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Argentina: La lucha continúa

El avance de las prácticas clientelares en una Argentina empobrecida
LA MUTILACION DE LA DIMENSION CIUDADANA

Roberto Reyna / Desafíos Urbanos

Con el aumento de la desocupación y la pobreza, el clientelismo político se ha transformado, para muchos, en una forma de sobrevivencia y, para algunos, en un modo rápido de construir poder. Su expansión y su creciente naturalización, empero, resienten la organización colectiva y conspiran contra la constitución del sujeto como ciudadano autónomo. De todos modos, hoy resulta insuficiente la reprobación moral de las prácticas clientelares y se impone, en cambio, un debate profundo sobre el tema, evitando las simplificaciones que no dan cuenta de la dimensión real del problema.

"He aprendido que un hombre sólo tiene
derecho a mirar a otro hacia abajo,
cuando ha de ayudarle a levantarse" (G.G.M.)

La época en que los conservadores, en competencia electoral con el radicalismo yrigoyenista, entregaban a potenciales votantes una alpargata y prometían la otra, que completaba el par, para después de los comicios, en caso de que triunfaran, quedó definitivamente atrás como práctica clientelista torpe y vulgar, pero la concepción que guiaba esa política no ha muerto en la Argentina actual.
Es más: tan vigente está que, en los últimos tiempos, el tema del clientelismo se ha reinstalado con vigor en los ámbitos políticos y académicos. El vertiginoso aumento de la desocupación y la pobreza ha contribuido a expandir las redes clientelares. A lo que se sumó, especialmente en la última década, el predominio de los programas sociales focalizados, donde, al realizarse una selección de beneficiarios, los punteros partidarios juegan, por lo general, un papel esencial.
Lo cierto es que con el nuevo milenio parece consolidarse lo que Javier Auyero llama "un clientelismo de avanzada" que no es, en modo alguno, "un remanente de las viejas formas de hacer política". Que tiene, empero, profundas raíces socioeconómicas y culturales. Y frente al cuál, como explica Luis Salazar, "la reprobación moral siempre será insuficiente, y además hipócrita, cuando millones de personas padecen situaciones de vulnerabilidad extrema en lo relativo al acceso a los bienes más elementales, desde el empleo hasta la seguridad y la justicia".

Patrimonialismos y particularismos
En realidad, los pactos de retribuciones mutuas sobre las que reposa el clientelismo son casi tan viejos como la propia humanidad. Algunos estudiosos han descripto como funcionaba en la antigua Roma y en la Edad Media, en tanto otros se han detenido especialmente en como operó en la cultura española y se trasladó a la América colonial.
Desde un punto de vista más global, quizás sería necesaria analizar el desarrollo de los regímenes patrimonialistas. Sobre el particular, María Rosa Herrera precisa como características centrales "la no diferenciación del ámbito de lo público y lo privado, con la consiguiente apropiación privada de los recursos públicos, y el débil o inexistente control vertical y horizontal de los actos de gobierno. En otras palabras, el representante actúa como si los bienes simbólicos y materiales, propios del ámbito de su representación, fuesen de su dominio privado".
A su vez, María Gloria Trocello trabaja el tema de los particularismos, en tanto "modos conductuales de los regímenes patrimonialistas y de las formas delegativas de gobierno", para subrayar que los patrimonialismos modernos "centrarán sus prácticas en dos instituciones: el clientelismo y el prebendarismo. El primero tendrá entre sus prácticas dilectas la entrega de bienes a las clases más pobres y el segundo como sistema de favores con los leales al régimen, generalmente en otras clases sociales".
En un ensayo sobre los problemas que afrontan las democracias latinoamericanas, Sabrina Bermudez y Alejandra Domínguez se detienen en la borrosa, o a veces inexistente, frontera entre lo público-universalista y lo privado-particularista y explican que "en la historia de Latinoamérica, desde la conquista, el estado colonial se funda en un gran confusión entre lo público y lo privado. La conquista fue una concesión a los individuos que financiaban la empresa de la expedición. Los españoles tienen entonces una fuerte sensación de pertenencia privada de lo conquistado. Ni en España, ni en sus ex-dominios americanos, se completa la construcción del modelo de la modernidad".
Finalmente vale asentar, por ahora, la definición de Axel Lazzari, que entiende por clientelismo "aquel conjunto de intercambios desiguales verificados entre diversas posiciones en una red de intermediación política; la relación entre clientela y el puntero es el primer eslabón de la cadena de sucesivas mediaciones que se extiende hasta niveles de mayor decisión y control político. Estos vínculos renuevan permanentemente patrones de distribución y redistribución asimétrica que se traduce en un intercambio desigual de bienes y servicios".

