VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Argentina: La lucha continúa

Argentina: llegó la hora de superar el pensamiento automático

Por Víctor Ego Ducrot

La asunción presidencial de Néstor Kirchner, el 25 de mayo, abre un proceso político lleno de incógnitas que, al menos para el campo popular, aquél que desea la apertura de un camino de transformaciones profundas en la naturaleza del poder económico y social, implica una obligación perentoria: abandonar el pensamiento automático.
Hay datos de la realidad que resultan inapelables.
En su discurso de asunción al cargo el flamante jefe de Estado fijó una agenda política positiva: aseguró que no se dedicará a gerenciar los intereses de las grandes corporaciones económicas y financieras; alertó al FMI y al stablishment imperial que la deuda externa no se pagará con el hambre del pueblo, que habrá que reducir el monto de la deuda, las tasas de interés y el valor de los títulos desparramados entre los tenedores privados; señaló también que no hay futuro posible sin una lucha abierta contra la pobreza y la marginación, y que su política exterior tendrá un marcado signo latinoamericanista, apoyado en el MERCOSUR y fundado en "la dignidad" de sus países.
Entre los primeros actos administrativos de Kirchner figuró uno histórico: descabezó a las cúpulas militares defensoras políticas de la pasada dictadura y del modelo denominado neoliberal. Cabe destacar asimismo que hacía mucho tiempo que un político argentino de primera línea no asumía su propia historia y reivindicaba su memoria: más de una vez aludió con orgullo a su pertenencia a la generación política que en el década del 70 participó en forma masiva en las luchas políticas y sociales antiimperialistas y de cambios sociales.
En el marco internacional y regional recibió los firmes espaldarazos de los jefes de Estado Hugo Chávez, de Venezuela, Fidel Castro de Cuba y Lula de Brasil.
Castro aseguró que el gobierno de Kirchner tendrá éxito y que "juntos venceremos". Chávez dijo tener un amigo en el nuevo presidente argentino, propuso la integración de Venezuela al MERCOSUR, la conformación de una gran empresa petrolera nacional latinoamericana y lanzó la consigna de "pobreza cero" para el año 2024, apoyando ese programa en una gran movilización popular y vaticinó el crecimiento de un sentimiento latinoamericanista que frenará los objetivos hegemónicos que Estados Unidos busca imponer a través del ALCA.
Asimismo, tres días después de integrar el gabinete, Kirchner envió a su ministro de Asuntos Exteriores, Rafael Bielsa, a Brasil. Seguramente tendrá a su cargo los preparativos del primer viaje del presidente al exterior, en cumplimiento de su anunciada política de privilegio a la alianza con el principal socio del MERCOSUR.
El 27 de abril pasado, en la primera vuelta electoral, más de 20 millones de argentinos concurrieron a las urnas, ratificando así una decisión colectiva de participar con el voto, más allá de las masivas protestas populares protagonizadas a partir del 19 y 20 de diciembre del 2001.
Después de una segunda vuelta frustrada por la huida del exponente máximo del sistema político mafioso que impuso el modelo neoliberal durante la década del 90, Carlos Menem, no puede decirse que su techo electoral sea el 24 por ciento obtenido en la primera ronda justamente porque el sistema prevé una definición por ballotage. Tampoco vale consignar en su haber lo que unánimemente marcaban las encuestas -un aluvión de votos en su favor y contra Menem- porque estaríamos convalidando el reemplazo de las urnas por las mediciones, lo que implicaría concluir con la destrucción misma del espíritu del sufragio universal. Néstor Kirchner llegó a la presidencia con un caudal definitivo de votos que jamás se conocerá. Sin embargo, a pocas horas de su asunción puede afirmarse que Kirchner cuenta con una marcada expectativa favorable entre la población.
En ese sentido puede afirmarse que, conforme a la Constitución y a las leyes de este país, Kirchner es un presidente legítimo, surgido de la voluntad popular.
El nuevo presidente acaba de asumir su mandato y la mayor incógnita consiste en comprobar si su administración apuntará a traducir en prácticas y hechos políticos concretos el cuerpo de enunciados que acabamos de apuntar o si la mayoría de los argentinos otra vez verá frustradas sus expectativas.
