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Argentina: La lucha continúa

Fragmentos del El hombre que ríe

(Sudamericana, diciembre de 1999)

Los sobres del diputado Ruckauf (1991-1995)

En la reivindicación de los derechos de los jubilados fundó su campaña política. Los convocaba y reunía en plazoletas, en los salones de algún club de barrio, les ofrecía coca-cola y sandwichitos de jamón y queso, los incitaba a bailar al son de las músicas de Xuxa y de los acordes que soltaba la Banda Típica de Villa Lugano, y, con prepotencia, prometía: "¡Cuando sea diputado pediré la pena de prisión no excarcelable como mecanismo del Codigo Procesal Penal para los grandes evasores previsionales y funcionarios públicos que desvían fondos de los jubilados!". Venció, asumió, se hizo cargo de la Comisión de Relaciones Exteriores y Culto. El pesar que le causaba la miserable situación de los jubilados se deshizo prontamente, y un día, después de la votación de la ley de Combustibles, tuvo la deferencia de recordarle al diputado justicialista Fernando Pascual Gan que debía pasar por su despacho a buscar el sobre correspondiente. El diputado entrerriano, un médico de buena reputación y escasa experiencia política, no entendía. "¿Vivís en la tierra o en la estratósfera?", le dijo Ruckauf empleando un tono ofensivo. "¿No sabés que después de la aprobación de leyes como estas hay un sobre y que tenés que ir a buscarlo, porque de lo contrario va a quedar para el que lo está distribuyendo?".

Su adaptación al nuevo y elevado ambiente político que Menem había inaugurado, en fin, fue inmediata.

 

El paso de Ruckauf por la presidencia del Senado (1995-1999)

El anunciado enfrentamiento que, se suponía, había de mantener con Eduardo Menem, un hombre que de manera férrea había conducido la Cámara a lo largo de años, y que no parecía dispuesto a ceder una pizca de espacio, supo eludirlo con sabiduría en los campos de golf de Pinamar. En el ropero dejó la raqueta de tenis que lo había acompañado durante treinta años, y con atrevimiento se aventuró en la práctica del distinguido pasatiempo que había impuesto el menemismo. El golf. Una llanura verde de aspecto artificial, algunas lomas, pequeños arenales, espejos de agua. Un palo, una pelotita, un hoyo. Dicho así suena a distracción carente de gracia. Pero el palo, la pelotita y el hoyo eran elementos secundarios. Importaban el atuendo, la impostura de los modos y el cuerpo, los enlaces sociales que allí ocurrían con empresarios poderosos, la charla posterior en la mesa de la confitería del club. Todos los golfistas del menemismo experimentaban la misma sensación: al igual que en el golf, por la política andaban como si lo hicieran por una llanura despoblada, dueños de la situación, de la geografía, con un palo en la mano y listos para meter la bolita en un hoyo que no tiene más remedio que quedarse quieto en su sitio. Ruckauf se acomodó a la política del golf sin problema alguno. Escogió un chambergo con lazo de seda violeta; camisa, manga corta, color morado claro, y pantalón violeta fuerte, a tono con el guante en la mano izquierda. Y se puso a jugar con Eduardo Menem. Y a conversar. Le aclaró que entre ellos no podía haber confictos; era absurdo; de manera alguna estaba en su ánimo cambiar el estado de las cosas; jamás caería en la comisión de un acto que pudiera causar el desagrado de algún miembro de la gran familia Menem. Es que en el Senado, ya entonces, regía una curiosa lógica interna. Las leyes que aquí se debatían eran vitales para el país, y, en particular, para los sacros intereses del gobierno menemista. Sólo un anacoreta podría llegar a creer que su voto no tenía precio. Al cabo de la aprobación de cualquier ley anhelada por el oficialismo, sobres alados, de todo tamaño y toda índole, volaban de un despacho al otro. El presidente Menem, haciendo gala de su natural pragmatismo, se había propuesto alinear a su tropa de una vez y por siempre. Cada mes, de los fondos reservados de la Side partía hacia el Congreso una contribución para los gastos de representación de los senadores. Eduardo Menem y Carlos Ruckauf acordaron un pacto tácito. El hermano del Presidente continuará administrando las pujas políticas en el Senado, y Ruckauf, en tanto, podrá dedicarse a elucubrar sus futuros pasos electorales, y, por supuesto, disfrutar sin sobresaltos de las regalías que le obsequia el cargo.