Caudillos y recursos estatales
Ariel Ogando y Carina Borgogno, que estudiaron el proceso jujeño, elaboraron la teoría de que un cierto modelo de políticas clientelares, practicado por las "familias" existentes en las provincias, como la de los Saadi en Catamarca, los Rodríguez Saa en San Luis, los Juárez en Santiago del Estero, los Cornejo en Salta o los Martiarena y los Snopek en Jujuy, tendió a agotarse a partir del recorte de recursos y la centralidad del equilibrio fiscal en la primera etapa del menemismo. Como características fundamentales anotan la cuestión de "administraciones corruptas y una fuerte tradición de caudillos políticos" en el marco de un potente "aparato de clientelismo político sostenido desde el estado".
Quizás esa crisis de una forma determinada de clientelismo político ocurrió en ciertas provincias, pero no en todos lo lugares adquirió igual dinámica. Es real que el interior funcionaron -y funcionan- algunos tipos de clientelismo depredador y muchas veces brutal, con elementos diferenciados de las prácticas predominantes en los grandes centros urbanos. Es el caso, por ejemplo, de los dirigentes políticos que utilizan planes de empleo para pagar a sus empleados domésticas, a los albañiles que remodelan sus mansiones o a los jardineros.
Pero normalmente las relaciones clientelares no son tan burdas. En un brillante trabajo sobre la cultura política en San Luis, María Rosa Herrera describió el montaje como "espectáculos rituales" de las entregas de bienes, convertidas en verdaderas fiestas: "Podemos observar diferentes momentos en la secuencia ritual. Sin embargo, el más relevante, en cuanto a su carga simbólica, es la escena cuando el adjudicatario recibe el beso del ´Señor Gobernador´que lo espera con los brazos abiertos. Finalmente, cobran centralidad en la escena las familias más pobres, no beneficiadas por la política motivo del acto. Estos personajes interactúan directamente con ´El Adolfo´a quien rodean ´esperando su turno´-según explican- para pedir favores y gracias. El mandatario escucha atentamente cada caso".
"Estas prácticas operan -a nivel de las representaciones- en dos sentidos: por un lado, refuerzan la imagen del líder paternal atento a las demandas de ´su pueblo´, a la vez que remarcan los posicionamientos. Por otro lado debilitan la noción de titularidad de derechos sociales, inhibiendo la percepción de la dimensión ciudadana. El modo en que se traban las relaciones gobernante-gobernado aleja la posibilidad de constitución del sujeto como ciudadano autónomo", concluye.

Ciudadanos autónomos vs. clientes
Norberto Lorenzo, un ex-dirigente del Partido Intransigente, reconoció alguna vez que "los políticos necesitan de los punteros, que son los que les garantizan el ´arreo´ de afiliados pasivos en las elecciones internas; y este reclutamiento a domicilio se paga luego con puestos administrativos estatales para el puntero y sus recomendados, con otorgamiento de concesiones de servicios estatales a las ‘ empresas’ del puntero y/o sus amigos, con favores del Estado (tierra de nadie en la Argentina) de distinta índole, entre ellos los conocidos ´ñoquis´".
Es una faceta del clientelismo, potenciada en la supervivencia de padrones partidarios nunca depurados y en la existencia de centenares de personas que alguna vez se afiliaron pero no realizan actividad alguna. Estos afiliados, vinculados con los partidos de manera emocional y personalizada, no participan de la vida política ni tienen la más mínima idea de lo que se debate ni de las estrategias o tácticas que diseñan sus dirigentes. Son, simplemente, "puntos".
Cuando un partido llega al gobierno, los recursos del Estado para la política social no se manejan en términos de obligación de la administración hacia los ciudadanos sino, como se puede ver hasta el hartazgo en las publicidades oficiales, como una suerte de acción solidaria para una población vulnerable. "Es así que los que reciben la ayuda se convierten en meros receptores de esta política que tiene la particularidad de no otorgar a sus beneficiarios un ´derecho´ que eventualmente se puede reclamar: sólo es posible recibir lo que el Estado u otras organizaciones públicas están dispuestas a otorgar...Se conforman así dos sujetos: uno que otorga y otro que recibe, unidos en una relación asimétrica, casi ´tutelar´, que permite el surgimiento de manejos discreciones y de relaciones clientelísticas", apunta Laura Golbert.
En este contexto, la fuerza política que controla el Estado tiene una enorme ventaja sobre la oposición. Pero, como subraya María Gloria Trocello, "las prácticas clientelares no son denostadas por los políticos opositores pues frente a la demanda clientelar se intenta justificar la inferioridad de condiciones para la entrega de bienes o favores (lo que se subsanará cuando se llegue a ser gobierno). El poseer el aparato del Estado crea ventajas considerables para la generación de redes clientelares a los políticos gobernantes que producen con su accionar la confusión entre partido y gobierno".
Normalmente, oficialismo y oposición perciben al clientelismo como algo natural. Y están convencidos de que no es, en modo alguno, incompatible con la democracia.