El bloque de poder económico, la corporación política funcional a sus intereses y los hilos del mayor titiritero de este país, Estados Unidos, no perdieron tiempo: desde el momento mismo de su consagración electoral comenzaron a presionarlo, a amenazarlo con desestabilizaciones y "golpes de mercado".
Esa derecha, ese bloque de poder, que en este país es decididamente mafioso y dependiente de las grandes corporaciones financieras y económicas, está decidido a no conceder nada, ni siquiera a tolerar un proceso tibiamente reformista. Por eso operó para que Menem huyese de la puja electoral, para debilitar desde el arranque a Kirchner, por eso aspira a convertir al patagónico en un presidente enfermo de debilidad política endémica.
¿Está el nuevo gobierno condenado a sucumbir ante las tenazas de la estrategia estadounidense, apoyada en la imposición del ALCA, del Plan Colombia y de las Guerra Global Preventiva, y en las de sus representantes directos de la corporación política sirviente?
Creemos que no. Consideramos que, sin desconocer las enormes dificultades objetivas y subjetivas que encierra la realidad argentina, Kirchner tiene otra alternativa, pero para transitarla no son muchos los caminos con los que cuenta: su mejor, si no única arma, es esa inmensa mayoría de argentinos que muchas veces sin definiciones políticas e ideológicas precisas viene reclamando otro modelo de país.
No hay que caer en la trampa del llamado discurso único, que no es único sino que es el del poder, en el sentido de que el irrefutable y masivo rechazo a Menem se agotó en el repudio a su persona, a su estilo obsceno y a la corrupción. El masivo rechazo a Menem encerró una clara señal a favor de un modelo distinto; estará en la voluntad, en la decisión y en el coraje político de Kirchner la clave para poder darle una dirección correcta a ese deseo no organizado de la mayoría de los argentinos.
El nuevo presidente no cuenta con muchos caminos, quizás sólo con uno: deberá decirle la verdad a la gente, deberá tomar medidas concretas respecto de las graves urgencias sociales, deberá ponerle un freno claro y decidido a la voracidad de las corporaciones económicas y financieras, deberá llevar adelante una política exterior de confrontación inteligente con el hegemonismo estadounidense y con su representante en la región, el FMI, coordinando esfuerzos con Brasil, Venezuela, Cuba y teniendo en cuenta los nuevos procesos sociales y políticos de cambio emergentes en la región, deberá desarticular el poder de la vieja política al servicio de aquellos intereses, y, sobre todo, deberá ser titular de una decidida voluntad para ejercer el poder.
Para el cumplimiento de un programa de esa naturaleza, que es una tarea muy difícil pero no imposible, necesitará construir poder popular y democrático, asumiéndose como protagonista de un nueve liderazgo, y para ello sólo cuenta con la gente: debe apoyarse en las más diversas y amplias formas de movilización de masas.
Si Kirchner elige ese camino seguro que será respaldado. No sin críticas ni discrepancias, pero sí con un creciente respaldo popular. Ese escenario eventual significaría un gran desafío para la izquierda y el campo popular.

****

En el título y en el primer párrafo de este artículo sostenemos que la izquierda y el campo popular en su conjunto se encuentran ante la perentoria necesidad de abandonar el pensamiento automático, porque de aquel "que se vayan todos" de las puebladas del 19 y 20 de diciembre del 2001 es muy poco lo que se mantuvo en pie. En cambio, por ahora, sí "se quedaron casi todos".
Primero hay que recordar lo que le sucedió durante el reciente proceso electoral.
En aquella primer vuelta del 27 de abril último, concurrió a votar casi el 85 por ciento del padrón, desoyendo a la izquierda abstencionista. El "voto bronca" o "castigo al sistema" (blanco, impugnado y ausente) fue uno de los más bajos de la historia, apenas si superó el 2 por ciento, varias veces menor al registrado en las parlamentarias de octubre del 2001, anteriores a las jornadas de lucha del 19 y 20 de diciembre. El otro 13 por ciento que quedó fuera se refiere a las ausencias técnicas (ciudadanos alejados de sus lugares de votación, enfermos, ancianidad, pérdidas de documentos, etc.), que incluso estuvo por debajo de sus marcas históricas.
