectores económicos, con lo cual ya se evalúa qué impacto tendrá sobre la tibia recuperación económica actual.
Los analistas señalan que los factores que elevan el precio de petróleo podrían empeorar, por la situación en Venezuela, las preocupaciones de una posible guerra contra Irak y su impacto sobre el petróleo del golfo Pérsico. El analista David Costello, de la Administración de Información de Energía del Departamento de Energía, comentó al New York Times que para que el precio del petróleo tenga un efecto mayor sobre la economía se debe mantener durante más de un mes a un nivel superior de 30 dólares el barril, algo que los analistas consideran posible con la intensificación de la crisis en Venezuela, de donde proviene 14 por ciento de las importaciones petroleras de Estados Unidos.
Los especialistas prevén que si no se resuelve pronto la crisis en Venezuela, otros miembros de la OPEP ofrecerán elevar su producción, pero los efectos económicos en Estados Unidos se verán reflejados en precios más altos no sólo de gasolina, sino en sectores que van desde aviación hasta la construcción.
Pero depender más de la OPEP en esta coyuntura es volver a evaluar el impacto de una guerra en la región, y de la importancia de esa región para la "seguridad" de Estados Unidos. Aunque el gobierno de Bush ha expresado el deseo de "diversificar" su dependencia fuera de los países de Medio Oriente, nuevos informes oficiales pronostican que ocurrirá lo contrario.
El reporte más reciente del Departamento de Energía proyecta que para 2025 los países de la OPEP concentrarán 51 por ciento de la producción mundial de petróleo (actualmente producen 38 por ciento), en tanto que aproximadamente dos tercios de la extracción de los integrantes del cártel se ubica en el golfo Pérsico, con Arabia Saudita como principal productor. Por tanto, todo indica que la dependencia del mundo industrializado, en particular Estados Unidos, de las naciones árabes se incrementará.
Arabia Saudita juega un papel único en el contexto mundial del petróleo. El New York Times reportó que si los mercados mundiales de crudo se ven desestabilizados por una guerra en Irak o más huelgas en Venezuela, sólo Arabia Saudita tiene capacidad para elevar su producción en unos cuantos meses.
Ante este problema, a pesar de que la estrategia estadunidense de seguridad señala como clave ampliar las fuentes de energía en el mundo, particularmente en zonas como América Latina, Africa y el Caspio, todos entienden que la dependencia de Estados Unidos del golfo Pérsico sigue siendo un factor clave en el esquema de "seguridad nacional" de Estados Unidos. El motor del último superpoder sigue dependiendo de gasolina árabe, africana, asiática y latinoamericana.