La cultura de la sobrevivencia
En el nuevo escenario signado por las políticas de ajuste y el empobrecimiento acelerado de millones de personas, era necesario, sin duda, precisar, profundizar y problematizar la cuestión del clientelismo, sin sucumbir a fáciles simplificaciones. Una tarea que hizo suya Javier Auyero, en La política de los pobres (las prácticas clientelistas del peronismo), para poder asegurar que "el clientelismo no es un mero canje de favores por votos, sino toda una forma de vida y de ver el mundo. Para el ´cliente´ es una estrategia de supervivencia, mientras que para el político es una manera de construir su base de poder".
Está claro que las ideas de Auyero reposan en un largo trabajo de investigación en villas del conurbano bonaerense y, en ese sentido, las formas que asume el clientelismo en esos lugares no se repiten mecánicamente en todos los lugares, pero sí son similares en casi todas las grandes ciudades. Además, el peronismo tiene allí contornos originales y confirma la afirmación de Steve Levitsky en el sentido de que "se transformó de un partido con fuertes vínculos con el sindicalismo en un partido de masas, crecientemente basado en el clientelismo, un ´partido de los pobres´. Semejante estructura se adapta mejor a una base urbana caracterizada por alto desempleo, empleo en el sector informal y segmentación social".
Muy sintéticamente, alguna de las conclusiones a las que arriba Auyero son las siguientes:
La idea del intercambio de votos por favores no da cuenta de un elemento esencial: el acto dramatiza redes informales existentes con anterioridad a la manifestación pública y representaciones culturales compartidas (aunque no siempre construidas cooperativamente). O sea, hay un entramado de redes de relaciones y representaciones construidas diariamente entre políticos y "clientes".
El puntero o mediador político media entre un patrón (intendente, diputado, funcionario) y alguno de sus seguidores. Proveen favores, bienes y servicios mediantes los cuales algunos habitantes de las villas resuelven sus problemas de sobrevivencia cotidiana (comida y medicamentos).
Hay una creciente superposición de redes informales de sobrevivencia y de redes políticas. Las unidades básicas, los referentes políticos y los programas estatales de ayuda se han convertido en la fuente de recursos que circulan dentro de las redes informales de sobrevivencia.
Algunos punteros hacen mucho por el mejoramiento de barrios y villas y la gente los ve como amigos, como los que siempre están dispuestos a darle una mano. Los mediadores o punteros no son agentes cínicos ni meros maximizadores de utilidad: están absorbidos en un juego en el que creen decididamente.
Quienes cotidianamente reciben recursos vitales no perciben el lazo con el mediador como una relación de poder. Para ellos, el clientelismo es una práctica habitual, quedando vedada así la postura de espectador sobre esas relaciones de poder.
La distribución de bienes y servicios es condición necesaria pero insuficiente para el funcionamiento del mundo clientelar. El clientelismo se vincula también con tradiciones culturales y políticas.
Con los procesos de acentuación de la marginación promovidos por el desempleo y el abandono estatal, la relacionada desertificación organizativa en los enclaves de pobreza, un partido con una fuerte penetración y organización en esos espacios y con acceso de bajo costo a los programas de asistencia social financiados por el Estado, la mediación política personalizada (como manera de resolver problemas cotidianos) está ganando fortaleza y relevancia en los territorios de relegación urbana. El clientelismo no va a desaparecer fácilmente ni siquiera a mantenerse en los márgenes de la sociedad.
La "desertificación organizativa"
Es claro, de todos modos, que el peronismo no es el único partido con prácticas clientelares. El propio Auyero advierte que "el peronismo no inventó el clientelismo. El radicalismo sabe de clientelismo tanto o más que los peronistas".
También abundan los políticos enrolados en el arco progresista que miran al clientelismo como algo absolutamente normal y que jamás cuestionan esas prácticas. Y la izquierda política y/o social tampoco logra sustraerse, en muchísimos casos, a la tentación de practicarlo. A fines de abril, los periodistas Julián Cañas y Juan Carlos Toledo publicaron un informe en La Voz del Interior donde aseguran que "La Corriente Clasista Combativa impuso la cuestionada práctica de otorgar puntaje a los militantes para distribuir los planes sociales que maneja. Esta práctica se extendió a las demás corrientes de izquierda" y citan también el testimonio de un militante del Movimiento Barrios de Pié que dijo que "No se trata de obligar a nadie, sino de crear un compromiso". Ninguna de las agrupaciones nombradas salió a desmentir lo afirmado en la nota.
Está fuera de toda discusión que el clientelismo desalienta la capacidad organizativa de las comunidades. Los problemas se "resuelven" no de forma colectiva, sino individualizada. Como dice Auyero, "la desertificación organizativa en los enclaves de pobreza urbana contribuye a la existencia del clientelismo" que, a su vez, "conduce a una desertificación organizativa aún mayor".
Es indudable, además, que el clientelismo reproduce prácticas culturales de control social y político y resulta funcional a las estrategias de los grupos dominantes para controlar a los sectores populares.
De todos modos, las condenas desde una visión moralizante, con alusiones a la falta de cultura cívica, a la corrupción o a la utilización de le gente por los políticos, no parecen efectivas. Y se vinculan demasiado con el discurso de los Macri, los López Murphy y la nueva derecha argentina. Una derecha que, del mismo modo que se apoyó en una opinión pública que reclamaba por la ineficiencia de algunas empresas públicas para terminar liquidando el Estado, ahora busca utilizar las críticas a las prácticas clientelares para eliminar los fondos para la acción social, profundizar aún más las políticas de ajuste y barrer con todo tipo de política que se aparte, aunque sea mínimamente, de los dictados del "mercado".
Los punteros, mediadores o "referentes" existen desde hace décadas en el país. Y en casi todas las naciones de América Latina: son los llamados "capituleros" en Perú, "cabo eleitoral" en Brasil, "gestores" o "caciques" en México. Y tal vez no resulte ocioso recordar que desde los gobiernos militares -el del "proceso" y los anteriores- se despotricaba fuertemente contra los punteros como uno de los mayores males de la "política criolla" que, por supuesto, sería erradicada por los uniformados salvadores del país.
Pero, en realidad, se cuestionaba a hombres y mujeres que funcionaban como verdaderos dirigentes de base, estuvieran enrolados o no en una fuerza política. Pero, como apunta Alfredo Carballeda, mientras en la década del setenta "el perfil de referente barrial se relacionaba con alguien que respondía globalmente a las expectativas de la comunidad y que trataba de ir logrando objetivos a partir de colectivamente litigar con el poder establecido", ahora la situación es otra y "se relaciona con el pragmatismo y la relación personal y no colectiva con las estructuras de poder".
Un cambio que tiene que ver, como es obvio, con el vaciamiento ideológico de las fuerzas políticas, especialmente con los dos grandes partidos con base de masas.