Las agrupaciones de izquierda que se presentaron a elecciones apenas si sumaron todas juntas algo más del 3 por ciento de los sufragios.
Una cantidad imposible de cuantificar de votantes que pertenecen al campo popular pero que decidieron desoír las convocatorias de sus organizaciones de referencia repartieron el sufragio en forma "hipertáctica": algunos votaron por la formula de "centro izquierda" encabezada por Elisa Carrió y otros por Ernesto Kirchner, un peronista patagónico apoyado por el gobierno saliente y enfrentado dentro de la corporación política con la facción de Carlos Menem. Todos coincidieron en votar contra la posibilidad de una resurrección de Menem y contra el avance del otro candidato del poder financiero y del gobierno de los Estados Unidos, Ricardo López Murphy.
Como ya dijimos, debido a la huida de Menem la segunda vuelta electoral nunca tuvo lugar pero el consenso generalizado de aquellos días apuntaba a señalar que Kirchner recibiría un aluvión de votos en su favor, pues la sociedad, como también dijimos, por diversas vías se manifestó decidida a acabar con el ex presidente y con el modelo que él representaba en su esencia.
Asumido el nuevo tablero político del país cabe preguntarse ¿qué sucedió, por qué el campo popular no tuvo una presencia clara y propia en el reciente escenario electoral, uno más de la lucha contra el modelo de dominación? ¿En qué quedaron aquellas energías sociales surgidas al calor de los acontecimientos del 19 y 20 de diciembre del 2001? ¿Y ahora qué?
Nadie del campo popular puede hacerse el distraído porque esos interrogantes son válidos para todos. Para aquellos que pretendieron salvar la ropa presentándose desde la fragmentación. Para los que, en forma onírica y trasnochada leyeron al 19-20 de diciembre como la apertura de un proceso a través del cual se "iban a ir todos" mediante la agitación permanente, considerando erróneamente que el país ingresaba en una etapa prerevolucionaria.
Todos renunciaron a lo que es esencial si se quiere ser protagonista en el proceso de transformación social, económica y política: renunciaron a asumirse como sujetos conscientes de ese proceso.
Es cierto que el campo popular argentino lleva encima todavía las consecuencias de la derrota de la década del 70. Es cierto que al campo popular argentino la dictadura que irrumpió en el 76 le asesinó una generación. Es cierto que tuvimos que sobreponernos en el marco de condiciones globales desfavorables.
Pero no es menos cierto que el campo popular carece de una adecuada reflexión intelectual, no logra superar su sectarismo histórico y su dirigencia adopta conductas y modelos de comportamiento y pensamiento que pertenecen a la cultura política del bloque de poder.
Si a ese cuadro crítico le sumamos el auge de cierto izquierdismo alternativista post-moderno que en sus deferentes variantes procura dejar fuera de la agenda de temas la cuestión del poder, la transformación de su naturaleza de clase, entonces quizá podamos explicarnos por qué aquél "que se vayan todos" terminó en que, por ahora, se quedaran todos.
En la comprensión de que lo escrito hasta aquí y lo que se escribirá en los próximos párrafos es a título casi de pensamiento en voz alta y abierto a la discusión, porque estas consideraciones críticas las hacemos como parte del campo popular criticado, es probable que nuestra ausencia en el escenario electoral (repetimos, uno más en la confrontación con el bloque de poder) tenga origen y sea consecuencia directa de una incorrecta caracterización de los acontecimientos del 19 y 20 de diciembre y, por supuesto, de una respuesta inadecuada a los mismos.
En ese sentido es probable también que se haya errado a la hora de considerar la consigna "que se vayan todos", sin comprenderla en forma dinámica y permitiendo que se cristalice, es decir vaciándola de su contenido originario.
Por razones de espacio en esta oportunidad nos detendremos sólo en los elementos emergentes -los de la crisis política- que surgieron cuando el sector financiero dominante a lo largo de toda la década del 90 arrasó con el sistema local y se apoderó, sólo a lo largo del 2001, de aproximadamente 120.000 millones de dólares líquidos, dejando intacto el endeudamiento externo. Esa operación de saqueo financiero, ejecutada por el sistema bancario titular de la deuda externa y monitoreado por el gobierno de los Estados Unidos y el FMI tuvo lugar en medio de un gobierno -el de Fernando De la Rúa- que había perdido ya toda capacidad de respuesta administradora.
