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Argentina: La lucha continúa

A 27 años de la masacre chaqueña nace un relato en primera persona

Un 12 de diciembre 21 presos fueron sacados de la cárcel para ser asesinados en el paraje de Margarita Belén. Dos visiones personales.
Casi treinta años después, la Justicia investiga los hechos.


Por Diego Martínez

Un día como hoy, hace 27 años, Néstor Sala supo que lo llamaban para fusilarlo, se montó a una silla de brazos en la Unidad 7 de Resistencia y dijo algo así: "Es mentira que es un traslado. Y si lo es, es un traslado a la muerte. Pero quiero que sepan que moriré de pie, peleando como pueda, a los mordiscones si estoy atado. Todos los que hoy nos sacan de la cárcel, los que están aquí adentro y los que esperan afuera son culpables ante la historia, culpables de la miseria del pueblo y culpables de nuestras muertes. Sólo quiero pedirles que cuenten de esta matanza a mis hijos cuando ellos tengan edad de entender qué pasó en la Argentina de estos años y a mi compañera cuando puedan verla. También les digo, compañeros, que de nada vale este sacrificio nuestro si ustedes no siguen peleando por mantener viva la memoria popular; por eso, cuéntenle a nuestro pueblo por qué nos asesinan y por qué decidimos morir de pie. Chau, compañeros, cuídense. ¡Libres o Muertos, Jamás Esclavos!". Levantó los dedos en ve y se alejó con una sonrisa. Esa noche, ya moribundo por las torturas, fue fusilado junto con otros 21 hombres y mujeres en el paraje de la ruta 11 conocido como Margarita Belén.
El relato acaba de ser publicado por uno de sus compañeros de cautiverio, Jorge Giles, preso político durante ocho años y ex diputado nacional. El libro se titula Allí va la vida. La masacre de Margarita Belén, lo editó Colihue y se presentará hoy en Resistencia y mañana en Corrientes, en el marco de los actos previstos por la Comisión de Homenaje en un nuevo aniversario de la masacre.
Allí va la vida es al mismo tiempo testimonio histórico, homenaje, denuncia, exigencia de justicia y acto de militancia. "Cada uno se para ante la vida de una manera única y ve lo que ve, y como esta historia es una tragedia griega renacida en nuestras pampas y llanos, es preciso que cada uno cuente la historia; como le salga, pero que la cuente", escribe el autor. Le sale un relato conmovedor, una crónica protagonizada por "militantes populares, ni ángeles ni demonios", que arranca con las detenciones de los campesinos de las Ligas Agrarias chaqueñas a mediados de 1975 y termina con los asesinos comiendo un asado con magistrados amigos al borde del camino ensangrentado, pero que también incluye a su viejo renegando porque al tatarabuelo, un tal Gauchito Gil, "el primer peronista", quieren convertirlo de bandolero en "proyecto de santito milagrero".
Fiel a la época que retrata, el relato combina dosis abundantes de horror y de humanidad. Mientras un oficial les explica a sus víctimas que está destinado a sacarles al diablo de adentro, los presos a escondidas actúan un novelón melodramático. Mientras un compañero es exhibido como trofeo de guerra en el Regimiento de Formosa, un guardia arriesga el pellejo para hacerles llegar la lista de futuros masacrados elaborada por el Ejército. Es que "ni en los calabozos de aislamiento dejaba de latir la vida", explica.
También detalla los momentos previos a la masacre: desde la certeza de saber "que vendrían a buscarnos para matarnos", pasando por la reunión para decidir cómo enfrentar la muerte, hasta la despedida de Manuel Parodi Ocampo anunciando que "también voy a morir dignamente". Por último, las evidencias de que los asesinos del Chaco, encabezados por el general Facundo Serrano y su secretario, el entonces capitán Ricardo Brinzoni, "dejaron sus huellas para demostrar el poder que tenían y porque creían al fin y al cabo que dominarían estas pampas por los siglos de los siglos".
Las huellas son demoledoras: vuelos en helicóptero para reconocer la zona de la masacre, las fosas del cementerio esperando los cuerpos y hasta un pedido de presupuesto de cajones baratos