Una construcción distinta
¿La movilización social de los últimos meses, y en particular la experiencia de las asambleas barriales, resintió el clientelismo?. De alguna manera si, en tanto y en cuanto la participación ciudadana en formas organizativas igualitarias tiende, siempre, a desnaturalizar las prácticas basadas en relaciones de dominación y subordinación.
El propio Auyero admite que el clientelismo "se atenúa frente a una mayor organización colectiva y una mayor participación". O sea, con la aparición de movimientos sociales capaces de preservar la autonomía y resistir las maniobras de cooptación política.
De todos modos, tampoco vale la pena forjarse demasiadas ilusiones en torno a un cambio sustancial de los modos de hacer política en la Argentina.
Es cierto también que el movimiento piquetero, en sus distintas variantes, le viene disputando a los punteros y los funcionarios políticos la distribución de los planes sociales. Pero desgraciadamente, como se ha podido verificar en muchos oportunidades, el control de los planes por los desocupados no supone la desaparición del clientelismo. Es que en las propias organizaciones populares y en las fuerzas progresistas y de izquierda subsisten una cultura política y una idea de construcción que no terminan de romper con las prácticas clientelares.
Lo que hay, en última instancia, es una mirada desvalorizadora hacia el otro o, en este caso concreto, al que menos tiene. No basta con proclamar que todos "somos parte del pueblo" y ni siquiera es suficiente con rodear de contenido afectivo prácticas políticas donde perduran relaciones asimétricas. El desafío pasa, en todo caso, por construir poder de otra forma, lo que tal vez puede presuponer, aunque no siempre, tiempos más largos y prácticas menos espectaculares. Pero, de otra forma, jamás podrá alcanzarse una sociedad de iguales.