Fue entonces cuando estalló el hartazgo popular: tomas violentas de alimentos en los cordones suburbanos más empobrecidos, masivas protestas callejeras de los sectores medios urbanos y salvaje represión gubernamental.
El gobierno de De la Rúa debió renunciar y la corporación política, en parte auspiciante del desgaste del gobierno en función de intereses facciosos, no acertó con una rápida respuesta a la crisis. Por consiguiente la protesta popular fue en aumento y ganando protagonismo. En ese momento de alta tensión agitativa, el que "se vayan todos" expresó con justeza el reclamo popular, acorraló a los integrantes del bloque de poder y acercó entre sí a integrantes naturales del campo popular que hasta ese momento no lograban superar la acción disociadora de los reproductores de ideología del bloque de poder (especialmente los medios de comunicación de masas) y los prejuicios de clase de los sectores medios: se encontraron y se reconocieron como partes de un mismo campo, los movimientos de desocupados, los sectores medios golpeados por la crisis y otros grupos sociales aliados en la protesta.
No se trataba de un estado prerevolucionario. Esta caracterización, errónea como dijimos, contribuyó a la posterior e incorrecta interpretación del tablero político que se abría. En cambio sí había llegado el momento de que las propias organizaciones que surgieron de las protestas populares (movimiento asambleario de vecinos, piqueteros y pequeños ahorristas, por ejemplo) y otras de carácter político o social se diesen a la tarea de construir una herramienta unitaria que procurase organización y cause político a la protesta masiva.
Pero no pudo ser. Primó el pensamiento automático y se impusieron los modelos de construcción política por aparatos, desconociéndose el fenómeno que viene atravesando a toda América Latina, en cuanto a la aparición de nuevos agentes sociales y políticos y a las metodologías que esos nuevos agentes han puesto sobre el escenario del mundo sometido a bloque imperialista.
Esa falta de reflexión teórica, y por consiguiente de análisis traducible en lineamientos políticos, hizo que la consigna "que se vayan todos" fuese congelándose en el tiempo, cristalizándose y vaciándose de contenidos por falta de adecuación a la correlación de fuerzas cambiante. En ese marco se dio la puja entre campo popular y el bloque dominante.
En esa confrontación, mientras la izquierda quedaba atrapada en un "que se vayan todos" vaciado de contenido y sin sustento de masas real, el bloque dominante logró recuperarse en forma paulatina. El gobierno de Eduardo Duhalde, con los aparatos y la experiencia de poder que decididamente cuenta el peronismo, pudo capear el temporal y llegó a las elecciones del pasado domingo 27 de abril, en la que, como ya señalamos, concitó la respuesta positiva de la inmensa mayoría de la sociedad.
¿Y ahora qué? En primer lugar, el campo popular y la izquierda deben reconocer un principio que no es nueva en la historia del pensamiento político contemporáneo: que el decurso de la objetividad muchas veces modifica la subjetividad íntima de sus protagonistas. Además, deberían revisar el comportamiento de su curva de acción a lo largo del período que va desde el 19-20 de diciembre del 2001 hasta la fecha, sin ataduras y con una muy alta cuota de sinceridad, tanto hacia adentro como hacia el conjunto de la sociedad.
Ese proceso demanda esfuerzos políticos e intelectuales. No deberíamos insistir en lecturas obsoletas, correspondientes a etapas del pasado; el mantenimiento de aparatos y de mecanismos de acumulación aritmética para sí, corresponden a otro mundo, como a otro mundo corresponde la experiencia que conocimos como "socialismo real", como a otro mundo corresponde el estadio del sistema imperialista previo al escenario abierto el 11 de septiembre del 2001.
Desde el punto de vista intelectual la caracterización incorrecta del 19-20 de diciembre y el congelamiento de la consigna "que se vayan todos" obedece fundamentalmente a una actitud iconográfica, declamativa y maniqueísta, que poco tiene que ver con el pensamiento dialéctico del marxismo contemporáneo
En ese sentido nos animamos a decir que el concepto "todos" es impropio del pensamiento político y social transformador, incluso si partimos de la premisa según la cual el escenario de la lucha político-ideológica está caracterizado por la existencia de dos bloques claramente enfrentados, el del campo popular y el del polo hegemónico e imperialista, tanto en lo local como en lo global.
