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Argentina: La lucha continúa

Te veo, Marcelo, estrechando manos para jamás soltarlas.

Por Hernán López Echagüe

Marcelo Bouzas, el gran Marcelo del MTD-Lanús. Treinta y cinco años, tres hijas, y una energía y entrega sin límite. El cáncer de próstata no lograba doblegarlo. No había piquete, asamblea, reunión o actividad social en la que no estuviera presente. Todavía puedo verlo, aquella madrugada de piquete y viento helado en Condarco y Donato Alvarez, a metros del barrio La Fe. El gorro de lana negra calado hasta las orejas, ojos profundos que despiden una luminosidad que repleta la atmósfera de rara vivacidad. Estamos sentados en el cordón de la vereda, a metros de los neumáticos en llamas, contemplando a su hija pequeña, que no deja de corretear por el pavimento y se pinta la cara con hollín y regresa y ríe, y abraza a su padre con extremada alegría.
La militancia social, el compromiso con el otro, me dice Marcelo, le ha cambiado la vida; ahora cree en algo, en él y en sus compañeros, en la unión, en la celebración de la vida, a pesar de tanta muerte rondando por toda parte; en la posibilidad de construir una sociedad más justa, aunque, no tiene duda, se avecinan años de sacrificios y contínua entrega. Trabaja en el taller de herrería. "Algunos funcionarios me dan risa. Piensan que nos vamos a quedar quietos. ¿No se dan cuenta de que estamos podridos, que no tenemos nada que perder porque ya nos robaron todo, hasta la dignidad?".
Por lo demás, añade, el MTD se ha convertido en un espacio de contención. Con disimulo, estirando la barbilla levemente, me señala a un muchacho de quince, dieciséis años que deambula por allí. "Un pibe chorro, bien chorro, pero ahora lo ves siempre por acá, con nosotros, en cada piquete. Antes se mamaba y salía a chorear, ahora gasta las energías acá, colabora como pocos" El cáncer lo estaba devorando. Pero no había siquiera un mísero peso para trepar a un colectivo y buscar el favor de la atención médica en un hospital de la Capital. Las pocas monedas que lograba reunir las destinaba a causas que juzgaba más dignas que su propia salud: comida para la familia, zapatillas para las hijas. El cáncer podía esperar, porque un cáncer de mierda no habría de hacerlo renunciar a la lucha en que estaba sumergido con orgullo. Cancerígeno y ponzoñoso es este poder político-represivo que, cuando no asesina mediante un artero escopetazo en la espalda, lo hace sometiendo a una muerte lenta e ineluctable a millones de personas. La desidia, el oprobio, la persecución y la amenaza; la tortura, los aprietes y las golpizas; la ausencia de trabajo, alimento y asistencia médica, constituyen el humus de ese aceitado plan de aniquilamiento, de pertinaz extinción, que el país padece desde hace décadas. ¿Hasta cuándo tanta hipocresía, tanto desdén, tanto salvajismo arropado de democracia? Carajos.
Junto con el anuncio de la muerte de Marcelo he recibido mails de campaña electoral: Rodríguez Saá, Carrió, Menem, López Murphy, Kirchner ... ¿En qué mundo viven? Los mismísimos hacedores y responsables de este sistema de malamuerte me hablan de progreso, producción, reactivación económica, planes sociales, hospitales modernos para todos ... ¿Dónde diablos estuvieron a lo largo de los últimos veinte años? Detrás de ese palabrerío homérico es sencillo advertir el excluyente y perverso propósito que abrigan: el poder, tan sólo el poder, el poder como entelequia, el poder como herramienta para conseguir buen conchabo y ahondar en la permanencia de esta democracia formal, falluta, que como todo remedio nos obsequia la posibilidad del voto en unas de las elecciones más desfachatadas e insultantes que habrá de conocer la historia argentina.
La muerte de Marcelo, nuevo y silencioso asesinato cometido por el sistema, es otra huella indeleble de una política enfermiza y macabra que ha condenado a millones de personas a la postración.
En su canción "Somos nosotros", canta Raly Barrionuevo: Somos mensajeros de la lucha y la verdad, somos peregrinos de la amada libertad.
Te veo, mi querido amigo y mensajero, celebrando la vida a cada momento, a pesar de que continuamente intentan, de modo rastrero, arrancarnos a dentelladas el aliento. Te veo, Marcelo, estrechando manos para jamás soltarlas; abrazando al vecino con sinceridad y despojo, como quien abraza a la humanidad toda. Te veo, esparciendo por toda parte el virus de la gana, del deseo, de la pasión, del compromiso.