Esos bloques aparecen integrados por elementos diversos que actúan entre sí y respecto del polo antagónico en forma dialéctica, nunca lineal. Para el caso que nos ocupa, el tablero político argentino, debemos aceptar que, incluso dentro de la corporación política agente del bloque de poder, existen fisuras y contradicciones que conforme sean interpretadas y operadas por el campo popular, pueden o no jugar a favor o en contra de escenarios más o menos favorables para la acumulación de fuerzas, la organización y la experiencia de masas.
La lucha entre el campo popular y el polo hegemónico, incluso en los epicentros del fenómeno, en los cuales está operando la agresión bélica por parte del imperialismo, requiere de un doble esfuerzo hasta ahora nunca tan necesario: el del aglutinamiento de masas, actualmente más complejo que en etapas anteriores debido a la diversidad y la atomización de los agentes sociales del cambio, y el del trabajo comunicacional y cultural, como consecuencia de la hiperconcentración imperialista y de la explosión tecnológica en lo medios de comunicación, los principales productores, reproductores y distribuidores de ideología.
Ese doble esfuerzo hace necesario que el campo popular se aglutine desde la diversidad a través de una herramienta política que contenga al más amplio espectro político y social, con capacidad de convicción entre millones de argentinos que en la reciente compulsa electoral repartió su consenso entre varias ofertas políticas.
Lograr poder de convicción entre millones significa asumirse como sujeto de la historia con vocación de poder, para transformar el deseo colectivo de cambio en acción consciente y organizada.
Lograr poder de convicción requiere que esa herramienta político y social sea lo más amplia posible, quizás definida por una línea divisoria clara entre los que están por la independencia nacional, la justicia social y la democracia efectiva y aquellos que proponen el actual modelo de dependencia e injusticias. De este lado de esa línea divisoria tienen que figurar los partidos de izquierda y otros realmente progresistas, los movimientos sociales, los sindicatos, las organizaciones estudiantiles, profesionales y campesinas, los ciudadanos sin militancia pero con una posición independentista y democrática, etc.
Poner en marcha esa herramienta es posible. Es necesario que todas las organizaciones del campo popular elaboren su autocrítica, que sus dirigentes renuncien al sectarismo y al burocratismo, que todas sin excepción renuncien a esa estupidez que significa decir siempre "nosotros queremos la unidad, la culpa de la fragmentación la tiene el otro".
¿Es tan difícil proponer una convocatoria múltiple y amplia entre todas las organizaciones dispuestas a la suscripción de un acuerdo mínimo de 12 puntos en que se incluya uno por el cual todas se comprometan a marchar juntas en los próximos cinco años, por ejemplo; observando de cerca el comportamiento concreto del nuevo gobierno e impulsando la movilización popular en pos de objetivos de transformación, sin la cual la gestión de Kirchner irremediablemente fracasará?
Creemos que no es tan difícil, que sólo se requiere una firme voluntad política compartida, y que si ese acuerdo se alcanza y se cumple, la propia dinámica social y política de la nueva herramienta de cambio ira perfeccionándose en la práctica y en la discusión teórica.
Se trata de una urgencia de doble sentido estratégico.
Si el nuevo gobierno transita el camino que Kirchner prometió, dotará a esa experiencia de masas de una herramienta activa de gran utilidad frente a los obstáculos de todo tipo que la derecha mafiosa opondrá, en los más diversos escenarios de la confrontación política.
Pero si este nuevo gobierno no se anima a romper con la lógica del poder y empuja a la mayor parte de la sociedad hacia una nueva frustración, entonces la herramienta en construcción del campo popular, con madurez y vocación clara de cambios reales, surgirá como el canal adecuado para la organización social y política de las energías transformadoras.
En cambio, si no rompemos las limitaciones del pensamiento automático, si esa experiencia del campo popular no se pone en práctica, la izquierda corre el serio peligro de automarginarse y perder toda posibilidad de influencia en la sociedad real.